El registro del grabador marca dos horas de conversación. ¿De conversación? Más bien de monólogo. Walter Vargas casi no deja lugar a las preguntas. Habla y habla, resulta imposible meter un bocadillo. Pareciera saber de todo, pero nunca sabrá cómo empezó su amor por las palabras. En la familia Vargas no existía el hábito de la lectura y mucho menos el de escritura. No bien aprendió a leer, a los cuatro años, escribir se convirtió en su devoción. Se le hizo costumbre. “Me es imposible pensar sin escribir”, comenta, a los gritos, fiel a su estilo. Tiene una preocupación muy grande por el buen decir. Piensade forma escrita. “Recuerdo cuando redacté en primer grado una composición para un acto del Día de la Madre, la maestra se fue corriendo a dirección. Me había asustado. Pero le había gustado tanto que le propuso a la directora que la leyéramos al público. Eso fue algo que me marcó”, dice con una sonrisa.

Todos los días Walter observa a los libros.Interactúa y se refugia en ellos. Agarra uno, lo mira y lo vuelve a acomodar con una precisión milimétrica. Los libros gobiernan su casa. También hay papeles, variadas revistas y muchos diarios. Su biblioteca es un desorden organizado. Tantos libros conspiran muchas veces con su descanso. Allí se hospedan unos cinco mil ejemplares. Ahora mismo se impacienta porque el libro que no encuentra es Elogio de la belleza atlética, del autor alemán Ulrich Gumbrecht. 

-¿Qué tiene ese libro?

-Ese libro defiende la belleza atlética. Hace años leí un texto de unos filósofosde la Escuela de Frankfurt, ellossostienen que los deportes son fascistas, siempre hacen apología del que gana. Pienso que el deporte no puede ser fascista porque es bello. Cuando lo veo a Federer, a Ginóbili y a Messi, me vuelvo a repetir que el deporte es bello y punto. Es la belleza en su máximo esplendor, que vendría a ser más o menos lo contrario de fascismo. Este alemán lo llevó a un libro y cada tanto lo examino. Por eso lo quiero encontrar.

-Escritor, psicólogo social, terapeuta, docente… ¿El periodista le ganó a todo eso? 

-Me hacés acordar a mi hija Paloma, que hace unos días me preguntó: “Papá, ¿vos te consideras mejor periodista que poeta o mejor poeta que periodista?”. Algo que yo nunca me había preguntado. Le contesté que me hubiera encantado ser mejor poeta, pero pareciera que lo mejor que hago es ser periodista. Mejor que escribir, mejor que coordinar grupos, mejor que atender pacientes, mejor que dar clases. 

Walter se define como una extraña certeza que todavía sigue en pie. Su vida está llena de nuncas. Nunca hizo la escuela secundaria. Nunca supo nadar. Nunca se subió a una bicicleta. Nunca manejó un auto. 

-¿Cómo te llevás con esas torpezas? 

-Al principio me causaban gracia yahora me empiezan a pesar. Me enojan un poco conmigo. Estoy evaluando hacer todo eso. No quisiera morirme sin aprenderlas. Espero tener la energía, el método y la perseverancia. Si tuviera la mitad de la voluntad que tengo para seguir siendo un buen periodista, lo haría de taquito. 

-¿Esos métodos los tenés a la hora de sentarte a escribir?

-Soy caótico. Siempre me disciplino en la parte final de los libros que estoy trabajando. Cuando me organizo, mi producción es muy superior. Me siento cómodo en el rigor. Con un método hubiese escrito muchos más libros. Escribir todos los días una columna para Télam y tres veces a la semana el Francotirador de Olé, me ordena mucho. 

-¿Extrañás las redacciones? 

-Disfruté esos ruidos, el café, las conversaciones, los chistes. Ya no extraño nada. En 2005 rechacé un nombramiento de Néstor Kirchner para ser Jefe de Deportes de Télam. Siempre prioricé la calidad de vida. Soy un bicho raro. Tuve el honor de estar en el Mundial de Francia 98 trabajando para radio Continental. Comenté todos los partidos, menos la final. El 12 de julio para ser más exactos, mientras Francia le ganaba a Brasil, estuve caminando por elboulevard Saint Germain. Recorrí los bares de los intelectuales, a los que iban Cortázar y Sartre. Esa noche estoy cenando en el hotel y entra Víctor Hugo (Mórales). Imponente, elegante, como habla él y me dijo: “Al final, no viniste a la final y te estuvimos esperando”. Sonriente, le contesté que alguien me enseñó que hay cosas más importantes que el fútbol y el periodismo. Ese día fui a comprar el sonajero para mi hija que estaba en la panza de mi mujer.Una vez me designan para cubrir la pelea de Holyfield-Tyson en las Vegas y no quise ir porque me retenía algo de tinte emocional. Sé que soy un raro espécimen. 

-¿Fue tu techo trabajar con Víctor Hugo? 

-Mi cumbre fue integrar ese equipo de Competencia, en Radio Continental. Fue el trabajo que me dio mucha visibilidad, mucha soltura y algo muy apreciado: comentar al lado de Víctor Hugo. Me empezaron a pasar cosas a las que no estaba acostumbrado, como ir a la farmacia y que el tipo vea la receta y me diga que me escuchaba todas las tardes.

-¿Qué le dirías a alguien que trabaja en el periodismo y que no lee? ¿Es posible contagiar esa pasión por la lectura y por la escritura?

