Tenía veinte años cuando conocí Japón, viajando a ver a Boca, que le gana al Milan la Copa Intercontinental. Ese fue el segundo destino al que llegué con el club. El primero había sido São Paulo, en la final de la Libertadores contra el Santos. Nunca tuve cancha con mis viejos o con la familia. Para ellos el fútbol estaba ligado a la violencia. Pero lo que sí me enseñaron fue a viajar, me llevaron a muchísimos lugares. Yo lo que tengo además es una larga lista de experiencias, paisajes y ciudades que si no fuese por el fútbol no los hubiese conocido nunca.  (Gustavo Rapaport, 36 años, hincha de Boca)

Detrás del fanatismo que envuelve al fútbol argentino, esa “pasión de multitudes” hecha de tribunas calientes en las que se canalizan amores inexplicables –también observada desde lejos como un frío y eficaz método de control social–, se esconden innumerables historias en la que un partido se convierte en el puente hacia algo mucho más profundo: un viaje desde donde mirar al mundo con nuevos ojos. 

Terminás en lugares donde nunca en tu vida te imaginaste que ibas a estar. Cuando jugamos contra Iquique viajé a un pueblo minero en Chile que se llama Calama, que cuando empezás a googlearlo te das cuenta de que no hay nada, es recontrasolitario. Pero no tan lejos está San Pedro de Atacama. Después del partido nos metimos ahí tres días y conocimos los géiseres, unas grietas en la tierra en las que a las seis de la mañana empiezan a salir columnas de humo y agua caliente. Están ahí y en otros seis lugares en el mundo nada más. Después de eso el partido fue una anécdota. (Julieta Rawe, 21 años, hincha de Independiente)  

Las historias de hinchas argentinos que viajan se replican dentro de un abanico cuyos extremos parecen imposibles de tocarse. Desde los que compraron un pasaje dentro del avión privado en el que Boca Juniors vendía pasajes astronómicos –ploteado incluso con el escudo del club– y se hospedaron en un hotel de cinco estrellas junto a los jugadores, hasta un pequeño grupo que viajó a dedo partiendo del oeste bonaerense con rumbo a la Ciudad de Danubio, en Uruguay, para ver un amistoso de Deportivo Morón. Pero en este itinerario que se mueve entre el lujo de los charters exclusivos y la aventura de una ruta imprevisible, ¿cuál el punto de contacto dentro de este grupo ecléctico de viajeros?

“Los viajes son fundamentales en las experiencias de los hinchas de fútbol para constituirse como tales. En primer lugar, porque son una especie de termómetro o medidor de la pasión y la lealtad al equipo. Los kilómetros recorridos se transforman en prestigio, reconocimiento y respeto al interior de esa comunidad. No hay verdaderos hinchas que no viajen”, asegura Nicolás Cabrera, sociólogo, doctor en Antropología y becario de Conicet, quien se especializa en temas de violencia, seguridad y deporte. “Para muchos hinchas, viajar es una forma de experimentar movimientos que de otra forma serían muy difíciles. Hay hinchas que recorrieron todo el país o salieron de él por primera vez siguiendo a su equipo”.

La necesidad de “estar ahí siempre”, de “alentar en todas las canchas”, de “seguir al equipo a donde sea”, se repite en forma de casete puesto ante la pregunta de por qué recorrer cientos o miles de kilómetros solamente para presenciar los noventa minutos de un partido de fútbol. Pero para muchos de los que viajan detrás de un escudo, salirse por un momento del papel de hinchas es una posibilidad para abrir el juego. Una posibilidad en la que ese impulso de “bancar” los colores afuera del territorio propio, también puede transformarse en un paisaje inesperado y desconocido. 

Hay tipos que viajan, hacen cervecita en la playa, se ponen la camiseta y van a ver a Boca. Yo trato de buscar lugares, comidas, templos, paseos culturales. Cuando estuvimos en Río teníamos cuatro horas y las aprovechamos. Hicimos un tour por el Cristo Redentor, el Sambódromo da Marquês de Sapucaí y la Catedral. Hay distintos tipos de hinchas que viajan. Pero la mayoría de los que van por fuera de la barra brava, es gente a la que le gusta viajar, que no está solo metida en lo que le pasa al equipo. Y vas aprendiendo a mezclar las dos pasiones. (Gustavo Rapaport)

Gentileza Diego Garriga
Diego Garriga, con su hijo en Osaka. Dos fans de River sin fronteras hasta Japón.

