“Yo escribía desde muy chico pero a escondidas, como si me drogara” cuenta Mariano Tenconi Blanco. Esa sustancia debe haberlo estimulado mucho, ya que a pesar de haber terminado la carrera de Ciencias económicas rapidísimo y haber conseguido trabajo a la velocidad de la luz, dejó todo para dedicarse a escribir teatro. Diez años más tarde y con más de diez obras estrenadas, el volantazo parece una iluminación. Tenconi se hizo lugar en el teatro porteño con un trabajo constante que lo fue revelando a la vez que como una voz nueva, como una aparición definitiva y singular, con hábitos raros, como perfilar sus obras en un cuaderno, en bares de viejo, a la luz de un farol de whisky. Primero en Buenos Aires, pero luego también en Uruguay, Chile, Colombia, Perú y Estados Unidos. 

Pero todo esto empezó tiempo atrás, como una fuerza muy fuerte y genuina. Tenconi lo dice: “Vengo de una familia de clase trabajadora, y el arte era un lujo que uno no podía permitirse. Fui el proyecto familiar del tan ansiado ascenso social, graduándome en la Universidad muy joven. Un día decidí, para decepción de todos, abandonar esa vida de estabilidad laboral y proyecto de casa-auto. Como toda ruptura fue un estallido en mi casa, pero luego comencé a buscar mi rumbo. La primera vez que fui a un taller de escritura, no sé por qué, fui a uno de dramaturgia: el de Alejandro Tantanian. Él me contagió el amor por el teatro”. Un amor con todos los componentes de la adicción severa, ya que Tenconi desde que empezó, no se detuvo nunca. 

Este domingo reestrena, después de pocas funciones a fines del 2017, Todo tendría sentido si no existiera la muerte, una obra rotunda, de muchos modos extraordinaria. Su texto, escrito por Tenconi, fue ganador del prestigioso Germán Rozenmacher y con el esfuerzo de cinco instituciones argentinas y uruguayas, se llevó a escena. Un trabajo que retoma lo mejor del teatro argentino y lo lleva a un espacio nuevo, no transitado, donde el feminismo se puede encontrar con la comedia de puertas, la pornografía con las enfermedades terminales, la problemática del aborto con la nostalgia del VHS, Manuel Puig con Darío Vittori, Boogie Nights con Sharon Olds. Un texto poderoso y unas actuaciones de lo mejor que se puede ver arriba de un escenario, en una puesta de más de tres horas de duración que –lo más sorprendente de todo– llevaron al teatro mucho público. Se reaviva la pregunta ¿Puede el teatro independiente ser popular? 

Puede. 

EL TEATRO ES MI FUTURO ETERNO

Cuando se le pregunta por sus maestros, si bien el recorrido fue más largo, Tenconi no duda en mencionar a Ricardo Bartis y Alejandro Tantanian como los nombres clave. Con el primero estudió actuación y aprendió a mirar (dirigir); con el segundo, dramaturgia. “Bartis me decía que actuando era un idiota pero mirando era muy inteligente, entonces al principio actuaba igual, pero después ya no tanto porque él encima ¡me criticaba más que a los demás! Él quería que actúe igual, pero a mí me hizo darme cuenta que no tenía tantas ganas. ¡Lo digo agradecido! Y ahí se conectó que yo escribía y miraba a mis compañeros, así que ahí dije: Listo. Escribo una obra y la dirijo”.  

El arranque fue, claro está, con sus compañeros preferidos del Sportivo teatral, con quienes empezó a ensayar sus propios materiales. Después de algunos experimentos más pequeños, la primera obra concluida fue Montevideo es mi futuro eterno (2011) y la segunda Lima Japón Bonsai (2012): bastante a contracorriente de lo que se podía ver en ese momento en Buenos Aires –y en éste también– partían de ciertas preocupaciones políticas. Ambas tomaban como punto de partida un hecho histórico vinculado a las guerrillas latinoamericanas, sobre el que luego la pieza se daba muchas libertades, para narrar finalmente, otra cosa. Montevideo… contaba en clave comedia musical zitarrosesca el asesinato del agente de la CIA Dan Mitrione en manos de Tupamaros en 1970, más una historia de amor, surgida del modo más improbable, en sus mismas filas. Lima… reescribía de modo minimalista una acción del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, la toma de la mansión del embajador de Japón en 1996, que culminó con la muerte de todos los guerrilleros involucrados; claro que aquí solo estaban la hija del embajador y un guerrillero, que como no podía ser de otro modo, se enamoraban perdidamente. Las citas se mezclaban como en una coctelera ansiosa: el drama incaico Ollantay, el manga, Wendy Sulka y La Tigresa de Oriente, el teatro kabuki y el noh, entre otros ingredientes.