-Para ambas es difícil contagiar pasión. Es una cruzada que pierdo más veces de la que gano. Muy bien lo definió Borges: “No me sorprende que haya gente que no lea, lo que me sorprenda es que esté orgullosa”. 

-¿Es una de esas batallas que tienen el periodismo en general y los periodistas en particular el desapego por el buen lenguaje?

-En la vida en general hay un desamor por el lenguaje.Siempre me pregunto. ¿Se imaginan un carpintero trabajando sin la madera? ¿Un economista acaso sin los números? ¿Por qué en los tiempos que vivimos son los periodistas los que cada vez trabajan con menos palabras? Entiendo que hay profesiones que no necesitan a las palabras. Pero los periodistas vivimos de ellas. Hay que quererlas. Respetarlas y poder jugar para pensar mejor. Es un contrasentido que alguien que trabaje con las palabras, escriba mal. 

-Tu libro Periodistas Depordivos es mucho más que una invitación al pensamiento profundo y reflexivo de un periodismo más humano, también evoca una provocación en tiempos donde se piensa más en ser famoso que en tener prestigio. Vos, ¿cómo lo vivís?   

-¿Quién dice que los periodistas no podemos cuestionarnos?  Es un ejercicio de resistencia. Tiene un énfasis discursivo. Incluso muchos podrían acusarme de resentido. Pero no lo escribí desde el resentimiento. Fue provocador y no es un libro de denuncia. Es un libro que enuncia. El periodismo puede entenderse también como una pluralidad de narrativas. Entre los colegas que lo leyeron, tuvo muy buena aceptación. Pero los colegas a los que puedo cuestionar son los que nunca van a leer un libro. Para ser famoso no se necesita tanto. Construir una mirada de reconocimiento, de prestigio, es algo bien distinto y lleva tiempo. 

-¿Cuál es esa columna vertebral de periodistas que te dejaron huella?

-Admiré a periodistas como Osvaldo Ardizzone, alguien que revolucionó la crónica futbolística y la convirtió en un acontecimiento literario. Quería parecerme y escribir de boxeo como Ernesto Cherquis Bialo. Ezequiel Fernández Moores es alguien significante en mi vida. Le guardo mucha gratitud a Hugo Lencina, que me inculcó en aprender cada día una palabra, un sinónimo. Estanislao Villanueva me decía que lea el diccionario cinco minutos al día. Esos periodistas tomaban como un faro ético escribir bien. Hoy no da status escribir bien. Es una batalla que se va perdiendo. Cotiza mucho más que vaya a un programa y diga que fulano es un burro a que escriba una buena columna describiendo las limitaciones que tiene ese delantero. Pero si voy a un programa y digo tal es un burro, me replican todos. Se busca el impacto antes que la veracidad de los hechos. 

¿Con qué deportista tuviste entrañables vivencias? 

-Con Monzón me pasaron cosas extraordinarias. Amilcar Brusa, su hacedor, me llevaba a comer pescado a Santa Fe. Ahí encontré el placer de devorar Pacú. Pero esa es otra historia. Estábamos comiendo pescado y a las dos de la mañana llegó Monzón. Me preguntó a qué hora me volvía. No le pude ni responder que ya me estaba cambiando el pasaje. Tenía una chopeada al mediodía y quería que lo acompañe. Me tranquilizó diciéndome que después nos íbamos al aeropuerto. Me pasó a buscar por el hotel. Nunca vi tomar tanta cerveza y fumar tanto a alguien y estar siempre impecable. Ni cuando iba al baño soltaba el pucho y la cerveza. Nos vinimos en el mismo avión hablando de la vida. Monzón era muy agresivo, andá a saber que vio en mí que le caía bien. 

Walter tiene un compromiso con sus orígenes que está presente en el cuento Del Diario íntimo de un chico rubio. El mismo que Eduardo Sacheri toma como referencias en sus talleres de escritura.

Papá me dijo: la radio no anda, se le gastaron las pilas.Tuve ganas de llorar, pero me las aguanté. No lloré nada. Sabía que papá no tenía plata para comprar pilas nuevas. Me quedé pensativo, triste. Papá me dijo ahora te hago la leche y puso a calentar mate cocido. Cuando puso la tasa sobre la mesa y un pedazo de pan, me dijo quédate tranquilo, el partido no te lo vas a perder. A eso de las ocho vamos a hervir las pilas, prometió papá. Lo abracé y sentí en él una mezcla de incomodidad y emoción. Después me metí en el cuarto de dormir a leer revistas viejas.

-¿Faltó muchas veces la comida en casa? 

-Uno de mis trabajos antes de ser periodista fue como ayudante de cartonero. En esa época se decía cirujear. Con mi hermano juntábamos bronce, cobre, papel. Íbamos a un lugar donde la gente tiraba basura. Las radios de antes tenían un ovillo de cobre y eso se pagaba muy bien. Recuerdo ese día cuando encontré el cobre al desarmar la radio, pensé que había ganado la lotería. Otro día tropecé con un zapallo gigante y se lo llevé a mamá para que haga dulce.  

-Fórmame tu equipo de escritores…

-Seré ingrato porque son tantos. Borges no puede faltar. García Márquez es el único que puede escribir veinte páginas seguidas sin punto y aparte y encima fascinarte. A Henry Miller lo leí mucho. Andrés Rivera es más contemporáneo y lo amé. En mis cumpleaños siempre pedía libros de él. La literatura es una gran olla de la que todos los días me sirvo un plato. Mi biblia es Libro del desasosiego, del portugués Fernando Pessoa. 

Lee, Walter, lee. 

Escribe, Walter, escribe.