“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Aunque la frase pertenece a Albert Einstein, podría haberla parafraseado Francis Scott Fitzgerald (1896-1940). Después de un comienzo luminoso como escritor profesional en la década del 20, se vio reducido al estereotipo de lo que él mismo llamó “la Edad del Jazz”. Todos -lectores, editores y directores de revistas- querían leer la consabida historia de chicos pobres que cortejan a niñas ricas, fiestas y glamour en altas dosis. Cada vez que se atrevía a escribir algo más arriesgado, las revistas de la época en donde solía publicar sus relatos –como The Saturday Evening Post, que le llegó a pagar 4.000 dólares por cuento, el equivalente a más de 55.000 dólares hoy– se lo rechazaban o se lo devolvían exigiendo modificaciones. Hay textos que fueron descartados por el propio autor. El problema es que necesitaba el dinero para pagar las facturas que se acumulaban por la frágil salud mental de su mujer, Zelda, quien pasó los últimos años de su vida en clínicas privadas muy costosas. De esta constelación textual, motivada más por la supervivencia, surgen los dieciocho relatos inéditos de Moriría por ti y otros cuentos perdidos (Anagrama), con edición a cargo de Anne Margaret Daniel, responsable del archivo del escritor en la Universidad de Princeton, y traducción del escritor Justo Navarro, que llegará a las librerías de España mañana. En Argentina saldrá para la Feria del Libro.

Los cuentos inéditos del autor de El gran Gatsby tratan de divorcio y desesperación, de chicos inteligentes que no pueden ir a la universidad o encontrar un empleo durante la Gran Depresión, de días de trabajo y noches de soledad, y de la historia de Estados Unidos con sus guerras, sus horrores y sus promesas. “Son cuentos que nos muestran a su autor no como un ‘joven triste’ que se hace viejo y sigue prisionero de los días dorados de su propio e inmediato pasado, sino en la avanzada de la literatura moderna, con todo su experimentalismo y complejidades en continuo desarrollo”, plantea Daniel en el prólogo. El primer relato de la recopilación, “El pagaré”, procede de su primera época como escritor; y los últimos, “Las mujeres de la casa” y “Saluda a Lucy y Elsie”, de un período en Hollywood, en 1939, en que había dejado la bebida y trabajaba con entusiasmo en una nueva novela, publicada a su muerte con el título de El último magnate. “Pulgares arriba” y “Cita con el dentista” son dos versiones de una historia inspirada en un episodio real. El padre del escritor le había contado cómo un familiar, William George Robertson, fue colgado de los pulgares durante la Guerra Civil. En “Pesadilla” indaga en las vicisitudes de un hombre atrapado en un manicomio y desesperado por encontrar una salida; en “Viajar juntos” un escritor cambia el curso de su carrera; y en el relato que da título a la recopilación una estrella de cine medita sobre su éxito. En varios cuentos explora las nuevas oportunidades que tuvieron las mujeres durante la década del 30, así como sus límites, en “Gracias por la luz”, “Fuera de juego” y “Saluda a Lucy y Elsie”.

Muchos de los cuentos de Moriría por ti fueron considerados “excelentes” por Fitzgerald, quien lamentó profundamente que las revistas se rehusaran a publicarlos y le exigieran que continuara escribiendo de jazz y champán. “No es demasiado probable que escriba muchos más cuentos sobre amores juveniles. Ya me colgaron esa etiqueta por mis escritos anteriores a 1925. Desde entonces he escrito cuentos sobre amores juveniles. Los he escrito cada vez con más dificultad y menos sinceridad. Sería un mago o un escritor barato si llevara publicando el mismo producto tres décadas -admite Fitzgerald a Kenneth Littauer, director de la revista Collier’s, en una carta de 1939-. Sé que es lo que se espera de mí, pero, en ese sentido, el pozo está bien seco y creo que es más inteligente por mi parte no intentar exprimirlo, sino abrir un pozo nuevo, una nueva veta. [...] Sin embargo, un número aplastante de directores de revista siguen asociándome con un interés apasionado por las chicas jóvenes, interés que a mi edad probablemente me llevaría a la cárcel”. 

Fitzgerald se quejaba de que “la basura” que escribía para el Saturday Evening Post era “cada vez peor”. “Si hubiera sido rentable escribir mala literatura, lo habría hecho hace tiempo: lo intenté sin éxito en el cine. La gente no parece darse cuenta de que, para una persona inteligente, escribir mal es una de las cosas más difíciles del mundo”, aclaró el autor de Suave es la noche. “Cuanto más saco por mi basura, más me cuesta escribir”, le confesó a su editor de Scribner, Maxwell Perkins. “La delicadeza y precisión, las frases lapidarias y el elegante lenguaje que asociamos con la prosa del primer Fitzgerald, se conservan en lo mejor de estos cuentos”, advierte Daniel. “En la literatura de Fitzgerald, desde el principio hasta el final, perdura un humor a la vez radiante y negro, una fascinación por la belleza de las personas, los lugares y las cosas, el encanto que puede ejercer sobre el ánimo la luz de la luna o un rayo de sol entre nubes, y el afecto tanto hacia sus lectores como a su propio trabajo de escritor”.

Más allá del desencuentro con los editores de revistas y con sus lectores, Fitzgerald no dudaba de su legado literario en una carta que le escribió a Perkins. “Antes creía [...] que podía (aunque no siempre) hacer feliz a la gente, y era lo que más me divertía. Ahora hasta eso me parece un sueño barato, propio de un vodevil, uno de esos espectáculos musicales con blancos disfrazados de negros y en el que a uno le toca siempre hacer el papel del esclavo ignorante. [...] Pero morir de modo tan absoluto e injusto después de haber dado tanto... Hoy, incluso, poca de la ficción americana no lleva algo de mi sello. En mi modestia, fui original”.