En ambas obras también se destacaba un elemento que luego pasó a ser la marca de autor de Tenconi Blanco: la invención de un argot, un lenguaje particular en el que los personajes se expresan y que si bien toma como punto departida una oralidad determinada, continúa en un disparatado y poético rumbo propio. En Montevideo el habla era una reconstrucción más bien del léxico característico charrúa, y en Lima, el dulce tono peruano se exacerbaba en reveses novelescos y militantes. Siempre esas jergas eran tomadas de un modo más que antropológico, divertido, juguetón. Él cuenta: “En mis primeras obras tenía una preocupación por el lenguaje bastante intensa. Después esto explotó con La fiera y luego lo abandoné. Me gustaba y me gusta trabajar con un lenguaje que está en la realidad como materia prima, pero ofrecerle a ese lenguaje un salto poético. Como hace el poeta Mariano Blatt que toma un lenguaje de la clase baja, pero por construcción le da un salto. Y a la vez por asociación les permite a los chicos de esa extracción aparecer en instancias que la estigmatización de los medios ni muestra, como tener un romance, disfrutar una cerveza. Es algo que le interesó a otros dramaturgos de mi generación como Maruja Bustamante en Paraná Porá, o Nacho Bartolone en todas sus obras. Creo que es una de las cosas más hermosas que tiene el teatro, poder inventar un nuevo lenguaje. En el cine sería un barroquismo insoportable, en la novela está el narrador con otras demandas. En cambio en el teatro, como lo que se escribe es para ser dicho, es totalmente favorable para inventar una voz, casi diría un idioma”. 

DIME CÓMO HABLAS

Y todo este universo, este modo de escribir y pensar el teatro, explotó con La fiera (2013). Allí llevó el procedimiento de lenguaje al extremo, ya que se trataba de un monólogo protagonizado por la intensa y dotada actriz Iride Mockert, en el que cierto tipo de habla norteña se recreaba desde su costado más arcaico, a la vez que se actualizaba un poco arbitrariamente, una fusión de argots de distintas clases: el Eizejuaz de Sara Gallardo encontrándose con La piel del caballo de Zelarrayan o con los más actuales poemas de Washington Cucurto. La obra fue un verdadero éxito de público, críticas, giras y premios, como el Trinidad Guevara, Premios Hugo y los Teatro del Mundo. Hay un detalle central: desde este trabajo en adelante Tenconi cerró un equipo, la compañía Teatro Futuro, compuesta junto a la productora Carolina Castro y el músico Ian Shifres, las dos patas que sostuvieron de ahí en más todas sus obras. En todas, la música es uno de los más elaborados recursos centrales; y en todas, la producción se tornó clave, para que las carencias del modo de producción característico del off no las tocara ni de cerca. ¿Cómo hacer teatro independiente y crecer? Es una pregunta que se hace la compañía Teatro futuro. Desafiar el lugar al que la industria cultural relega al teatro Off, con imaginación, valentía y mucho trabajo. 

¿Qué más conspiró para que la obra encontrara su público y fuera tan bien recibida? Una combinación de elementos diversos, que fueron nueva y evidentemente, un cóctel explosivo: el comic y la comedia musical (la actriz cantaba y bailaba cumbias, rap, baladas) pero también el género chico criollo, el cine de súper acción, la película de culto La mujer pantera de Jacques Tourneur y cierta inquietante leyenda. En la selva tucumana, una fiera comenzaba a asesinar hombres. Se trataba en verdad, de una auténtica mujer tigre, que había adquirido sus poderes por medio de un ritual ancestral. Ella quería vengarse de los hombres abusadores, los verdaderos inhumanos, los verdaderos salvajes. 

Él lo analiza así: “Con esta obra creo que confluyeron cosas: era redondita, intensa, poderosa, acerca de un tema que nos dolía a todos y sobre el que se estaba generando un interés creciente. Seguramente la obra tenía una eficacia, pero también había algo del tema, del contexto, que hizo que tuviera más poder o dialogara de una manera más intensa con el momento artístico y social que otras, o que esa misma obra en otro momento. Yo lo sentí como un camino, peo también como una estación a partir de la cual yo era otro”.

Tenconi dice que después de La fiera no quiso hacer más obras con argot, que se le había convertido en una costumbre, un camino transitado. Lo que siguió fue distinto. ¿O no tan distinto? “En Todo tendría sentido… por ejemplo el modo en que hablan los personajes es una construcción literaria total. Yo no se si alguna vez las mujeres hablaron así... es una voz literaria. Y si alguna vez hablaron así, como estas señoras, seguro que no fue en los ochenta, cuando transcurre la obra. Es un invento de la literatura, el radioteatro y los folletines, y luego nos la empaquetó y regaló a todos Manuel Puig”. 

