¿Qué razones llevarían a querer cambiar la dirección de una gestión exitosa? Cuando el municipio de Tigre me convocó en 2014 luego de un año de acefalía de la dirección artística del MAT, me pidió que hiciera del museo –partiendo de su prestigio inicial y superándolo– un lugar visible para todo el país, donde ocurrieran muestras memorables, accesibles para todos los públicos, didácticas en sus puestas, en fin, como las que me habían visto hacer en el Museo Nacional de Bellas Artes, y en otras instituciones durante años. El municipio puso todo su apoyo político y económico para que conformara un equipo sólido con el que realicé exposiciones muy variadas de arte argentino de los últimos doscientos años, con costos altamente accesibles en relación a la sofisticación de las muestras. ¿El secreto para lograrlo? ¡Ninguno! Aguzar la imaginación para que prácticamente todo pueda ser “hecho en casa”; altos niveles de entusiasmo y compromiso con la oportunidad de imaginar relatos en torno a distintas colecciones privadas y estatales, y el capital social personal que puse a disposición de la institución. La prensa local y nacional acompañó muy de cerca y aplaudió la existencia en Tigre de un museo que se había incorporado al circuito de los más importantes de la ciudad de Buenos Aires, y se proyectaba liderando la provincia. En resumen, de un espacio de excelencia para la exhibición simultánea del arte de maestros y artistas contemporáneos argentinos forjado en muy poco tiempo, y en diálogo con su contexto. Como ahora mismo ocurre con las tres exposiciones que allí se exhiben: Rogelio Yrurtia y José Fioravanti, dos maestros que configuraron la escultura monumental entre fines del siglo XIX y mediados del XX, “atónitos” ante las humorísticas ocurrencias del festivo artista pop, Edgardo Giménez. 

La programación anual había comenzado en 2014 con Escenas del 1900, una exposición que partiendo de una extensa investigación interdisciplinaria, mostraba el Tigre glamoroso que, hacia los festejos del Centenario, construía el Tigre Club y disfrutaba de la sociabilidad europea que el crisol de inmigrantes había integrado a las costumbres criollas. La Belle Epoque, como se llamó a esos años entre 1880 y la Primera Guerra Mundial, donde el Delta, rápidamente accesible por tren, fue escenario de vacaciones, deportes y formas innovadoras de producción. La música grabada, las distintas tecnologías de la imagen (cine y fotografía), las primeras mujeres artistas profesionales, la moda  y el disfrute del tiempo libre eran las distintas escenas que la exposición se propuso mostrar en la modalidad de ecomuseo, es decir habilitando la voz de los vecinos con sus historias y objetos formando parte de la muestra. En síntesis, la historia del lugar que, hasta entonces estaba ausente de las salas del museo, es decir del propio lugar donde la historia había transcurrido. En la planta alta aún sin reacondicionar, se hizo dentro de Escenas, la primera exposición de la colección del MAT durante mi gestión, Paisaje e identidad en torno al Centenario. En ella se mostraba una de las líneas más potentes de la colección, la de los paisajes de lo que se denominó la pintura nacional, hacia 1910. Desde entonces, Historias en cuadros (2015), 10 años. Colección MAT (2016) y Microrrelatos (2017) fueron amplios panoramas de la colección a los que se sumaron otros parciales como En torno a Antonio Berni. Obras del NOA en la colección, este último para ofrecer un contexto histórico y estético de una de las obras favoritas del público, Changuita con zapallo (1953).

