SOCIEDAD › JUICIO ORAL POR LA CELEBRE FRASE “ME FUMARIA UN PORRITO”

Absolución y disculpas para Calamaro

El fiscal entendió que no había delito y no acusó. El tribunal lo absolvió y una multitud de fans pugnó por fotos y autógrafos.

 Por Horacio Cecchi

Floreal, el empleado de mantenimiento, abrió el ascensor 3, en el primer piso de los Tribunales Federales platenses. En realidad, abrió, vio reflectores y flashes que le disparaban, mientras un griterío por detrás clamaba “¡Andrés! ¡Andrés!” y una turba de manitos se extendía cual falange hacia el supuesto Andrés implorando, exigiendo, empujando y aplastando a quien se opusiera al rito del autógrafo. Floreal vio todo eso, cerró y, entre desconcertado y aterrado, apretó el botón y decidió bajar en el segundo. Andrés Calamaro, que no era otro que el demandado (en todo sentido), llegó más tarde y pasó por lo mismo aunque más acostumbrado que el vapuleado Floreal. Lo esperaba el Tribunal Federal en lo Criminal Oral 1; Carlos Dulau Dum, fiscal federal de juicio; Albino Stefanolo, su defensor y, está dicho, el medio centenar de fans que se colaba en la sala como si fuera agua entre los dedos. Lo esperaban para dar inicio a un juicio oral de una causa que nunca debería haber empezado; la audiencia duró no más de dos horas y finalizó con la absolución del acusado de decir, hace 11 años, en un recital: “Estoy tan a gusto que me fumaría un porrito”. El fiscal pidió dos cosas: al Tribunal, la absolución. A Calamaro, disculpas en nombre de la Justicia.
El 24 de noviembre de 1994, Andrés Calamaro participó en un recital en La Plata, para festejar el 112º aniversario de la fundación de la ciudad. En derredor del escenario se congregó la envidiable cantidad de 100 mil personas. En algún momento del recital, Calamaro pronunció la frase que, más tarde, le significaría el inicio de una causa penal: “Mirá, estoy tan a gusto que me fumaría un porrito”, dijo.
El abogado duhaldista Alejandro Granillo Fernández, apadrinando a un grupo de concejales del PJ, encontró en la frase de Calamaro las evidencias inconfundibles de un delito, el de preconizar el consumo de drogas, y presentó días más tarde una denuncia penal. Del ignoto grupo de concejales nada más se supo. Granillo Fernández escaló hasta ser el breve subsecretario de Seguridad bonaerense, durante la gestión de Eduardo De Lázzari.
En primera instancia, el fiscal federal 3, Oscar Gutiérrez Eguía, consideró demostrado que Calamaro había dicho la frase utilizada para acusarlo y puso proa hacia la elevación a juicio. Pero el juez federal Manuel Blanco no opinó lo mismo y sobreseyó al músico considerando que, como lo demostraban los videos y lo había afirmado el propio Calamaro, la frase había nacido para evitar males mayores ante una multitud en parte enardecida. El embanderado Gutiérrez Eguía apeló y la Cámara le dio la razón con los votos de Sergio Dugo y Román Frondizi, y la oposición de Leopoldo Schiffrin, en mayo del ’97, para la misma época en que Granillo Fernández renunciaba como subsecretario de Seguridad, cuando la Bonaerense de Eduardo Duhalde hacía agua después de asesinar a José Luis Cabezas. Y llegó la elevación a juicio.
Ayer, entonces, se puso en escena el juicio oral a ¡Andrés Andrés! en la causa 501/98. La audiencia estaba planteada para las 12 en el primer piso del majestuoso edificio de los Tribunales Federales platenses, en la calle 8, entre 50 y 51. Media hora antes, los pasillos del majestuoso edificio recibían la nerviosa visita de medio centenar de fans que cuchicheaban, se revolvían entre sus uniformes escolares, corrían detrás de cualquier gesto que denotara que sí, que había llegado su amado ¡Andrés Andrés!, tensaban sus nervios y el de todos, mientras tímidamente algunos oficiales de Justicia, empleados, y hasta prosecretarios, se acercaban como si nada al amplio hall del primer piso.
Algunos fans vestían remeras ad hoc, como la de César que decía “Alta suciedad” y “Calamaro”. Otros, uniformes escolares. Casi todos portaban cámaras pocket, celulares con cámara, grabadores y, obviamente, una hojita de papel y birome. Gastón se acercó con una cámara grabadora de VHS (“soy camarógrafo –dijo– pero no me mandaron, vine porque yo quería”); Manuel llegó desde Santa Fe dispuesto a volver con algún original del músico.César aseguró que arriesgaba su trabajo. Una chica muy joven llevaba a una nena en brazos; otra, un crío de casi 9 meses en su vientre.
–¡Ahí llegó, ahí llegó! –gritó una y provocó una corrida hacia la puerta del ascensor 3. Falsa alarma, era Floreal. Quince minutos después, con camisa gris, rulos y barba de un par de días, apareció ¡Andrés Andrés! abrazado a su abogado Stefanolo. Empellones, empujones, flashes, gritos, desmayos, llantos, “¡Idolo, ídolo!”, cables.
Ya dentro de la sala, la misma donde se realizó el Juicio de la Verdad, se inició el juicio oral que nunca debió ser. En el frente, de izquierda a derecha los jueces Horacio Isaurralde, Ana Aparicio (presidenta) y Carlos Rozanski. A la derecha, el fiscal Carlos Dulau Dum. Enfrente, Albino Stefanolo y ¡Andrés Andrés! Detrás de una barrera de madera que se mostró endeble, un enjambre de fans y periodistas luchaba a codo por obtener la mejor posición para ver/fotografiar/escuchar/tirar besitos al ídolo. La jueza Aparicio intentó en varias ocasiones poner orden.
Uno de los momentos más emotivos fue cuando el propio Calamaro pasó a declarar. Golpeó el micrófono con un dedo y dijo “hola, hola”, en su primera prueba de sonido judicial. Después respondió a preguntas de la jueza como nacionalidad, domicilio, si tenía esposa y si la mantenía, en fin, un pantallazo cholulojudicial sobre la vida del acusado. “Está en zapatillas”, confió una chiquilla de uniforme a otra con pañuelo, cinturón y cartera con pintitas de leopardo, mientras miraba por debajo del asiento el calzado del ídolo.
Pasó un testigo inocuo. Luego fiscal y defensa desistieron del resto. Llegaron entonces los alegatos. Dulau Dum dijo que la frase de Calamaro resultó “una expresión inadecuada para algunos pero que el músico juzgó adecuada para calmar los ánimos. Es inconveniente pero no configura delito”. Pidió la absolución y disculpas a Calamaro, quien –estaba convencido el fiscal– continuaría con sus éxitos. Media hora después, la jueza dictaba la absolución, se levantaba de su sillón y despedía a Calamaro estrechando su mano. Después, el tumulto, “¡Andrés Andrés!”, fotos y corridas. Terminado el juicio, ¡Andrés Andrés! salió disparado hacia la Capital, donde debía cumplir anoche con la primera de tres presentaciones en el Luna Park.
En la causa que nunca debió ser, Granillo Fernández fue el único que se hizo humo: presentó un escrito indicando que no asistiría por cuestiones de índole laboral.

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Tras la absolución, Calamaro se abraza con su abogado, Albino Stefanolo.
 
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