PLáSTICA › GRETE STERN; OBJETOS DEL MUSEO ETNOGRAFICO

Cultura de los olvidados

Un libro y la muestra de la Fundación Proa dirigen la atención hacia los aborígenes y la cultura del Gran Chaco.

Por Luis Priamo*

Grete Stern conoció el Chaco en 1958, cuando fue convocada por la Universidad Nacional del Nordeste para tomar fotografías de la vida y las costumbres indígenas para la escuela de Humanidades, ubicada en Resistencia. La universidad planeaba crear un museo y archivo etnográfico regional y requirió el trabajo de la fotógrafa “con vistas a la constitución de un fondo gráfico inicial para el museo y archivo”, según lo expresó la resolución del rector, Oberdan Caletti. Fotografió la ciudad de Resistencia y sus alrededores, Villa Angela y Corrientes. Sacó una docena de rollos de 35 mm, que se conservan ordenados y datados en su archivo.
La mayor parte de esas fotos respondió a los propósitos para los que la llamó la universidad. Entre ellas hay retratos de tobas y sus precarias viviendas en las afueras de Resistencia y en Villa Angela, cacharros de barro hechos por ellos y una serie sobre la construcción de un rancho con paredes de adobe y techo de paja.
A principios de 1959, la universidad decidió poner en marcha un taller de arte regional en la misma escuela y contrató para conducirlo a varios artistas plásticos. Entre ellos estaban Grete y Clément Moreau, compatriota y amigo cercano de la fotógrafa.
La fotógrafa confeccionó un pequeño álbum en el que guardó unas cincuenta copias de contacto de tamaño 6x6 elegidas entre el material sobre aborígenes que produjo en el Chaco en 1959 y 1960. Lo tituló Aborígenes en los alrededores de Resistencia, Chaco, 1959-1960. En algunas tomas anticipó los motivos principales del más extenso registro que realizaría en 1964: hábitat, costumbres, artesanía y retratos. Podemos así suponer que, durante el año que estuvo en Resistencia enseñando fotografía, concibió la idea de realizar un trabajo fotográfico de mayor aliento sobre el tema indígena. Pero, según Stern, se trató de “experiencias personales” y de “conversaciones con los aborígenes y con profesores de la universidad”. Concluyó: “No he estudiado la materia, me limité a fotografiar lo que veía”.
Al regreso de Resistencia, se reintegró a sus tareas en el Museo Nacional de Bellas Artes y comenzó a elaborar un proyecto de reportaje fotográfico de los aborígenes del Chaco, que tardó un tiempo en concretar y pudo llevar a cabo mediante una beca del Fondo Nacional de las Artes, que solicitó en 1963. Sabemos que prefería evitar toda ayuda gubernamental que pudiera condicionar su libertad de trabajo y la difusión de sus fotos. Así lo aclaró en un escrito de 1971, en el que consignó explícitamente haber viajado sin apoyo oficial.
Propuso fotografiar las comunidades mocovíes y tobas de Resistencia y Villa Angela, que conocía de sus visitas de 1959 y 1960 pero, obtenida la beca, amplió la mirada a otras etnias del Chaco, Formosa y Salta. Dio así al proyecto mayor amplitud e importancia, y se impuso un considerable esfuerzo que da la medida de su energía, presencia de ánimo y entusiasmo a los sesenta años.
Si bien no usó las palabras “reportaje” ni “ensayo” para referirse a Aborígenes del Gran Chaco argentino, ambas denominaciones son pertinentes. “Reportaje”, porque procuró documentar la realidad de la vida indígena. Lo hizo de manera ecuánime, con actitud cordial, aunque no paternalista. Y “ensayo”, porque realizó una narración articulada en torno de tres temas: retratos de personas y grupos; hábitat y costumbres, y artesanía, en particular tejido, alfarería y cestería.
Las leyendas que Grete puso a las fotos consistieron en la indicación de la etnia de los retratados y algún dato sobre sus trabajos artesanales. En el largo texto de presentación se abstuvo de asignar responsabilidades morales o políticas por la situación de marginalidad de los aborígenes, de hacer denuncias o de reclamar la intervención de los poderes públicos. Sólo proporcionó información sobre su viaje y su labor. Su alegato, en todo caso, era implícito.
Poco después de concluida su expedición fotográfica, Grete hizo una muestra de más de doscientas de sus tomas en el Centro Cultural San Martín. También dio numerosas conferencias, ilustradas con diapositivas. Podríamos considerar su trabajo un ensayo de fotografía social. No podríamos decir, en cambio, que el ensayo chaqueño perteneció a la entonces llamada fotografía social comprometida, que se subordinaba a una posición doctrinaria acerca del desamparo de las clases sociales subalternas o sus luchas. Grete siempre se resistió a encasillar su fotografía o a imponerle directivas dogmáticas.
