PLáSTICA › ARTE DE AMERICA LATINA EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES

Los artistas después del eclipse

En el Museo de Bellas Artes se presenta hasta fin de enero una exposición de cuarenta artistas contemporáneos de América latina que muestran imágenes críticas de futuros posibles.

 Por Fabián Lebenglik

De entrada el curador, José Jiménez –filósofo español y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Autónoma de Madrid– explica que El final del eclipse no es una exposición de “arte latinoamericano”, porque no convalida criterios reduccionistas: “El arte latinoamericano como tal –afirma–, como pretendida unidad, no existe. No existe, más allá de las presiones del mercado y de los centros de gestión del sistema institucional del arte. O más allá del reducto de ideología colonialista que continúa reduciendo a unidad lo diverso, lo plural, a través de la violencia de la representación, como vía para poder manejarlo, gestionarlo”. Esta afirmación fuerte y programática, en principio, define aquello que no es la muestra. Y para seguir definiendo por la negativa, la muestra tampoco es un ejercicio diplomático (en el sentido más burocrático y tal vez hipócrita de la diplomacia) por incluir a todos los países latinoamericanos ni por establecer proporciones (sub)regionales o de representaciones nacionales: sería una pretensión casi imposible la de dar cuenta del arte actual de todos los países del subcontinente. Al eludir este aspecto de la vía diplomática y de la representación proporcional por países, la muestra entra más claramente en el terreno de las decisiones estéticas y curatoriales, así como en el de los gustos y caprichos del curador, sin pretender colocar al curador en el lugar central de la exhibición, como de hecho sucede muchas veces, desde hace una década, en las exposiciones internacionales, panorámicas y temáticas.
Tal el caso de las dos bienales más importantes, las de Venecia y San Pablo, cuyos organizadores por una parte se vuelcan por lo plural, temático, curatorial y programático, mientras que por la otra siguen entregando las representaciones nacionales a las cancillerías y de ellas dependerá la política de selección y el ajuste o no a los ejes temáticos de cada edición. Todas son cuestiones de política cultural para las artes visuales.
¿Cuál es entonces el criterio? “La muestra –responde José Jiménez– tiene un objetivo muy concreto: dar una imagen crítica y abierta de propuestas artísticas que, planteadas desde América latina, abren vías o perspectivas de trabajo significativas en un plano universal en este siglo apenas iniciado”.
El metafórico “eclipse” a que hace referencia el título de la muestra remite concretamente a la distorsión que usualmente ha obstaculizado la mirada sobre el arte latinoamericano cuando se lo intenta forzar hacia lo unívoco o lo globalizado, sin matices.
El final del eclipse también busca lo específico de la mirada de cada artista, el modo en que están construidas y planteadas las obras, “en las condiciones de posibilidad para ver, para apropiarse visualmente de la experiencia”. Se propone, así, como una manera de ver, una guía para el ojo, en donde cada obra requiere (y así lo expresa) de una forma particular para ser vista, de una suerte de manual de instrucciones que cada una brinda al espectador, para su mejor uso.
En el excelente catálogo de la exposición, una obra en sí misma, además del extenso ensayo introductorio del curador y de los textos de cada uno de los artistas participantes, fueron convocados tres escritores para tender sendos puentes entre pensamiento literario y pensamiento visual, a través de relatos y ensayos: Rafael Argullol, Mario Bellatin y Ricardo Piglia.
Argullol narra un viaje real y simbólico (Los siete espíritus de América), que comienza en Chiapas, México, con los ecos de la conquista: “La violación había ocurrido hacía varios siglos, pero la herida continuaba abierta. A aquellos hombre silenciosos se les había arrancadola memoria y la lengua para otorgarles otra memoria y otra lengua, se les habían extirpado los dioses para concederles otro dios. Pero habían quedado en tierra de nadie, sin ser lo que habían sido ni tampoco lo que los vencedores querían que fueran.
“Hay un hermoso vocablo –continúa Argullol– que expresa esta situación: nepantla. Los pobladores vencidos de América empezaron a habitar este estado de nepantla hace cinco siglos y gran parte de sus descendientes continúan en él. Entre la gran civilización triunfadora y las grandes civilizaciones derrotadas, las supervivencia transcurrió por un delgado puente sobre el abismo”.
Mario Bellatin establece una parábola latinoamericana a través de un relato delirante que oscila entre lo costumbrista y lo fantástico, localizado en las cercanías del aeropuerto de la ciudad de México: “Tratado sobre el futuro de América del Sur visto a través de un tetrapléjico y sus veinte pastor belga malinois”.
De Ricardo Piglia se publica su relato El fotógrafo de Flores que comienza con homenajes a Borges y Gombrowicz: “Varias veces me hablaron del hombre que en una casa del barrio de Flores esconde la réplica de una ciudad en la que trabaja desde hace años (...) No es un mapa, ni una maqueta, es una máquina sinóptica; toda la ciudad está ahí, insondable, concentrada en sí misma, reducida a su esencia (...) El hombre que dice llamarse Russell es fotógrafo o se gana la vida como fotógrafo y tiene su laboratorio en la calle Bacacay. (...) Quienes la han visto dicen que la ciudad es un laberinto rojo de formas destruidas como Londres después de la guerra, pero que también es Madrid y también es Berlín y que, sin embargo, conserva el clima del viejo Buenos Aires con calles arboladas y tapias bajas y potreros de pasto seco”. El relato termina con una posdata fechada en el futuro 2011, donde el narrador, luego de trazar una genealogía estética que pasa por Xul Solar, Julio Molina y Vedia, Ricardo Carreira, Alberto Greco, Bonino y Macedonio Fernández, termina –casi– el cuento con una sentencia: “En el futuro, cuando el inevitable desastre suceda y Buenos Aires sea un montón de ruinas, la ciudad será como él la había previsto”.
Tomando esta sentencia como consigna, es interesante acercarse a ver (y leer) El final del eclipse, para asomarse a las hipótesis que cada uno de los artistas propone para los futuros de estos presentes. (En el Museo Nacional de Bellas Artes, Libertador 1473, hasta el 25 de enero.)

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“La oficina” (2001), de Luis Camnitzer. Detalle de una instalación de 40 m2.
 
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