No obstante estos esfuerzos anuales por mostrar la colección desde una lectura crítica, contextualizada, según las autoridades de Tigre, los vecinos se quejaban que la colección no estaba expuesta. Lo cierto es que nunca se exponía completa, con todas sus piezas como las presentó en sociedad en 2006 el intendente Ubieto, quien en un esfuerzo encomiable, fue gestor de la colección y fundador del museo. Ubieto formó ese acervo de arte argentino figurativo del siglo XIX y XX, con la intención de tener en Tigre una especie de museo nacional –en este caso municipal– que exhibiera una historia del país y del distrito, de una vez y para siempre. En este sentido obraba del mismo modo que aquellos que forjaron los primeros museos nacionales en la Europa del siglo XVIII. Es decir, vinculaba el prestigio de los tesoros del arte con el de los valores del estado que gestionaba. De este modo, me arriesgo a decir que la lectura que el intendente dio a esa colección, dividida en núcleos por género (histórico, figura humana, naturaleza muerta, paisaje, etc.)  se convirtió en canónica. Es decir, se congeló en ese formato y, en consecuencia,  se invisibilizó a otros modos más modernos de presentarla. Digo moderno, porque fue Eduardo Schiaffino quien, al fundar y luego dirigir el Museo Nacional de Bellas Artes en 1896, tenía una colección cronológicamente incompleta de alrededor de 155 piezas, a las que por entonces, eligió estratégicamente organizar por género, una clasificación intrínseca al arte, la de sus temas tradicionales, que le permitían pasar por encima de los “baches”. 

Ubieto tomó una decisión semejante a fines del siglo XX, porque también su colección de más de 200 obras era difícil de hilvanar en un relato histórico completo. Con escuelas enteras ausentes, tales como la abstracción y la geometría, con ella no puede construirse, por ejemplo, un relato abarcador de los años veinte. Si bien que la colección tiene magníficas piezas de esa época, la dialéctica vanguardias/tradición, una de las lecturas vigentes en la historiografía del arte argentino, no es viable.

En esa primera presentación de la colección que se mantuvo hasta 2014, cada una de sus piezas fueron “museificadas”, es decir, legitimadas como piezas de museo dispuestas a formar parte de la memoria colectiva del distrito, aun cuando ese corpus no contenía obra de artistas tigrenses, había sido adquirida recientemente y, en consecuencia, no formaban parte todavía de ninguna tradición local. Este sustancialismo patrimonialista (García Canclini: 1989), “petrificó” en sus sentidos históricos y culturales, a las obras  y al maravilloso palacio Beaux Arts que las contiene. En una gran operación de “empaquetamiento simbólico”, museificó al museo todo: sus obras, sus paredes, el mobiliario museográfico y al propio concepto de museo, privándolo de los avatares de la contemporaneidad. ?Que los museos se dinamizan y vuelven más apetecibles para los visitantes con exposiciones temporarias es innegable, y fue la arquitecta Diana Saiegh quien luchó por esta causa desde el 2008 hasta 2012. 

Si el municipio desea un “cambio de rol en el MAT”,  revalorizando la colección y el edificio, me temo que no hay tal cambio ya que es lo que vinimos haciendo juntos con gran éxito. 

Si como señaló a la prensa la directora designada, ella/el Municipio, quiere “comunicar de manera eficiente el patrimonio del MAT,  en especial a la comunidad de Tigre que sostiene con sus impuestos a la institución”, espero que esto no implique volver a fosilizar la colección para así hacerla visible a los ojos del votante, perdón… quise decir, visitante.  

Un museo no es una colección o un edificio, es mucho más. Son las reflexiones e inquietudes que despierta, las experiencias que suscita con sus actividades inclusivas y accesibles. Ponerse de pie para pronunciar la palabra “patrimonio”, no hace sino dejar a unos atónitos en reverencias ante verdades reveladas y, a otros, excluidos ante un discurso conservador que no los incluye en la acelerada dinámica de la contemporaneidad. Los museos tienen demasiado potencial social como para limitarse a exhibir cuadros como tesoros. Solo el ejercicio de la crítica nos salvará de frustrar procesos de crecimiento en las políticas institucionales, culturales. De malgastar los esfuerzos colectivos que se comprometen con ideas y proyectos. 

María José Herrera: Historiadora del arte y curadora. Ex directora del MAT.