En varios sentidos, el ensayo sobre los indios chaqueños –o paisanos, como ella prefería llamarlos– fue excepcional en la obra de Grete. Su formación, experiencia y gusto la inclinaban a fotografiar con trípode, tomándose tiempo para componer el motivo, y en formato medio: 6x6 cm o 6x9 cm. Era fiel al principio de Walter Peterhans, su maestro, de que la toma debía componerse mentalmente, antes de apretar el disparador: “En el ojo, no en el visor de la cámara”, decía ella. Por otra parte, fue el único trabajo de envergadura que emprendió por iniciativa propia, no por encargo. Y en ningún otro caso se preocupó tanto por difundir su labor, menos, posiblemente, para mostrar una obra fotográfica como tal que para ayudar al cambio de las condiciones de vida de los indígenas y a difundir sus habilidades artesanales. Se decepcionó al comprobar que la cuestión indígena figuraba escasamente entre los intereses del poder político y del medio cultural.
Aunque probablemente se trate de las fotos de Grete que menos apreciaron colegas, críticos, editores y coleccionistas, para ella siempre estuvieron entre los trabajos más valiosos de su carrera, tal vez porque amalgamaron su ética humanista con la visión estética que adquirió en la Bauhaus. Hubo también en ella una instintiva simpatía hacia los indígenas, que expresó con su natural modestia, pues nada era más ajeno a su carácter que la pose, en especial la pose artística. Esa simpatía pudo deberse a dos factores: por un lado, cierta inclinación espontánea, carente de condicionamiento ideológico, por las clases populares, que también se advierte en el hecho de que su archivo sólo incluye retratos de intelectuales, artistas y personas sencillas; por otro, su propio padecimiento de exclusión y desprecio en la Alemania masivamente enrolada en el autoritarismo fascista, que le provocaba una identificación consciente o inconsciente con los aborígenes.
La ejecución del trabajo fotográfico chaqueño le llevó algo más de tres meses. Comenzó a sacar fotos a fines de mayo de 1964, en Resistencia, y concluyó a principios de septiembre, en Tartagal. Visitó trece localidades en el Chaco, siete de Formosa y tres de Salta, para lo cual debió recorrer más de 800 kilómetros. No reveló los negativos durante el viaje, por lo que quedó excluida la posibilidad de rehacer tomas malogradas. Fotografió con dos cámaras, una con película de 6x6 cm y otra de 35 mm. La mayor parte del material está en blanco y negro; sólo en pocas ocasiones utilizó película color, para sacar artesanías textiles o las pinturas tradicionales en el rostro de mujeres. El estilo simple y austero de los retratos es similar al que siempre imprimió a sus trabajos, sobre todo al comienzo de su carrera.
Cabe preguntarse con qué criterio eligió los rostros de niños, mujeres y hombres que puso en primer plano, que son muy abundantes por su intención de resaltar el tipo humano de los indígenas. A nuestro juicio, siguió su instinto de retratista, guiada por sentimientos de empatía para con ellos, lo que explica la apacible dignidad que transmiten casi todos, incluso los más castigados por la miseria. Las viviendas, tanto su exterior como interior, fueron objeto sistemático de reportaje, según su propósito inicial. El tipo que documentó con más frecuencia fue el rancho con paredes de barro amasado con paja, o de palo a pique y tablas, con estructura de ramas para sostener el techo de paja. En las tomas de interiores resalta la ausencia casi absoluta de muebles, utensilios y herramientas. Ciertas fotos de detalle revelan una precariedad extrema de vida. Son imágenes que recuerdan a sus bodegones, y evidencian su habilidad para captar los detalles significativos del entorno.
En todo su recorrido, la fotógrafa registró con particular empeño los trabajos de artesanía, que sin duda le resultaban atractivos por su gusto por las artes aplicadas. Tenía interés en mostrar las habilidades de los indígenas, y las técnicas y materiales que usaban. Son frecuentes las series de fotos que detallan didácticamente la elaboración de cacharros, tejidos, canastos y sombreros. Con esas fotos habló de la nobleza de la creación aborigen, aun la más modesta.

* Investigador y ensayista especializado en fotografía. Fragmento editado del texto Grete Stern y los paisanos del Gran Chaco, incluido en Aborígenes del Gran Chaco, recién publicado por Fundación Antorchas y Fundación Ceppa. La muestra de Proa, Culturas del Gran Chaco –que sigue hasta fin de mayo en Av. Pedro de Mendoza 1929–, reúne las fotografías de Stern y parte del patrimonio del Museo Etnográfico de la UBA.

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Mujer toba; alrededores de Resistencia, 1959-1960. Foto de Grete Stern.
 
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