“Si sucede estaré profundamente conmovido, pero sé que todo esto es impredecible”, confiesa Guillermo del Toro ante la posibilidad de que su película se alce con una gran mayoría de los premios a los que está nominada en la inminente ceremonia de los Oscar, que tendrá lugar durante las últimas horas del domingo 4 de marzo. “Ya estuvo nominada El laberinto del fauno, que ganó tres premios, pero no el de película extranjera. Creo que lo natural y maduro es ir a la entrega con ganas de estar ahí, pero sin atar los resultados a la experiencia”. El extranjero que triunfa en Hollywood suele potenciar la aparición de los nacionalismos –en particular cuando se trata de países no europeos– y los artículos y editoriales sobre la “avanzada” o “invasión” mexicana en Los Ángeles apenas si han comenzado a publicarse. Lo cierto es que del Toro forma parte de una generación de realizadores nacidos en México en los años 60 que ha logrado ingresar a la exclusiva lista de directores clase A –según la usual jerga del negocio– y mantener su carrera activa en base a éxitos comerciales y/o de prestigio. Pero el director de La forma del agua no fue el primero de ellos en cruzar la frontera. Luego de su debut mexicano, Sólo con tu pareja (1991), Alfonso Cuarón dirigió en los Estados Unidos La princesita (1995), primero, y una nueva adaptación de la novela Grandes esperanzas (1998) poco tiempo después. El regreso al terruño que significó Y tu mamá también (2001), film de enorme éxito crítico, le abriría aún más las puertas doradas de Hollywood, donde tres años más tarde se haría cargo de la realización de Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), casi sin posibilidad de discusiones la más interesante y rica de las películas de la saga infanto-juvenil. Cronos (1993), ópera prima de del Toro –el recordado film de vampiros protagonizado por Federico Luppi– logró ser distribuido rápidamente en territorio estadounidense y el segundo largometraje del realizador, Mimic –producido por el ahora sepultado Harvey Weinstein– fue pergeñado en tierras estadounidenses y estrenado en 1997 con relativa repercusión comercial. Los pasos de del Toro serían seguidos de cerca por Alejandro González Iñárritu, quien consiguió una nominación al Oscar en el rubro Mejor película de habla no inglesa con Amores perros (2000), llave mágica que le permitiría debutar en idioma inglés un par de años después con 21 gramos (2003), otro retrato multi narrativo, el formato que marcó los primeros pasos en su filmografía.

La presencia cada dos o tres años de alguna película de este trío de realizadores es la marca más evidente de esa impronta mexicana a la cual suele hacerse mención: Babel, Biutiful, Birdman y El renacido en el caso de Iñárritu; Niños del hombre y Gravedad en el de Cuarón; Hellboy y su secuela, El laberinto del fauno, Titanes del pacífico, La cumbre escarlata y ahora La forma del agua en el de del Toro. Pero lo cierto, más allá de los guarismos de la taquilla, es el que el nombre de este último parecía condenado a cierto desprecio artístico, maldición eterna de aquellos realizadores abocados a los placeres del cine de género y, en particular, del fantástico. Todo eso parece haber cambiado, al menos de momento, con la buena apreciación que la historia del monstruo anfibio y la muchacha muda ha congregado en Hollywood y en el resto del mundo. Si a ello se le suma el hecho de que la última producción de los estudios Pixar, Coco, posee una temática mexicana hasta la médula, la mesa está servida para una celebración de todo aquello que suene o huela al país norteamericano ubicado al sur del Río Bravo. De alguna manera, el de La forma del agua es un regreso con forma de venganza, como lo explica del Toro del otro lado de la línea telefónica: “Curiosamente, la historia del monstruo de la laguna negra, que terminaría reflejada en la película de Jack Arnold, surge gracias a un mexicano, el famoso director de fotografía Gabriel Figueroa”. Figueroa, nacido en la ciudad de México en 1907 trabajo en infinidad de películas, tanto en su país natal como en los Estados Unidos, colaborando con realizadores de la talla de Luis Buñuel, John Huston, Don Siegel, Emilio “El Indio” Fernández y el mismísimo John Ford. “Fue Figueroa quien le cuenta a un productor estadounidense la historia de un hombre-pez o de un dios-pez que vivía en Brasil. El productor hizo finalmente esa película. Por lo tanto, de alguna manera, todo comienza y termina con un mexicano”.