PLáSTICA › MUESTRA ANTOLOGICA DE LUIS TOMASELLO

“Emociones de la materia”

Nació en La Plata y se mudó a París en 1957. En su obra se destaca el uso estético de la luz y el movimiento.

 Por Fabián Lebenglik

Según escribió Julio Cortázar, “Tomasello juega a ordenar lo desordenado, a peinar minuciosamente la cabellera de la luz, pero por debajo de esta disciplina hay el placer de liberar, con pleno rigor geométrico y plástico, algo como las emociones de la materia, su murmullo azul o naranja”.
El Museo Nacional de Bellas Artes está presentando una muestra antológica de la obra de Luis Tomasello, nacido en La Plata en 1915 y residente en París desde 1957.
Tomasello parte del grupo de artistas cinéticos –reunidos alrededor de la figura de Julio Le Parc– que integraron el GRAV (Groupe de Recherche D’Art Visuel, el Grupo de Investigación en Arte Visual) a comienzos de la década del sesenta.
Entre las muestras individuales que presentó en los principales museos del mundo se destacan la retrospectiva en el Museo de la Ciudad de París y la del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.
“Con Luis Tomasello –cuenta el crítico literario y escritor argentino radicado en París Saúl Yurkievich– integramos una fecunda, estimulante y solidaria cofradía. A ella pertenecía Julio Cortázar, siempre presente. Digamos lo que digamos, hagamos lo que hagamos o digamos lo que hagamos, siempre lo asociamos con Julio, el hilo que nos entrelaza. Por Julio Cortázar todos fuimos a dar a ese valle encantado donde se sitúa Saignon. Allí constituimos durante muchos espléndidos veranos la colonia argentina. Julio compró una casa restaurada por Rosario Moreno que se quedó en el pueblo. Luis visitó a Julio y, prendado de esa Provenza diáfana, colorida y olorosa, compró una mansión ruinosa que reconstruyó. Yo fui a ver a Julio y Luis me alojó; compré luego una cabaña donde Luis instaló el agua corriente y los sanitarios. Así fundamos nuestra pequeña y gozosa Argentina de mate y asado, intensamente vivida, epicúrea y laboriosa. Allí mucho nos vimos, nos leímos y entendimos.”
Tomasello integró el grupo de los pioneros del arte cinético y lumínico, derivado de la producción artística y teórica del húngaro Victor Vasarely, creador del cinetismo y el arte óptico. Toda la descendencia estética de quienes siguieron a Vasarely buscaban la experimentación afirmándose en investigaciones sobre percepción visual, contra el esteticismo que hasta entonces era la norma. El propio Vasarely y con él los demás integrantes de la exposición “arte en movimiento” –Duchamp, Yacov Agam, Tingueley, Alexander Calder, Pol Bury, Jesús Soto y Jacobsen– que la galería parisina Denise René organizó en 1955, buscaban la inestabilidad y el desajuste óptico en el espectador. Según ellos, tanto el arte tradicional como por el de ruptura, en general no había producido obras sobre el problema del movimiento y la incorporación del tiempo a la obra artística.
La “función” del artista en el cinetismo ha sido la de un trabajador de la imagen que prepara modelos capaces de ser reproducidos. Fuera de toda idea romántica, más allá de la improvisación y de la intuición, las artes visuales serían, desde esta perspectiva, el resultado de una serie elaborada de procedimientos que buscan lograr tal fin. Son precisamente los procedimientos y métodos los que crean una impresión alucinatoria de movimiento mediante la ambigüedad visual, las combinaciones cromáticas y de valores.
Los artistas cercanos al GRAV experimentaron con la utilización estética de la luz y el movimiento. En este sentido, hay una prehistoria del arte cinético que comenzó en los años veinte, pero la tendencia propiamente dicha recién se impuso como tal a mediados de la década del cincuenta y adquiere todo su sentido en los sesenta.
Si bien la mayoría de las artes visuales cuentan con la desventaja constitutiva de no poder establecer –como el cine, la literatura o lamúsica– sus propios tiempos, modos y ángulos de percepción. Pero esta desventaja fue salvada por el arte cinético, que logró imponer sus propias normas en relación con la materialidad de la mirada, llevando hasta las últimas consecuencias lo que debería suceder con cualquier obra de arte ante los ojos del espectador: darle el tiempo mínimo suficiente.
