Como el mismo miedo, que rompe todas las estructuras, la obra que protagoniza en Buenos Aires el cantautor catalán Albert Pla –en un universo creado por el colectivo de artistas Mondongo– no se sabe si es circular o si respeta la cronología de la narrativa clásica, con el principio anclado en la infancia, mágica y terrible. Miedo quiebra categorías, rompe los géneros, instalando nuevos: realidad virtual, teatro multimedial, artes visuales en formato cine, escenografía compuesta por miles de planos donde un hombre con una voz de una ternura infinitamente demencial nos guía en su relato, que es su vida, que es su muerte y que es su arte. 

Tampoco aquí las categorías se respetan: la muerte y la vida juegan de forma continua y dialéctica, desmitificando infancias adorables, padres correctos, parejas amorosas y mundos perfectos. Miedo, como genera el mundo en el que vivimos, las personas que amamos, nosotros mismos, y la vida.

El director Pepe Miravete y los productores Pedro Páramo y Diana Glusberg encontraron en la dupla Pla- Mondongo un maridaje potente. Albert Pla tiene una trayectoria de más de 30 años, en la que el catalán combina música y actuación en puestas en escena que desde el comienzo han sido su sello. Quizá sus discos más conocidos sean No sólo de rumba vive el hombre (1992) y Supone Fonollosa (1995) pero Pla no se quedó quieto después de sus éxitos de los ‘90: La diferencia  de 2008 y Somiatruites de 2011 también son notables. Escribió canciones para las películas El día de la bestia de Álex de la Iglesia y Carne Trémula de Pedro Almodóvar. Participó en obras de teatro y en películas: la última, El rey gitano de Juanma Bajo Ulloa. La unión entre música y teatro con semblante multimedia tampoco es una búsqueda reciente en Pla: ya lo hizo en Canciones de amor y droga, El malo de la película o los últimos espectáculos con el guitarrista Diego Cortes PP (Pla y Poltrona) donde combinaba canciones con números clásicos de payasos.

Homenaje, crítica y placebo

“Desde que sé que estoy muerto, ya nunca me pongo enfermo”, se escucha en Miedo. La obra va a contrapelo de todos los estereotipos y placebos que ofrecen las teorías new age y healthy con la que nos bombardean de forma continua desde los medios masivos de comunicación y las redes sociales: ni ser un runner, ni meditar, ni hacer mindfulness, ni tener un cuerpo perfecto, ni “soltar” el pasado como si fuese un globo, ni lo que sucede conviene. Lo que sucede es tremendo, siniestro, es este mundo con sus complejidades, perversiones, desamores, desencuentros y guerras. Eso que  insisten en negar, la instancia trágica de la vida, esa es la faceta que Miedo nos recuerda. Como nos enseñaron los griegos (Pla está vestido con una túnica helena) no sólo es inútil negarlo, sino que vivir sin esa conciencia desmerece la vida, nos debilita.

Desde allí canta Pla: “Canta, canta, no dejes de cantar, si dejas de cantar te morirás”. El arte como amparo, como única posibilidad de seguir cuerdo y con cuerda en este juego. Creando, inventando nuevos caminos, proponiendo pequeñas nuevas formas, dando voz a otras. Tal vez por este motivo la única escena que no se comprende es aquella donde se critica a los museos y al arte contemporáneo. La parte menos lograda de la obra, confusa en su propuesta, y contradictoria, porque Miedo es una obra donde el arte, todas las artes, son las que conforman el vértice mágico y transitable del mundo, las que nos dan aire y nos permiten comprender, respirar y viajar: los cuentos clásicos (Alicia en el país de las maravillas con sus bosques y sus metamorfosis es una cita permanente; Caperucita roja, esa niña mancha roja que persigue como un fantasma y como una salvación a Pla durante toda la obra); la magia del teatro; la potencia de las artes visuales; la música como medium. Miedo es un homenaje al arte.

La belleza y lo tremendo

El colectivo Mondongo –compuesto por los artistas Juliana Laffitte y Manuel Mendanha– trabaja con una altísima calidad en sus técnicas y materiales y una potencia deslumbrante desde 1999. La relación entre materialidad, concepto e imagen es sello de sus obras.  Una estética tan original, fuera de escala y convocante como perturbadora y crudamente política. De alguna manera, las temáticas comparten con Pla su contenido y sus formas.

Caperucita fue uno de los primeros trabajos de Mondongo, Serie Roja  (2004-2007), en el que realizaron una relectura del clásico de Perrault con Plastilina para un contemporáneo, irónica versión post freudiana del cuento. Entre sus hitos le siguieron Black Series, del 2004, galletas con reproducciones pornográficas levantadas de Internet, ampliadas y ofrecidas como caramelos para las amas de casa o el espectáculo Merca (Blow, 2005), en el que sus ilustraciones fueron mostradas a través de fragmentos tridimensionales del billete de dólar, bordadas con hilo y clavos, flotando en el aire, como objetos congelados de deseo.

Miedo reúne un poco de lo mencionado en la carrera de los dos artistas, pero con la particularidad de ser en este caso una proyección virtual, donde Pla transita con su voz y sus gestos como un actor concentrado aunque despreocupado. Más allá de la escenografía, más allá de cualquier error de movimiento, la potencia de las imágenes y las plegarias negras, lúdicas, de Pla, no dejan lugar para perderse.

Compuesta en tres dimensiones con aires futuristas, en un escenario que parece un museo-cine, las artes clásicas son revalorizadas en una puesta de una enorme belleza pictórica y poética, tan real como virtual, donde pocos podrían moverse como lo hace Pla, pez en el agua de universos psicomágicos, tan siniestro como sublimes. Su voz es el hilo que va guiando, una voz de adulto que conserva vivo a su niño, el que le permite cantar, el que le permite jugar, el que le permite vivir, por más asustado que esté.

La tensión surrealista entre la belleza y lo tremendo es permanente. Padres que maltratan a sus hijos, niños que deambulan por infancias con imaginarios siniestros, adolescentes en medio de guerras, adultos adictos que repiten las escenas tenebrosas: como Caperucita, amenazados permanentemente por lobos ficticios, como Hansel y Gretel, perdidos en un bosque que deviene laberinto oscuro, como la Bella Durmiente, sola, esperando un beso que la salve, pero que nunca llega.

La niña-voz que guía a Pla es la voz de una Caperucita tan preciosa como tenebrosa en su repetición y su saber, roja como la sangre, que le da al artista una carta para sobrevivir, una idea para sostenerse, un impulso para mantenerse vivo, cantar, eso que Plá hace en un borde de humor, juego y tristeza, un canto que nos lleva al miedo, al desamparo, a la locura, a la vida.

Miedo se puede ver hasta el domingo 11 de marzo, de jueves a sábados a las 21 y domingos a las 20.30, en Teatro Regio, Av. Córdoba 6056.