UN ESCRITOR TEATRAL 

Pero todo empezó y siguió por la escritura. Esa droga que lo hacía escribir  –y ensayar y estrenar– una obra por año, a un ritmo muy difícil de sostener en el teatro independiente argentino, más con la vara que las obras de Tenconi venía demostrando. Después de La fiera vinieron otras dos piezas, muy distintas entre si como Las lágrimas (2014) un melodrama televisivo y pop, que rondaba la cuestión de los hijos apropiados en la dictadura y la participación civil en tales crímenes; y Futuro (2015) una obra quizás más conceptual, con una banda de rock de chicas que tocaban y reflexionaban sobre arte, en un mismo escenario. En ambas se hacía muy presente el cranear del dramaturgo sobre un universo determinado, la sofisticada invención, el devenir de una gesta literaria iniciada mucho antes de llegar a la puesta. Es que Mariano Tenconi es fundamentalmente un escritor. 

Algo de esto se confirmó en 2016, cuando fue seleccionado junto a otros escritores de diferentes partes del mundo para participar de la residencia del International Writing Program de la Universidad de Iowa, el programa de escritura más antiguo, prestigioso y grande del mundo. “La idea de que los dramaturgos son antes que nada escritores, y forman parte central de la literatura de un país es una idea que tengo desde siempre. Primero creo que algunos de los mejores escritores de la historia son dramaturgos, Shakespeare por empezar y siguiendo por Brecht y Chejov. Claramente la materia escrita del teatro es parte central de la historia de la literatura”. En este punto Tenconi es intransigente y no parece errado. La dramaturgia debe ser apreciada en el marco de las textualidades de una época. Y es algo sobre lo que se va dando una conciencia creciente. 

Él cuenta: “Me pasa que el teatro que más me gusta es el que está escrito por escritores o escritoras con un refinamiento, con un trabajo por el lenguaje, una hipótesis poética, una concepción estética muy fuerte, que haga que leer la pieza sea poderosísimo. Me inscribo en esa forma de pensar la escritura teatral. Cuando escribo teatro, leo de todo, pero más que nada poesía y narrativa. Es decir, escribir es escribir, más allá de los géneros. En Iowa a nadie le pareció que éramos escritores de segunda los dramaturgos. Éramos todos escritores: unos escribían poesía, otros teatro, otros narrativa. De hecho me di cuenta de que en Argentina se los trata bastante mal a los poetas, porque allá eran casi los primeros en el escalafón”. Muy cierto. 

Mariano Tenconi escribe prácticamente todo el día. Una dedicación que se interrumpe únicamente para dar clases o ensayar. El resto del tiempo, dice “estoy en el texto”. La constancia de sus obras y la profundidad de sus planteos estéticos es posible solo para una persona que se dedica al teatro tiempo completo. Es común verlo con su cuaderno y un whisky en el mítico bar Varela Varelita, donde además, lo quieren y valoran: algunos de los posters de sus obras están pegadas cerca del techo. 

Por supuesto se encarga de aclarar que no se considera tampoco “un escritor que dirige”, que le importa muchísimo la actuación y la puesta en escena, pero una cosa no quita la otra. Y ese compromiso con la escritura, con el trabajo, son en el caso de Tenconi, su mayor particularidad: “Yo llevo una suerte de celibato en torno al teatro. No podría tener una relación hipócrita con el amor de mi vida. Paso escribiendo gran parte del día. Vivo en un departamento tipo celda franciscana. No entran más los libros, estoy por sacar el único cuadro que tenia. Vivo para esto, no tengo demasiado más. El teatro es lo que más me gusta en el mundo. A veces pienso que el motivo es que como empecé de más grande, después de hacer otra carrera, tengo este entusiasmo semi febril. Una militancia definitiva respecto a eso. El año pasado no escribí tanto pero con los ensayos de Todo tendría sentido era la misma locura. Pensaba en hacer todo lo posible, restarle tiempo a todo y eso me hacia sentir bien. El otro día un amigo director me decía ‘yo no soy como vos que preciso el teatro para ser feliz. Yo estoy contento con mi vida’. Me lo decía como chicana, pero en algún punto tenia razón”. 

LA MORIBUNDA

Y todo este recorrido se fusiona, confluye y explota en Todo tendría sentido si no existiera la muerte. El argumento de la obra es sencillo: a finales de los 80 en un pueblo del interior de Buenos Aires, una maestra de escuela se entera de que tiene una enfermedad terminal. Como última voluntad decide filmar una película pornográfica. Ella es María y está rodeada de un universo cerradamente femenino: Su hermana Nora, su hija adolescente y su nueva amiga Lili, la singular dueña del video club. La amistad, la maternidad, el deseo y el sentido de la vida, son algunas de las cuestiones se van sucediendo en las más de tres horas de duración. “Si yo tuviera dinero, pediría que me congelen y me despierten cuando ya sepan cuál es el sentido de la vida” dice María en la primera escena. A lo largo de la obra, esa pregunta intenta desentrañarse y la respuesta no es filosófica, sino política y estética. Todo tendría sentido si no existiera la muerte es una obra de teatro íntima y a la vez épica, como si Manuel Puig hubiera sido el guionista de una película de Paul Thomas Anderson. Una mujer que se da cuenta del sentido al final, al encontrarse con su deseo y llevarlo a término. Como si fuera el resultado del cumplimiento de la consigna feminista de estos tiempos: “nos mueve el deseo”. 

