"El hip hop es un movimiento cultural que arrastra expresiones de protesta, de movimientos sociales; para mí es muy importante que los chicos se empapen de esto porque les permite dejar de lado una banda de cuestiones y de problemáticas. Es darles una herramienta para que puedan canalizar todo eso", le dice Lulita Tamagno a Rosario/12 y automáticamente se corre del centro de la entrevista. Es un rasgo notable para una chica de 20 años, que vive en barrio Las Flores, que ha elegido el rap como vía expresiva, con reconocimiento entre sus pares y allegados. Lulita está trascendiendo como figura en el ámbito, pero lo hace a la par de una mirada crítica que es también de acción sobre lo que pasa en su barrio, al que tanto quiere.

"A mí me pasó, yo arranqué a fines de 2013. De chica escribía en un blog que se llama Café quemado, en donde todavía escribo. A través de un amigo que hacía freestyle me empecé a involucrar mucho con ellos, y vi que los versos que yo escribía encajaban con el ritmo de los raperos. Me empezó a gustar la idea de que yo podía hacer música, de que tenía ese don para expresarme. Me encontraba con que ahora no sólo hacía contenido para lectores sino también para oyentes. Es algo que me apasiona. Crecí en una estructura familiar en donde todos ponían las fichas sobre mí, porque tenía la posibilidad de hacer un secundario tranquilo y de ingresar a la facultad, algo que en mi familia nadie tuvo. Así que fue muy fuerte llegar al diálogo y poder decir que me quería dedicar a hacer arte. Hubo miradas, incomodidad, hasta que las cosas se dieron. Creo que cuando uno hace lo que quiere, el mundo conspira a tu favor", explica Lulita.

 

"Los hombres idealizan a una mina rapera, con remera ancha y visera. Cuando me ven con un vestido me dicen: '¿sos rapera?'"

 

Las canciones no tardaron en aparecer; con modestia, Lulita cuenta que su primer tema Seis noches de café‑ "tuvo bastante éxito, con alrededor de 100 mil reproducciones (en YouTube), no es mucho, pero para el under es un público importante. Me empecé a dedicar, a sacar un tema tras otro, me llegaban mensajes de México, Brasil, Chile, de chicas que me seguían como referente del movimiento del hip hop. Hasta que un día me llegó una llamada súper importante, todavía no la puedo creer, de Mustafá Yoda. Resulta que estaba trabajando junto a los chicos del Centro de Investigación Aplicado a la Música, en Tecnópolis, para hacer un compilado de raperos de distintas partes del país. Había quedado seleccionada por Santa Fe, para escribir la temática que quisiera dentro de instrumentales que no eran típicos del hip hop. Yo elegí la temática de Ni una menos, sobre un instrumental que me hizo Bruno Arias. El proyecto no se pudo finalizar por problemas de presupuesto y cambios políticos, la música lamentablemente siempre se ve atravesada por estas cuestiones, eso fue en 2015. Nos dieron un taller de letras, nos formaron y capacitaron. Hacer música no es un chiste, uno da mensajes, y el contenido es muy susceptible a la gente, hay que saber a qué público uno se dirige, quién escucha, pero no hay que dejar de ser uno, es una combinación de factores que hacen que uno sea auténtico sin generar malos entendidos".

Ratificás una identidad, de barrio y de mujer, en un ámbito -el hip hop‑ que no sé si le da mucho lugar a la voz femenina.

‑La mirada machista está en todas partes y mucho más en la cultura del hip hop. Los hombres idealizan a una mina rapera, con pantalones, remera ancha y visera. Cuando voy por la calle con un vestido me dicen: '¿sos rapera?' La verdad que llevar la bandera rapera es difícil dentro de la cultura del hip hop, así como es más difícil llegar a productores, porque la mayoría son hombres y muchas veces se confunden las cosas. Yo llevo adelante la lucha de las mujeres de barrio, que tienen una misma rutina, que no pudieron estudiar, de las pibas que nacen con la cabeza puesta en crecer y morir en el barrio. La mayoría de las pibas de mi barrio no conocen el Monumento a la Bandera, y es triste. Si bien me costó mucho, en el barrio hoy me respetan. Al principio, tenía que lidiar con los comentarios de los vecinos: '¿cómo puede ser rapera?', 'seguro se droga', 'anda en la plaza con cualquiera, a la noche, rapeando'. Empecé yendo a Buenos Aires, con unas pocas monedas, allá rapeaba en los subtes, me traía plata. Era independiente en ese sentido, siempre tuve coraje para subir a un bondi y ponerme a rapear. Nunca me faltó nada porque siempre tuve al hip hop.

