CONTRATAPA

Los santos inocentes

 Por Susana Viau

En el 90-9 se reciben donaciones. Dicen que si en lugar de alimentos o ropa el aporte se puede hacer en metálico, cash, mucho mejor. Lo recaudado tiene destino: paliar las hambrunas y nutrir a los desnutridos del norte. Sería inútil tratar de comunicarse con el teléfono que aparece en el videograph porque el 90-9 es un número de España, habilitado para el loable fin. El programa precede al noticiero de TVE, se llama “Por la Mañana” y se emite hasta pasado el mediodía de Madrid. En Buenos Aires ya es la tarde y una mezcla de interés y nostalgia han hecho que, para el antiguo exiliado que observa la pantalla, el informativo de TVE sea una costumbre. Detrás de los presentadores se ve la enorme foto de un niño tucumano caquéctico. Al lado de los habituales conductores, un hombre joven de nombre Pedro Ruiz, que no es el ex humorista-imitador y actual protagonista de un ciclo de entrevistas que lleva con bastante gallardía, sino un discreto funcionario de la Cruz Roja española, que convoca a la colecta.
Los tres comentan con argumentos banales pero ciertos la desconcertante realidad argentina: saben –porque esos datos sirven de pie de foto a las imágenes terribles en todos los periódicos– que aquí se producen alimentos para abastecer a 300 millones de personas, es decir, para una población casi 10 veces más grande que la que el país famélico tiene. “Suministra todo tipo de bienes y servicios”, exagera Ruiz. La rubia conductora hurga en la contradicción de hierro que acaban de enunciar sin meterse en embrollos, sin sacar conclusiones conflictivas: el gobierno de Aznar controla Prado del Rey con mano dura y ha metido de cabeza a TVE en la estética de Berlusconi. El compañero de la rubia, un veterano profesional del medio, en cambio, introduce una duda mortificante en la charla que mantienen, aunque quizá no esté sino dándole voz a los resquemores del españolito medio que los mira en esa franja horaria. El tipo no es un metepatas, se nota que conoce el paño; es evidente que, como a la mayoría de sus compatriotas, le han llegado noticias de la desnutrición y de otras cuestiones, vinculadas, bochornosas: “Pero el dinero que alguna gente solidaria mande ¿tenemos la seguridad de que no se va a ir a otro sitio?”. La pregunta, muy pertinente por cierto, es un latigazo en la cara del antiguo exiliado. El Pedro Ruiz de la Cruz Roja –Cruz Roja Ayuda a Argentina es el slogan– contesta que de eso, nada; que están tomadas las previsiones para que la solidaridad caiga donde debe.
“Muy bien, muchas gracias”, dice con la boca amarga el televidente del lado de acá, que alguna vez se valió del salvoconducto del Comité Internacional de la Cruz Roja –”laissez passer”, como se denomina en la jerga a la tira de papel en la que constan unas pocas notas filiatorias– para salir de Sudamérica. Tiene sentimientos encontrados. ¿Qué hacen esos niños nuestros acurrucados en una cama de hospital y expuestos así, entre un bloque que ventila las adicciones de Carmen Ordóñez y otro que enseña lo rico-rico que cocina Karlos Arguiñano? ¿Son ingenuos o se están pasando de listos? El antiguo exiliado reflexiona y hace un diagnóstico probablemente equivocado: están enfermos de Europa. Algunos de ellos, los más claros, sabían que esto iba a ocurrir, tarde o temprano. Por eso en los primeros carnavales autorizados de la transición se disfrazaron de moscas y cantaron: “Qué mosqueo, ya somos europeos”. Eran todavía pobres y toscos, no tenían diseñadores, ni Guggenheim, ni aires y Europa empezaba al otro lado de los Pirineos. Ahora son prósperos, no es seguro que sea una prosperidad sólida, pero hay dinero a raudales y lo peor es que no les importa de dónde viene.
Al día siguiente, enviciado, morboso, el televidente del lado de acá busca el canal 54 de su cable pero no para ver el Telediario sino “Por la Mañana”. No hay más foto de niño caquéctico, ni una palabra de la colecta. Han dado vuelta la hoja. De todas maneras, seguro que la hacen y será buena plata. Tal vez llegue para las fiestas, junto con las tarjetas desalutación y el aumento de tarifas: un diez, un veinte, un treinta de luz, agua, gas, teléfonos. Es verdad que no influirá en la ayuda a los niños moribundos porque esos niños no pertenecen a la categoría de usuarios. Y, para que el alma vuelva al cuerpo de los españoles, la tarifa social la subsidiará este Estado, tan parecido a la madre de la Niña Chica de Los Santos Inocentes, cuando se fregaba las manos en el delantal y decía: “Sí, señorito. A mandar, que para eso estamos”.

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