CIENCIA › DIáLOGO CON BETTINA MAHLER, DOCTORA EN BIOLOGíA, INVESTIGADORA DEL CONICET

El ojo y los pichones en el nido ajeno

Al Jinete Hipotético le encantaría levantar vuelo como un tordo picocorto. Pero no está seguro de querer descender sobre nidos ajenos. Angustiado, decidió consultar con la doctora Bettina Mahler.

 Por Leonardo Moledo

–Empecemos como de costumbre, ¿qué hace usted?

–Durante mi doctorado empecé a estudiar diversos aspectos de la ecología y el comportamiento de las aves, y en los últimos años me fui dedicando a usar herramientas moleculares y genéticas para contestar preguntas sobre ese tema. En particular, ahora me estoy dedicando a la conservación de especies de aves utilizando estas herramientas.

–¿Cuáles son las preguntas que intentó contestar?

–Lo primero que estudié fueron las aves parásitas de cría, como por ejemplo los tordos renegridos y los tordos picocorto. Lo que hacen esas especies es poner sus huevos en nidos de otras especies que incuban los huevos y crían a los pichones. Los tordos se independizan y no se hacen cargo para nada. Es muy difícil, como se imaginará, ir siguiendo a los tordos y ver dónde van dejando sus huevos. Lo que nos permitieron las herramientas moleculares es responder a la pregunta de dónde ponen los huevos. El tordo picocorto, por ejemplo: ¿pone los huevos en cualquier nido que ve por ahí o elige alguno en especial por algún motivo? Como es muy difícil seguirlo, lo que pudimos hacer es tomar una muestra de los pichones de tordo de diferentes nidos y ver si esa descendencia pertenecía a una sola hembra o a diversas hembras. Lo que vimos, además, es que tenían preferencia por los nidos de una determinada especie o por especies que compartían algunas características (como, por ejemplo, un tipo de nido similar).

–¿Y la especie parasitada no destruye a ese pichón?

–No. Algunas lo que hacen es reconocer los huevos no propios y sacarlos del nido. Otras especies no discriminan nada y aceptan todo.

–Y si yo pusiera un huevo de plástico en esos nidos, ¿qué pasaría?

–Depende de la coloración. Nosotros a veces usamos huevos de yeso, y los pintamos de un color que imita el huevo del tordo, con algunas manchitas. Si ese mismo huevo lo pintamos de blanco, sí lo rechazan. La forma de rechazo varía de acuerdo con la especie hospedadora. Si es una especie grande, abren el pico, agarran el huevo y lo sacan. Si es una especie chica, no les da la apertura de pico. Entonces lo pinchan para sacarlo. Con los huevos de yeso, por supuesto, no pueden picarlo.

–¿Y qué hacen?

–Depende de qué tan rechazadoras sean. Si ponemos más de uno, puede ser que abandonen el nido.

–¿Cómo se pudo estructurar evolutivamente esa conducta parásita? Parece ser muy adaptativa...

–Hay una hipótesis que sugiere que fue una transición de una especie que construía sus nidos y ponía sus huevos ahí, a especies que utilizan nidos ya construidos. Lo primero que se habría perdido es la capacidad de hacer los nidos, y luego, directamente, se habría perdido la necesidad o la capacidad de incubarlos.

–Y una vez conocida la parte descriptiva, ¿qué es lo que hace?

–La idea es ver cómo afecta este comportamiento a la especie que cría los pichones parásitos. Porque estos pichones compiten con los pichones propios, con lo cual baja el éxito reproductivo de la especie hospedadora. ¿Qué va a pasar entonces? Va a disminuir la cantidad de posibles hospedadores. Y eso, a su vez, disminuiría la capacidad del parásito de reproducirse. Si el parásito, en cambio, parasita varias especies, y una de ellas sufre una declinación, eso no significa que el parásito disminuya su éxito. Eso puede afectar la población de una especie hospedadora.

–¿Hay muchos pájaros que hacen eso?

–No, en realidad es un porcentaje muy bajo de las especies existentes.

–¿Y en general les da resultado?

–Sí. Y como eso puede impactar en la población hospedadora, nos interesaba ver específicamente cuáles son las estrategias que usan esos parásitos.

–¿Y cuáles son?

–Lo que hicimos fue estudiar en Buenos Aires una población de cuatro hospedadores. Tres de ellos construyen nidos abiertos y uno usa cavidades. Las hembras que utilizaban las especies de nidos abiertos eran diferentes a las que usaban las de cavidades. O sea que estaban buscando, al parecer, un tipo de nido particular para parasitar.

–¿Y aparte de eso?

–Mediante la utilización de la genética fuimos investigando otras especies que tuvieran problemas de conservación. Empezamos a trabajar entonces con las especies de pastizal en la provincia de Formosa, y con dos de ellas en particular: el yetapá de collar y el tachurí. Lo que pasó con estas especies es que los pastizales siguieron reduciéndose como ambiente por la expansión de la frontera agrícola y, además, quedaron fragmentados. Lo que se estudia mucho, entonces, es la variabilidad genética que representan las poblaciones que aún quedan en estos parches aislados del ambiente original. Y eso da muchas veces la indicación de cuál es la viabilidad que tienen estas poblaciones para sobrevivir, porque hay una correlación entre la variabilidad genética que presentan y la potencialidad adaptativa de la especie. Al haber una variabilidad genética grande, si llegara a haber un cambio ambiental importante, siempre habrá alguno que se adaptará mejor al ambiente. Cuando hay una reducción poblacional muy grande, hay también una reducción de la variabilidad genética, y eso hace que el potencial adaptativo de la especie disminuya, que se vuelva más vulnerable a todo tipo de cambio. Cuando las poblaciones son pequeñas, además, se corre el riesgo de que haya endogamia y, por lo tanto, que los alelos recesivos se expresen y eso disminuya aún más la población.

–¿Y cómo se puede evitar la endogamia?

–No se puede evitar.

–Pero los primates o los mamíferos tienen sus formas. Por ejemplo, los machos jóvenes se van... En las aves, ¿qué pasa?

–Eso depende de la dispersión. Por lo general, en las aves son las hembras las que se van a otro sitio. Los machos jóvenes son los que quedan. Pero justamente cuando hay parches de ambiente muy aislados, la capacidad de dispersión disminuye.

–¿Y qué pasa con los yetapa y los tachuríes?

–Cuando empezamos a estudiar a los yetapa, nos ocupamos de una población en Formosa y otra en Corrientes. Lo que queríamos comparar era la variabilidad genética presente en las dos poblaciones y si ya están diferenciadas entre sí o si simplemente había migraciones de un lugar a otro.

–Debe haber un umbral de variabilidad genética para determinar si es migración o no, ¿verdad?

–Sí, aunque es muy difícil de cuantificar.

–Un pájaro, ¿tiene conciencia de sí? ¿Puede autoidentificarse? Porque da la sensación de que si tiene que cortejar, si tiene que buscar un nido, tiene que percibir una diferencia entre él y el mundo.

–Qué pregunta difícil. Yo, la verdad, no creo que sepa que él es él.

–¿Y cómo marca un pájaro su territorio?

–Simplemente lo recorre. Yo creo que debe tener claves visuales para reconocer el área.

–¿Pero cómo les avisa a las otras que ése es su territorio?

–No les avisa. Y canta, como diciendo “acá estoy yo”. Pero no tiene ninguna clave como los mamíferos.

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Bettina Mahler, doctora en Biología.
 
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