 

"Si bien me costó mucho, en el barrio hoy me respetan. Al principio, tenía que lidiar con comentarios muy negativos."

 

Que te debe transformar, tu personalidad al momento de hacer música se nota muy fuerte.

‑Yo divido mucho lo que es Lulita con lo que es Lucía, somos idénticas, nada más que Lulita tiene el coraje para llevar adelante la lucha que sea. El año pasado me llamaron de la Municipalidad para hacer talleres de hip hop: doy talleres en la Estación y en Casa de Cultura. Mi vida está atravesada por historias de calle, así que me propongo enseñarle a los pibes a componer una canción, para distenderlos, distraerlos, sacarlos un poco de la historia de calle.

Lulita saca de su bolso un papel con la letra de la canción que compuso con su grupo de talleristas, pide permiso y lo canta. Entre sus palabras se asoman rimas tales como: "Me dijeron que volar con compañía no se puede, por eso quise estar solo, aunque a veces me hiere. La droga que me sedaba y que el corazón me aceleraba, ahora no me hace nada y antes sentía que volaba. Me gustaría escribir la mejor canción del mundo, de que vean que los guachos también piensan profundo. Profundos como el mar y valientes como yo. Hablan de los pibes, van y viene cual yo‑yo. Y ahora que lo pienso no le encuentro sentido porque quiero descansar y se me acelera el latido. Soy un pibe joven con el corazón partido, son diecisiete años y la mitad me sentí vivo. Este es mi desahogo, cuando yo salí del lodo, al fin me quité la soga que me aislaba de todo. Esta soga no se quiso desatar pero a pesar de esto nada me puede frenar. Mientras siga vivo yo seguiré al mando, porque no callaré mientras esté sonando. No soy el rapero más grande del país, solo tengo letras y mensajes para decir".

"Es un trabajo en el que hay que ser bastante fuerte, porque uno nunca sabe lo que quieren escribir los chicos. Me encantaría hacer proyectos culturales en mi barrio, y en San Martín sur, porque es un barrio que lo necesita, donde solamente hay un centro de salud", agrega Lulita.

-¿Hay un disco en camino?

‑Va a haber un disco y lo voy a empezar a laburar con Andrés Dussel, un productor de Buenos Aires, el mismo con el que trabajé el rap de "Ni una menos". El final de esa canción tiene los nombres de las chicas desaparecidas hasta ese momento, y Andrés tiene una capacidad enorme para ser productor. Tanto es así que al momento de gritar los nombres me largué a llorar, de la emoción que sentía. Uno de los casos que más me marcó a mí fue el de Sofía Herrera, yo veía por todos lados su nombre y crecí con la incertidumbre de saber qué habrá sido de su vida. Cuando me tocó decir esa parte me sentí la voz de ella, la voz de las pibas que no están. Paso mucho riesgo a la noche, entre tantos pibes, es peligroso, el under es así, es sobrevivencia. Así que me pongo en el lugar de las pibas todo el tiempo. Mis temas son mi lado más sensible y mi lado más fuerte, porque puedo plantarme y decir: 'loco, conmigo no se juega, éste es mi contenido'. Yo quiero ser esto, pero también el entorno no me ayuda. Al nacer en la periferia, uno está condenado a estar en la periferia. Una vez, uno de los chicos me dijo que el rap lo hacía sentir persona, y eso fue muy fuerte. ¿Qué es sentirse persona? Nací con una luz, así me siento. Y siento la necesidad de tener que iluminar a estos pibes- concluyó.