En la muestra de Tomasello en el Museo Nacional de Bellas se comprueba inmediatamente este punto, cuando se ve cómo los visitantes recorren la muestra en general y cada trabajo en particular: ante cada obra los visitantes producen una involuntaria coreografía que consiste en una serie de movimientos frente a los cuadros. Los artistas cinéticos incorporan la temporalidad a las obras y hacen mover a los espectadores de un lado a otro, a diferentes distancias y ángulos: logran comprometerlo y establecer una relación, en principio, formal y momentánea. Esto resulta coherente con el origen de esta tendencia, que buscaba reflexionar sobre el tiempo, la percepción, la luz, el espacio, el color y la forma, todas cuestiones objetivas de la práctica artística.
La exposición de Tomasello propone un clima de concisión, racionalidad, serialidad, contención y serenidad. Este clima es un eco del contraste con la tendencia histórica contra la cual salió a dar pelea el arte cinético: el informalismo. Los cinéticos consideraban que los informalistas eran enfáticos. El concepto disparador de los artistas del movimiento y la luz es el de investigar el camino que va de la ciencia al arte.
El contexto mundial de época marcaba una serie de focos de insurrección juvenilista de distinto signo, entre fines de los años cincuenta y fines de los sesenta: la revolución cultural china, el mayo francés, la efervescencia estudiantil en Praga, Buenos Aires, Berkeley, México... De algún modo el centro del debate eran las instituciones, incluida la institución artística.
Pero a medida que los artistas cinéticos se alejaban de la pintura tradicional, paradójicamente se produce una acercamiento microscópico hacia la materialidad misma de la pintura y la escultura en particular y las artes en general. La de los cinéticos era una toma de distancia invertida que se metió de cabeza en el mundo del color, el punto, la línea, el plano y la estructura. Los artistas cinéticos establecieron una suerte de semiología de los elementos básicos de las artes visuales. Y la consagración del cinetismo puede fecharse en 1966, cuando Le Parc obtiene el premio en la Bienal de Venecia.
“El arte concreto de Tomasello –escribe Yurkievich– está centralmente instalado en la modernidad del siglo XX, en la experimentación formal, en la inventiva innovadora del movimiento constructivista, en el plasticismo heredero de Malevich y Mondrian, en la reflexión material acerca de la especificidad y la función del arte. Tomasello se alinea de lleno en la abstracción geométrica y ha llevado a cabo en el seno de su propia creación la evolución por etapas del egresado de bellas artes, del pintor de género (retrato, paisaje, naturaleza muerta), luego el pasaje de la geometría plana de color uniforme a la composición serial, ortogonal y volumétrica hasta llegar al singular hallazgo del color reflejado, a la atmósfera cromática que va a explorar y explotar en una reglada combinatoria de incesantes variaciones. Tomasello es netamente un artista moderno pero la aureola iridiscente de sus cuadros la asocio también con la áurea luz que filtran las ventanas de alabastro en las iglesias de Ravena o con la colorida, mirífica nube que dulcemente dan al trasluz los vitrales de Chartres. Tomasello ha sabido instalar su arte en una serena y armoniosa permanencia.”
La exposición se realizó con la colaboración de César López Osornio, director del Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (MACLA), de La Plata. (En el Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473, hasta fin de enero).

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“Atmósfera cromoplástica”, acrílico sobre tabla de Luis Tomasello.
Según Cortázar, “Tomasello juega a peinar (...) la cabellera de la luz...”.
 
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