La escenografía es apabullante, el vestuario está realizado con sensibilidad, la iluminación renueva permanentemente lo que miramos, pero es la actuación la que hace de esta obra una experiencia única. Su protagonista, Lorena Vega, es responsable de un abanico inmenso: desde la fragilidad de un cuerpo muy enfermo va hacia la picardía, el desenfado, en una actuación muy precisa y de mucha creatividad. Maruja Bustamante es todo acierto y carisma, es la rupturista de los momentos dramáticos, con un personaje tierno y al mismo tiempo dark, que pone en palabras el nihilismo de una pieza en la que sabemos desde el principio, al final alguien muere. Andrea Nussemaun y Agustín Rittano son excelentes, raros, intensos, no se pierden oportunidad para meter un chiste, un gesto, todo está actuado y llevado a la enésima potencia. Los jóvenes Juana Rozas, Bruno Giganti no se quedan atrás y aportan su frescura a la escena. 

En todas sus obras Mariano Tenconi pone como protagonistas a mujeres, pero en esta es quizás donde más adelante aparece este universo emocional en un estado acuciante, de fragilidad y entereza. Y las voces de esas mujeres –las charlas entre las hermanas, entre la madre y la hija, o entre ella y su amiga nueva, que la estimula a nuevos pensamientos sobre si misma y el mundo– se oyen tan literarias y auténticas, tan queribles y empáticas. ¿De donde viene eso? “Hay un universo ficcional que uno trae como una suerte de mito de origen. Y en mi caso, es que yo tuve una presencia femenina en mi casa fuerte, viví siempre con mi mamá y mi abuela. Ella tenía un lenguaje particular porque vivió en la frontera de Uruguay con Brasil, fue muy poquito a la escuela y hablaba un portuñol medio raro. Yo creía que los uruguayos hablaban así y cuando fui a Uruguay me di cuenta de que no, así habla mi abuela. Mi mamá y ella miraban mucho la telenovela de la tarde, y yo la miraba con ellas, o muchas veces mi mamá trabajaba y mi abuela le contaba. Tengo muy escuchadas sus voces contándose eso. Puede haber algo inconsciente respecto a la ficción asociada a las voces de ellas”.  

Y entonces hay algo de María mirando los VHS de porno “para señoras”, su amistad con la dueña del video club, y finalmente el deseo de filmar y protagonizar una película pornográfica que empieza a ser mucho menos disparatado como idea. ¿No se trata, al fin y al cabo, de irse a vivir adentro de esa película o esa obra de teatro que imaginamos, que soñamos, y que si no existe hay que hacerla?

Como cierra Mariano Tenconi Blanco: “Para mi el teatro es lo mejor del mundo. Algo que me gustó de hacer esta obra fue hacer una obra grande en el mejor de los sentidos. Con mucho texto, mucho humor, pero a la vez con conflictos que atraviesan a cualquier tipo de espectador. El mozo del Varela vino a verla y cuando fui a la noche siguiente a tomar el whisky me abrazó llorando. Entonces me dan ganas de volver a pensar el teatro para trescientas personas. Porque a la vez la obra es grande. No son diez espectadores, la obra dura poquito, todo ínfimo. Pareciera que el teatro, frente a otras ficciones que parecerían haber tomado el centro, se pusiera en un lugar donde no molesta. Hago esto pequeñito en este rincón. Y en ese punto, algo bastante osado de la obra, y en la que nos encaramamos todos los que la hicimos, fue apostar a algo que podría haber ido al mayor de los fracasos. Pero que a la obra le vaya bien es una reafirmación. No teníamos que quedarnos en un rinconcito. Entonces pienso que el teatro es buenísimo, no reemplazable por nada y a veces somos nosotros los que creemos que bueno, no le importa  a nadie. O esos chistes que se hacen entre teatreros, el teatro está muerto. No siento que sea así. Creo que el teatro sigue teniendo un poder enorme, que hay obras que pueden ser un suceso cultural y que está bueno tratar de lograr que no pierda poder”. 

Hacer que el teatro ocupe el resto de la vida.

Todo tendría sentido si no existiera la muerte, Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, Av. Corrientes 2038. Del 15 de febrero al 17 de marzo. Jueves, viernes y sábado, 20 h. Entradas $130. Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1562. Del 23 de marzo al 29 de abril, viernes, sábado y domingo, 20 h. Entradas desde $130.