No es una fábula de barrio. Es una historia concebida en la placenta de la localidad de Libertad, al oeste del Gran Buenos Aires, y conectada al cordón umbilical de un campeón, de un invicto, de un récord. Los padres de la hazaña hasta hoy inigualable no son superhéroes conocidos. Al contrario: lo más valioso de aquel Midland del 88/89 podría ser que gente ordinaria hizo algo extraordinario. No es una afirmación antojadiza, basta con correr la mirada del pasado y enfocarla en el presente. El que ahora lleva su auto a arreglar es un muchacho común, con apellido común –Cardozo– que va ahí porque en ese taller, dice, el dueño sabe de electricidad mecánica como nadie. El tipo chiquito, pelado, es el mayor experto en encendido de motores, según Cardozo. Si no fuera porque es verdad, cualquiera sospecharía que no pudo ser lo que sucedió hace casi 30 años. Que el morocho, el que lleva el auto a arreglar siempre al mismo lugar, fue el capitán del Midland campeón de la D que ganó un campeonato invicto, que luego se extendió a 50 partidos sin perder. Y menos, muchos menos, que el otro, Alfredo, el que mide menos de 1,70 metros, fue el goleador temible que con 20 conquistas arrastró a Midland a lo que ningún equipo logró en la historia del profesionalismo en Sudamérica. “Villa era un crack, nosotros hacíamos todo para darle la pelota y él se encargaba de hacer el gol”, le cuenta Juan Pablo Cardozo a Enganche. Villa es Alfredo y lo que dice Cardozo es cierto, no es una fábula de barrio: una vez existió un equipazo al que nadie le podía ganar. 

La primera pista del mapa genético de un equipo imbatible hay que rastrearla en el torneo anterior de la D al del 88/89, en el que se consagró campeón Lugano. De ese club pasaron a Midland al campeonato siguiente el DT, Carlos Ribeiro, y seis jugadores: Miguel Zahzú, Cardozo, Julio Berón, Juan Vega, César Carrizo y Luis Coronel. Cinco fechas antes de terminar el torneo del 87/88, Lugano fue a la cancha de Midland y fue empate 2 a 2. Ribeiro, que fue atormentado por la hinchada local, cuando terminó el partido giró, miró detrás del alambrado al jefe de la barra de Midland y, como si hubiese tenido una epifanía, le gritó: “En unos meses los dirijo a ustedes y los saco campeones”. Fue peor. 

Pero un año después, la barra de Midland incorporó en su cancionero un hit en el que se nombraba al entrenador: “Que nos traigan la falopa y el Resero, de la mano de Ribeiro la vuelta vamos a dar”. “El jefe de la hinchada, que cuando estaba en Lugano me quería matar, después me amaba”, contó Ribeiro en el especial del programa Fuimos Héroes de Fox Sports, realizado en 2009. “Ribeiro era un loco de la guerra”, lo define Juan Montenegro vía telefónica. El entonces lateral derecho cuenta una anécdota, que repetirán como una letanía todos los consultados de aquel plantel: “Ribeiro llevaba puesta una campera, no se la sacaba durante los partidos. Pero cuando llegó el verano era imposible usarla. Entonces él se ponía hielo en los bolsillos internos de la campera y la usaba igual”. 

Montenegro, que a los 50 años se dedica a trabajar con cámaras de seguridad y telefonía, rememora: “Ese equipo volaba. El profe nos tenía diez puntos. En los últimos 20 minutos de los segundos tiempos robábamos”. Fue eso: un robo. Midland ganó 27 partidos y empató 9. Le sacó seis puntos de ventaja al segundo, que con el sistema actual de tres puntos hubiesen significado diez. Y además fue el que más goles convirtió (70) y al que menos le marcaron (13). La preparación física fue clave en futbolistas que ya habían amagado con un récord cuando jugaban en Lugano: aquel campeón del 87/88 estuvo invicto durante 28 partidos. El encargado de la puesta a punto de los músculos de los jugadores de Midland era Luis Lescurieux, hoy director de la escuela de técnicos de Vicente López. En esa institución se recibió como entrenador Cardozo, que cuenta con orgullo que en el curso tuvo de compañeros al Cholo Simeone y a Diego Cocca. “Éramos aviones”, dice el ex capitán.

De a poco Midland, que se destacó por cómo jugaba a ras del piso en canchas poceadas, se convirtió en un animal voraz dentro de un ecosistema con presas resignadas. En la fecha 36, a tres del final, el equipo que necesitaba un empate para ser campeón se enfrentaba de local contra Yupanqui, que necesitaba ganar para no caer en el abismo de la desafiliación. En la previa del partido, los jugadores visitantes exhibieron una bandera insólita: “Midland sos el mejor. Yupanqui te saluda”. La bestia invicta se tragó a su rival, con un 3 a 0 que no admitía concesiones.    

Cardozo tiene una memoria enciclopédica. Recuerda cada partido como si repasara el campeonato ahora mismo en Internet. Dice, y es así, que el primer gol de local a Midland se lo hicieron recién en la quinta fecha de la segunda rueda. El que rompió esa racha del arquero Zahzú (el año pasado dirigió a Atlántico FC, de República Dominicana, y lo llevó a ganar su primer título) fue Hugo Dell’Oglio, de Liniers, que sería subcampeón. Si hay una pequeña piedrita en el zapato de un equipo que puso a todos bajo su suela fue Liniers, el único equipo al que Midland no le pudo ganar: empataron ambos partidos 1 a 1.

