El biólogo Juan Emilio Sala, doctor por la UBA en Ciencias Biológicas,  investigador asistente del Conicet e integrante del Laboratorio de Ecología de Predadores Tope Marinos (Leptomar) en el Instituto de Biología de Organismos Marinos (Ibiomar-Cenpat), trabaja sobre la filosofía de la biología. La perspectiva, dice, es útil para arrojar luz sobre una las temáticas fundamentales en el campo: las estrategias de conservación de las especies y los ecosistemas. 

–¿Cómo podría definir la perspectiva de la filosofía de la biología? 

–Es un campo del conocimiento reciente (emergió durante la década de los sesenta) que se propone problematizar las verdades absolutas y las leyes instaladas por la biología desde sus orígenes. El programa reduccionista, en esta línea, explicaba que la biología podía ser definida a partir de los presupuestos teóricos de la física y la química. Como verás, suponía una mirada determinista, esquemática y lineal.

–La filosofía de la biología abre el diálogo interdisciplinario. 

–Porque apunta a quebrar lo que se denomina “disciplinamiento disciplinar”, a partir del fomento de los vínculos y articulaciones entre los diferentes campos del saber. Ello implica definir problemáticas comunes para ser abordadas de manera compleja, al tiempo que admite las incapacidades de la biología para comprender de manera individualizada los fenómenos vinculados a la vida en el planeta. En efecto, recupera la importancia de la cultura e invita a pensar, por ejemplo, cómo se moldea socialmente un organismo. 

–Rescatar los aspectos culturales de la biología fomenta un cambio de paradigma, un abordaje más flexible y complejo. 

–El problema se halla en el proceso educativo ya que lamentablemente nos forman para que seamos especialistas de un campo muy pequeño y en el camino resignamos herramientas para dialogar con otros espacios de conocimiento. Los investigadores advertimos esto cuando ya adquirimos cierta experiencia, por ello, es necesario fomentar los abordajes interdisciplinarios desde los comienzos de la formación de los científicos. Necesitamos desarrollar un pensamiento dialéctico y asumir que los organismos modifican el ambiente; desde las algas que permitieron el oxígeno en el planeta hasta los seres humanos y su incidencia en el cambio climático.  

–La perspectiva recupera voces de comunidades y necesidades de los grupos sociales.

–Desde esta perspectiva, el ejemplo de los “sistemas socioecológicos” para la conservación puede funcionar muy bien, porque pretende derribar la frontera hombre/naturaleza y supone una ruptura epistemológica ya que rescata las estrategias de conservación centradas en lo local. Surgió como respuesta frente a un grave problema: veíamos que los proyectos científicos se desvanecían apenas los especialistas se alejaban del área de intervención. Como las comunidades no son contempladas en el manejo de sus propios obstáculos, nunca logran identificarse del todo con las propuestas presentadas desde el saber científico. Advertimos que necesitábamos ampliar la base de sustentación de los proyectos científicos e incorporar los saberes locales para obtener mejores resultados. Me refiero a incluir a las comunidades originarias y criollas, a los funcionarios municipales y provinciales, a los empresarios y todos los actores relevantes. 

–Incorporar a los funcionarios en las estrategias de conservación agiliza los vínculos entre ciencia y políticas públicas.

–Pienso que no solo debemos transferir el conocimiento técnico a los tomadores de decisiones, sino que los actores con capacidad política deben ser parte de todo el proceso de trabajo. La comunidad será la que evalúe si las propuestas de los científicos son significativas. Necesitamos poner en tela de juicio aquellas estrategias de conservación que únicamente se centran en las especies y en la creación de parques nacionales.  

–¿Por qué habría que cuestionarlas?

–En Argentina la conservación se vincula con preservar lo prístino; es una postura esencialista que promueve el cuidado de la naturaleza por sus valores intrínsecos. Como resultado, se establece una jerarquía entre las especies y solo se protege a las carismáticas, es decir, a las que los seres humanos consideran más atractivas. Se cultiva una mirada antropocéntrica y una conservación basada en el lobby. Los investigadores se fanatizan con las especies que estudian, fetichizan a los animales y pierden la capacidad de comprender que todos los animales forman parte de ecosistemas muy complejos. Un caso concreto es el del pingüino de Magallanes. Hace muchos años se dice que es una especie en peligro, que el cambio climático lo aqueja y que padece serios problemas con los descartes petroleros de los barcos. Se trata de un discurso negativista que pretende generar miedo en las personas para que inviertan dinero en salvarlos. Así se generan dividendos para los científicos que reproducen el sistema de una manera perversa.

–¿Pero entonces el pingüino de Magallanes no está en peligro de extinción?

–Claramente no, ni siquiera está cerca. 

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