FÚTBOL PARA TODOS Aprender a viajar como hincha se trata de hacer un ejercicio minucioso en el que se exprime cada uno de los momentos que anteceden y le siguen al partido. Los viajes están determinados por un calendario en el que no se tiene ninguna injerencia: el de los torneos. Y la falta de planificación se convierte en el primer impedimento. Seguir ese pulso ajeno implica tener poco tiempo para reservar vuelos y hospedajes, y para trazar un recorrido en el que se pueda incorporar algún punto turístico de interés. 

Vas siguiendo el torneo como un minuto a minuto. En las semifinales de la Sudamericana estaba viendo el partido de la otra llave, entre el Flamengo y el Junior de Barranquilla, y tenía abierta la página de los vuelos. Cuando iba a sacar le dieron un penal al Junior y tuve que esperar. Apenas lo erraron saqué pasaje a Brasil. Yo nunca había pensado ir a Paraguay por ejemplo y fui dos veces en menos de un mes, una en avión y otra en micro. Se vive distinto. Estás de visitante y tenés que estar más pillo, no podés hacer cualquiera. En esas cosas estás más entrenado que un turista. Es un mundo en el que a las mujeres se nos trata desde un lugar medio machista: “Cuidado que hay una mujer”, pero yo opino, hablo, no me vas a censurar porque soy mujer. Mis amigos me buscan para viajar. Me cuentan siempre. Saben que yo voy. Los hombres no están viendo a quién se quieren levantar, tienen la líbido puesta en el equipo. (Julieta Rawe)

Cada torneo impone sus condiciones y habilita distintos viajes que se amplían como anillos geográficos: desde los torneos locales que encienden cualquier pueblo, pasando por todas las ciudades y provincias argentinas, cruzando las fronteras latinoamericanas y un poco más allá el resto del mundo. El destino y el dinero dependen de los colores que cada uno defienda. Se puede tratar de un viaje en moto compartiendo la nafta y durmiendo en carpa a la vera de la ruta, un micro repleto de hinchas que tiene que demorarse en cada puesto de control para ser requisado, un auto compartido a través de la aplicación CanchaCar –una plataforma de carpooling que nuclea hinchas viajeros–, un pasaje en avión y un hostel en alguna insospechada o turística ciudad latinoamericana, o los $50.000 por persona que hoy se estiman para viajar a Emiratos Árabes y ver una final de la Copa Mundial de Clubes.  Lo único cierto es que ninguno de esos viajes tiene un seguro contra todo riesgo. 

En 2015 me fui solo con mi hijo a Japón, para ver a River. Ahí nos convertimos en mejores amigos. A la vuelta tuvimos una escala en México, y en el bar del hotel del D.F. había un tipo al que le decían “Miguel”, un poco pasado de copas. Entre charlas me mira y me dice “quiero tu hijo, me lo quiero llevar, es muy lindo”, y sacó una pistola. Lo agarré de los pelos a mi hijo y salimos corriendo. Me encerré en la habitación. Mi hijo estuvo durmiendo una semana en la cama conmigo, no se quería despegar. Fue algo que nos dejó marcados, parte del peligro que también encierran los viajes. Pero en ese mismo viaje él había conocido a Enzo Francescoli, a Mascherano y había visto al Barcelona, el mejor equipo de la historia del fútbol. Es todo muy imprevisible. En un viaje así te llevás miedo, angustias y también te queda mucha felicidad. Son experiencias que te van convirtiendo en una nueva persona. (Diego Garriga, 39 años, hincha de River).

Los pasajes fugaces por ciudades desconocidas, en las que la posibilidad de conocer lugares fascinantes parece volverse parte de una carrera contra el tiempo, van moldeando encuentros efímeros que convierten en amigos inseparables a personas desconocidas. Los hinchas encuentran en esa identidad de colores el camino para sentirse protegidos. Y esa cercanía es también un puente para conectarse con los jugadores a quienes están yendo a alentar. De alguna forma, todos ellos están –al menos durante esas pocas horas o días– en una porción del mundo que no les pertenece. 

