Una auto-vivisección poética, una estética de sí en versos: eso es lo que Silvina Giaganti nos entrega en su opera prima, Tarda en Apagarse (Caleta Olivia, 2017). Este poemario hace del yo poético ocasión de ruina y de creación, de duelo y de celebración, de ternura descarnada y de impía transformación. Los 23 auto-poemas del esperado primer libro de Silvina hacen de la voz de la poeta el elemento acuoso y fértil de una escritura aguda, precisa, cortante y lúcidamente narrativa: “En las fotos familiares que guardo/estoy arriba de un triciclo, una bici, un auto a pedales./Tenía ocho, nueve años y a mi papá le pedía/ que me llevara a andar en bici, en karting, en moto./En Italpark me gastaba la chequera de los juegos/en la pista de Indianapolis/me estaba preparando para un movimiento/que ahora veo no termina nunca./A los 20 me fui de casa/porque del barrio hay que irse rápido./ El 98 por ciento de las familias son disfuncionales, mi papá/traía plata a casa pero cenaba/en otro cuarto y cuando subíamos/al colectivo se sentaba lejos de mí/aunque tuviera espacio./ Del barrio hay que irse digo siempre/ para eso tomé envión y cocaína/ pero como me dijo mi tío que está muerto/ te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos./ Siento que estoy llena de vida y también/ que no lo soporto./ Del barrio hay que irse sigo diciendo/ aunque yo ya me fui.”

Silvina hace de su infancia, de sus amores, de educación, de su barrio, de sus amigas, de sus miedos, de su clase, de sus lecturas, de sus padres, de su sexualidad, de su formación, en definitiva, de su vida: máquina-poética, dispositivo escritural, espacio de conmoción literaria. En “Los enfermos de la familia piden por mí”, escribe: “No sé muy bien quien soy/ la sexualidad es fluida/pero no me refiero a eso./Hace ocho años que no cojo con un hombre./Lo cierto es que lo amé/y un año después de separarme/volví para cuidarlo un tiempo más/a él y a su esclerosis múltiple/recién declarada./Soy buena para eso, no me derrumbo y/los enfermos de la familia piden por mí/aunque él no lo hizo. (...)”

No se sale de la poesía de Silvina ilesa, como si nada hubiera pasado. En todo caso, sus textos resultan enormemente conmovedores. Quizás esto se deba a la honestidad sin condescendencias ni sentimentalismos edulcorados con la que (se) escribe la autora, o a la valiente y tupida simplicidad que anima su pluma. O quizás se deba, como dice Santiago Llach en el “Prólogo”, a que “lo de Silvina no es confesionalismo sincericida; es desnudez empática”, y de allí que una no puede pasar por sus textos sin sentirse interpelada. Sus poemas (nos) resuenan, (nos) hacen temblar, (nos) inquietan. Y es probablemente por esta capacidad de hacer del yo caja de resonancia, de la propia experiencia cifra de lo común, por lo que esta auto-ficción poética, en tanto sólo unos meses, ya lleva vendidos más de 2000 ejemplares y se ha convertido en un best-seller de las librerías.

“Mientras estuve con ella/ se rompió el botón de la luz del baño/ se descascaró la pared que está/ debajo de la ventana del living/ la humedad avanzó/ se pudrió la base de madera de la ventana del living/ bañé con menos frecuencia a la perra/ la cocina empezó a perder gas/ se partió la perilla de plástico de la hornalla delantera izquierda/ se rajó la tapa del inodoro que no repuse/ todavía hago pis apoyada en la zona fría/ mientras estuve con ella no arreglé nada.”  La poética de la simpleza que practica Giaganti hace de la sencillez, profundidad, y de los detalles, abismos. En sus textos, lo aparentemente pequeño, lo chiquito, el detalle, cobra un espesor poético expansivo. Y es, precisamente, esta capacidad de degustar el gesto cotidiano, de reparar en la poesía de lo que no es necesariamente grandilocuente ni espectacular, de desplegar los sentidos que anidan en las pequeñas cosas, lo que marca la tesitura de la escritura de Silvina y lo que la vuelve enormemente potente: “Y me quedé pensando/ que me gustaría tener/ el instinto de un perro: /saber cuántas cuadras acompañar/ y cuando tener que irme”. Como decía, no se sale indemne de la escritura de Silvina, porque aquí no se arriesga sólo el yo de la poeta, sino algo de quien lee, de quien se deja inquietar por el espacio poético común que cultiva la escritora. “Me pregunto si las mujeres que amé/ las que me volvieron loca de verdad / las chicas con las que quise todo/ fueron mi movilidad intelectual ascendente, / si elegir mujeres que escriben / es disimular eso que me falta / cada vez que las dejo / o que me dejan”. Hay algo fascinante de la escritura cuando consigue hacer de la propia vida, experiencia, y por tanto, horizonte común de legibilidad. Y eso es lo que logra hacer Giaganti con su pluma ruda y su desafiante invitación a confrontarnos con nosotrxs mismxs. Porque hay que tener mucho coraje para mirarse a través de los ojos –de la escritura– de Silvina.