Sin embargo, el rival que nombran estos héroes sin el bronce de los grandes cracks es Sacachispas. “Esa fue la única vez que estuvimos a punto de perder el invicto”, dice Montenegro. En la fecha 27, Midland perdía 1 a 0 de visitante y el árbitro ya había marcado tiempo adicionado. “Estábamos todos lanzados al ataque, desordenados”, aporta Cardozo. Berón lo revive en modo de relator: “Era la última jugada, vino el centro, entró Cardozo por el segundo palo, convirtió el gol y cuando fuimos a festejar, de la desesperación, la gente tiró el tejido y el tapial”. La única dosis de angustia de un campeón que ganó el torneo con una soberbia nunca vista fue paradójica: con los hinchas cayéndose encima de los jugadores que pasaron a todos por encima.

Oscar Álvarez es el Pini. En Libertad para lo único que usa su nombre y apellido es para hacer trámites. El Pini es el que menos jugó en aquel torneo 88/89: apenas un partido. Pero se siente tan campeón como el resto y una pieza clave en un sentido: “Yo jugaba en la Reserva y éramos los sparrings de la Primera. Montenegro revela un secreto: “No perdíamos ningún partido, pero en las prácticas a veces nos ganaba la Reserva”. Y arriesga una ucronía, quizás exagerada: “Si la Reserva jugaba el torneo de Primera, creo que salía subcampeona”. 

Después del título, la base de jugadores que hizo el recorrido Lugano-Midland se fue a San Telmo. Los que se quedaron en el equipo de Libertad, ya en la C, arrancaron con la herencia de 40 partidos invictos (dos pertenecían a la temporada 87/88: el récord se inició con el triunfo 3 a 1 ante Fénix en la fecha 37, el 20 de febrero de 1988) y con un nuevo entrenador, Ricardo Della Vecchia. Montenegro era uno de los futbolistas que se quedó para extender el invicto a 50 partidos. Pero el día en que Midland perdió después de un año, seis meses y 26 días, él estaba lesionado: “Vi ese partido desde la platea. En ese momento no me di cuenta de lo que significaba esa derrota. Es que nosotros no tomábamos dimensión del invicto”. En el comienzo de la temporada 89/90 Midland ganó siete partidos y empató tres. Hasta que ocurrió el gol maldito de Germán Melo. El 9 de septiembre de 1989, Sarmiento consiguió lo que parecía imposible: que Midland se fuera de una cancha con una derrota. Raúl Ramírez hoy es encargado de edificio y junto con Oscar Maidana (es pintor y vive a una cuadra de la cancha de Midland) son los únicos que jugaron en los tres torneos que abarcó el invicto completo. El Rata Ramírez, que jugaba de 2, da 30 años después su impresión de la jugada que fijó el tope de la racha: “El arquero de ellos sacó largo y la pelota me venía a mí, pero se me cruzó Hugo López, que no llegó a rechazar. A mí me descolocó su movimiento y le pifié a la pelota. Le quedó a uno de ellos (Melo) y se fue mano a mano. Todavía lo estoy puteando a Hugo”. 

El récord mundial de partidos sin perder es un tesoro de África. El ASEC, de Costa de Marfil, se mantuvo 108 encuentros sin derrotas entre 1989 y 1994. Los ex futbolistas de Midland, sin embargo, se miran en el espejo del Steaua de Bucarest. El equipo rumano que perdió la final Intercontinental contra River (1 a 0, en 1986) acumuló 106 partidos invicto en su liga entre las temporadas 1985/86 y 1989/90. Peñarol alcanzó la marca de 56 sin perder, entre 1966 y 1968. Pero no fue un invicto solo de liga, como el récord sudamericano de Midland. El equipo uruguayo lo logró con el bonus track de las Copas Libertadores e Intercontinental.

Las fotos en sepia de un equipo que hizo historia suelen tener una camiseta intrusa. En aquel torneo del 88/90 Midland solía jugar con una camiseta celeste, en vez de la tradicional blanca con una banda azul atravesada en diagonal. “Era Adidas, no sé porque era celeste pero nos gustaba”, dice Pini Álvarez, ahora empleado municipal. En el pecho estaba estampada la publicidad de Tostadas Mendes, la empresa de un directivo del club de esa época. “No tengo esa camiseta”, se lamenta Cardozo. Tampoco sabe el porqué de esos colores Berón, que hoy trabaja como camionero haciendo el reparto a supermercados, de 2 de la mañana hasta el mediodía. Después de una siesta, el Chulo recupera energías para hacer lo que más le gusta: volver a ponerse la camiseta (tradicional) de Midland. Él, Cardozo, Seoane, Coronel y Álvarez juegan en el Senior del club de Libertad, dirigidos por Montenegro. Ramírez los va a ver; no puede jugar porque el año pasado tuvo un infarto. Es la manera de todos de reencontrarse con el pasado, de hacer lo imposible para sobrevivir al olvido. “Estoy gordo, tratando de volver”, se sincera Cardozo”. “Hay alguno pelado, otro con panza, otro con más cara de viejito, pero estamos. Lástima que Villa no pueda jugar, porque lo operaron de la cadera”, se lamenta Montenegro, ahora con ojos de entrenador. De algún modo, también, es la reinvención de un grupo que siente que no es reconocido como debería. Que la épica de ese campeón invicto no fue coronada con homenajes merecidos. Lo dicen en voz alta, pero es un detalle. Les alcanza con el recuerdo de la gente, que llenaba todas las canchas y veía los partidos hasta arriba de los techos de las casas. En la profundidad de sus soledades, donde solo hay silencio, los jugadores del invicto dorado saben exactamente lo que hicieron: lo que nadie jamás pudo repetir. 

Cristian Flores