Yo hice 56 partidos seguidos por torneo local sin perderme ninguno en el medio. Conocí casi toda la Argentina siguiendo a Boca: Bahía Blanca, Mendoza, Rosario, Santa Fe, Tucumán. Tengo casi 60 viajes al interior y más de 15 al exterior. Y en todos lados te encontrás con gente del club que ni conocés, pero capaz andás solo y ya al ser hincha te cruzás por la calle y empezás a hablar, vas a comer. Con el tiempo vas haciendo amigos que viajan, que capaz no son los mismos con los que vas de local. Pero hay una conexión distinta. Estar de visitante te pone en un lugar distinto, y enseguida te amuchás con los tuyos. Si es muy lejos capaz te toca viajar con los jugadores, estar en el hotel. Se arma una especie de pequeña cofradía en la que te sentís más cerca del club. (Gustavo Rapaport)

Gentileza Diego Garriga
Los colores de River en el estadio de Yokohama, para la final del Mundial de Clubes en 2015.

LOS INFILTRADOS Desde que en junio de 2013 la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) prohibió la asistencia de público visitante en todas las canchas del país –una medida que se repite en el tiempo a raíz de la violencia y las muertes que rodean al fútbol–, el mundo de los hinchas que encontraban un placer distinto en sus viajes comenzó a esfumarse. Y lo que se abrió fue otro aún más peligroso: el intento de sortear esa prohibición haciéndose pasar por un hincha del equipo contrario. Aprender a camuflarse en el “territorio enemigo” se volvió una práctica tan cotidiana para los hinchas viajeros, que incluso se extendió más allá de las fronteras del país. 

En el viaje a Uruguay contra Defensor Sporting, por Copa Sudamericana, me sacaron la entrada en el estadio. Ese día Huracán llevó el doble de la capacidad que se podía y estaba la barra de ellos controlando. Busqué dirigentes, me sacaron mil veces. Tenía un pantalón gris del club y me fui hasta la otra tribuna agarrándome el escudo para que no se vea. Pedían el DNI para verificar que sean uruguayos y me encontré con más hinchas del globo ahí. Nos metimos como prensa y lo miramos todo rodeado de uruguayos. Huracán empató cero a cero, pasamos de ronda y después llegamos a la final. Veníamos entrenados de tener que meternos en otras canchas. Al hincha le gusta viajar de visitante, te pone un escaloncito más arriba que si te quedaste en tu casa, termina el partido, apagás la tele y listo. (Mauro Carmona, 25 años, hincha de Huracán) 

Detrás de ese intento por entrar a toda costa a cualquier cancha, anida uno de los secretos que permiten comprender el lugar central que tienen los viajes para los hinchas de fútbol. “Viajar es construirse como hincha, es una experiencia tan sedimentada en la cultura de los hinchas argentinos que es demasiado ingenuo creer que con una ley eso va a suprimirse. Diferente es en Brasil donde se viaja menos”, explica Nicolás Cabrera, quien reside hace varios años en Río de Janeiro, realizando estudios comparativos entre los hinchas cariocas y los argentinos. “Siempre que se prohibía viajar, solo se va a conseguir estimular la épica de resistencia que rodea a los hinchas que viajan para seguir a sus equipos”.

Estuve en todas las canchas de la B nacional, en todas las promociones, las que ganamos y las que perdimos. Sabés las veces que me dije ¿qué hago acá? Eran las siete de la tarde y estábamos por Panamericana, pleno invierno y al micro le entraba frio por todos lados y vos veías un cartel verde que decía “Córdoba 722 km”. Y alrededor toda gente que capaz no conocías, pero estaba sintiendo el mismo frío que vos. Doce horas de ida y de vuelta para ver el partido. Te bajabas a empujar, tenías que gritar para que la gente se corra porque el micro se había quedado sin frenos. Te pasaba de todo. De la gente que conocí arriba de un micro me fui haciendo amigo, después nos juntábamos en la semana y ya te eligen como padrino de algún hijo. Esa gente que conociste en los viajes termina siendo tu familia. (Marco Gerbaldo, 40 años, hincha de Belgrano de Córdoba). 

Cuando en 2004 Boca pierde la final con Cienciano, viajé a Miami con una alerta de huracanes. Casi que no se juega el partido, lo pasaron a otro estadio. Boca pierde un partido increíble y nosotros en esa ciudad terminamos conociendo lugares increíbles. En Mendoza nos comimos cuatro con Godoy Cruz y viajando con amigos nos volvimos con un vínculo muy fuerte. Ahora estoy esperando para que Boca gane un torneo que nos lleve a Dubai. Para ganar y para ir a esa ciudad que si no es con Boca capaz no vaya nunca. Si abrís los ojos, el viaje termina estando en primer lugar y el partido o el resultado pasa a un segundo plano. Siempre vas a seguir siendo hincha de tu equipo, pero capaz que a esos lugares no volvés nunca más (Gustavo Rapaport).