Father John Misty dice: “Nadie que se haga llamar así puede tener una buena razón para todo”. Y responde: “No, Father John Misty no es un personaje. Es una sucesión de fonemas que quedan bien en una remera”. Cuando contó que iba a relanzar su carrera con ese nombre, le aconsejaron: no. Él lo defendió: “Es mi personalidad. Representa mi arrogancia barata. Cualquiera piensa: ‘¿Qué clase de imbécil se llama así?’. Pero yo lo escucho y me hace reír. Nunca envejece”. 

En 1981 nació como Joshua Tillman, de pie. Sufrió una dislocación de cadera en el parto y los primeros meses los pasó adentro de una armadura de metal. “No me podían alzar. Es todo lo que necesitás saber, fin de la entrevista”, dijo en el Financial Times hace casi un año, al salir el tercer álbum, Pure Comedy. El alter ego no es Misty sino quien era antes, dijo también: “Había muchas cosas de mi vida que no quería que se supieran”.

Como J. Tillman lanzó ocho discos entre 2003 y 2010. En el medio se incorporó como baterista en Fleet Foxes, la banda folk rock de Seattle, prestigio indie de fin de década. “Ahí aprendí que es más fácil ser exitoso que ser feliz”, declaró en Rolling Stone. Cuando él se fue, Fleet Foxes entró en un hiato de años. “Es la mejor y última banda que me va a tener”, tuiteó entonces. Ahora está fuera de las redes. Elabora: “No entro en Internet a no ser para googlearme y te estoy pintando una escena de madrugada drogado. Regla número uno del LSD: no te mires al espejo. Pero lo hago lo suficiente para saber lo que piensa la gente de mí”. En las entrevistas se esconde, confiesa: “No estoy seguro de haber dado alguna honesta. Cuando soy el foco de atención, frikeo, y eso es lo que recibe el público: la persona que se retuerce bajo el microscopio”. 

En la misma nota con The Guardian habló de esa experiencia definitoria que aparece en el tema “Leaving L.A”. Ocurrió cuando tenía seis años en una tienda departamental de Rockville, Maryland, donde se crió. Dos recuerdos le quedaron de los segundos que pasó atragantado con un chupetín de melón. Uno es la madre agarrándolo fuerte por primera vez; lo otro es la canción que estaba sonando: la famosa “Little Lies” de Fleetwood Mac. “La vida es un chiste. Querer su amor afectó todo lo que soy”, dice.

En su casa había guitarra y batería pero no entraba la música comercial. Lo máximo fueron Slow Train Coming de Bob Dylan y Joshua Tree de U2. La madre es hija de misioneros evangélicos, el padre se declara cristiano renacido; es el mayor de cuatro hermanos y se educó en una escuela judía mesiánica donde se enseñaba a practicar exorcismos y hablar en lenguas. Creció pensando que se acercaba el fin de los tiempos y que iba a ir al infierno: “¿Entonces para qué hacer la tarea?”.

Escapó de esa opresión a los 22 años, después de pasar el 9/11 en una universidad evangelista cerca de Nueva York. La imagen grabada es la cancha de fútbol llena de chicos pidiendo perdón por la cultura de la homosexualidad. “Cuanto más me alejo de esas experiencias, más puedo observarlas con sentido del humor”, piensa ahora. En ese momento llegó a Seattle a dedo. Ahí se hizo adulto y cantautor y fue diagnosticado con trastorno de estrés postraumático.

Después de Fleet Foxes encontró la voz de las nuevas canciones mientras escribía una novela. Se llama Mostly Hypothetical Mountains y la incluyó en letra ínfima en el arte de Fear Fun (2012), el primer disco como Father John Misty. En 2013 puede que haya sido la última vez que vio a los padres, cuando se casó con Emma Garr, cineasta y fotógrafa. Sobre la vida con ella en una colina de Laurel Canyon, Los Ángeles, canta en I Love You, Honeybear (2015), su modesta consagración. 

En adelante rechazó contrato con una multinacional –“los vínculos que hice en Sub Pop significan algo para mí”–, propuesta para actuar en Stranger Things –“no quiero ser así de famoso”–, el dinero por musicalizar un comercial de Doritos –“una canción que me costó dolor y autodesprecio, tendría que estar loco”–. Protagoniza un video de Lana Del Rey, pero no celebra haber escrito casi el total de “Hold Up” de Beyoncé y “Sinner’s Prayer” de Lady Gaga: “No comparto los valores de ese mundo”.

Pure Comedy son canciones que escribió durante la mudanza a Nueva Orleans (ahora volvieron a L.A), afectado por la previa de las elecciones 2016, la crisis ecológica, el devenir de la cultura digital y cómo todo se relaciona. “Es fácil decir que a Trump lo hicieron el racismo y la misoginia; pero hay otras variables: la pasividad y el olvido que genera interactuar con todo como si fuera entretenimiento. Y yo como músico soy cómplice de esa adicción”. Decidió que para pensar en todas esas cuestiones necesitaba tener la mente clara y suspendió el alcohol y las drogas (controla la ansiedad y la depresión con microdosis de ácido): “No me gustó, no es para mí”, concluyó.

Con arreglos orquestales que abren un paisaje cinematográfico y religioso, Pure Comedy es el más lento de sus discos como FJM, y también el que mejor luce su voz cálida, que avanza como el pensamiento, en ocasiones sin repetirse ni quebrar en estribillos. Así son los trece minutos de “Leaving L.A”, lo más autorreferencial allí. En total es una obra con perspectiva, la observación de un mundo que desde el comienzo es una ironía –“nuestros cráneos son muy grandes para las caderas de nuestras madres”–, y acabará destruido por los mismos artefactos de sentido que lo hicieron habitable. 

Antes de dar el último respiro, el hombre chequeará el inicio de sus redes, imagina Misty en su obra más emotiva y filosófica. Una obra de arte clásica, surgida de las grandes preguntas, pero sincera en sus respuestas simples: “Lo único que tenemos es el uno al otro”. No ganó el Grammy al mejor álbum alternativo (fue para The National), pero sí –otra vez el chiste– al mejor packaging. Él, que fue su director de arte, actuó el agradecimiento en un show en Sidney, que sucedía a la vez que la ceremonia. Dijo: “Cuando era chico todos me decían que lo importante era el interior. Pienso que esto es prueba de que en verdad lo que importa es lo de afuera”. Y también: “Fuck la sociedad”.