CONTRATAPA

Vidas ejemplares

 Por Sandra Russo

“Tiene todo. Hasta no tiene marido.” Me lo dijo una señora de unos sesenta y pico, diálogo ocasional en la peluquería, espera matizada, a la sazón, con revistas de actualidad. La que lo tiene todo, hasta ese nomarido que le fascinaba a la señora, era Susana Giménez, estrella resistente no sólo al paso de los años sino sobre todo a los cambios de estética, valores y gustos populares registrados en todos estos años.
Me llamó la atención la síntesis perfecta que provino de la observación de la señora, que debía tener apenas tres o cuatro años más que Susana, pero que evidentemente se sentía separada de ella por varios siglos y algunas constelaciones: es necesario sentirse así, unida al ídolo por un deseo encarnado en él, y al mismo tiempo parado en la imposibilidad de concretar ese deseo, para experimentar semejante fascinación.
–Fijate –dijo–: es madre, es abuela, tiene dinero, es divina, está en pareja pero si con el tipo la cosa no funciona, fue.
–A mí me parece medio boluda –sentencié sin que viniera al caso, pero algo tenía que decir para prolongar el trabajo de campo que consistía en averiguar qué de Susana Giménez sigue provocando admiración.
–¡No tiene un pelo de boluda! –me contestó la señora, como si acabara de regresar de un viaje de placer con la Giménez–. ¿Vos te creés que ella no sabe que los dinosaurios se extinguieron? Pero su público consume su... frescura.
–Pero si ella sabe que los dinosaurios se extinguieron y le pregunta a un entrevistado si encontró un dinosaurio vivo, no es fresca. Está actuando frescura –intenté teorizar.
–¡Y a mí qué me importa! ¡Yo no soy su amiga íntima! ¿Qué me importa si ella es como se muestra o es distinta? ¡Yo soy público! –se encrespó la señora, con una autoconciencia sorprendente.
–¿Le interesa todo este asunto del divorcio del Corcho? –ella tenía un ejemplar de Pronto en la mano.
–Mirá qué diosa –me dijo mostrándome una foto en la que la Giménez montaba una bicicleta un par de talles más chicos que el que le correspondía. Reía bajo un horrible sombrero de esos tipo far west que suele ponerse cuando no se planchó el pelo. Miré la foto. No me pareció una diosa. Más bien me pareció una señora de cierta edad vestida inadecuadamente. Miré a la señora. Ella se explayó:
–Se acaba de separar, ¿entendés? ¿Vos alguna vez te separaste, nena?
Asentí varias veces, tantas como las que me separé.
–¿Estabas así a la semana siguiente?
–¿Cómo? ¿Andando en bicicleta?
–No, divina y riéndote.
–No.
–Bueno, pero por lo menos te separaste. Yo no. Estoy casada con el mismo hombre hace treinta y dos años. Con eso te lo digo todo.
–¿Se llevan mal? –me dio pena. No acertaba a descifrar qué quería decir la señora con la palabra “todo”.
–Ni bien ni mal, querida. Treinta y dos años con el mismo. ¿Qué importa cómo me llevo?
Ahí algo empecé a entender. Ella siguió:
–Yo no veo el programa de Susana. Pero esto de que use y tire me parece perfecto.
–Ay, señora, ¿cómo use y tire? Me da impresión.
–Bueno, pensá con quién estás hablando. Treinta y dos años con el mismo. ¿Sabés las veces que lo hubiese tirado?
–No es feliz –dije y me sentí una imberbe más imberbe que aquellos de la Plaza.
–¡Pero de qué felicidad me hablás, nena! No se trata de eso. Se trata de que las mujeres como yo vivimos una sola vida, ¿entendés? Un matrimonio para toda la vida equivale a una sola vida.
–¡Pero usted no es solamente su matrimonio, señora! ¡Usted es mucho más que su matrimonio!
–Bla bla bla. Quedate casada treinta y dos años con el mismo y después vení a contarme qué sabrosa es tu vida.
A la señora la llamaron para lavarle el pelo. Me quedé sola con la revista Pronto –¿o era acaso la Paparazzi?–. Vi a Susana sonriente, escoltada por Jazmín. Vi sus botas tejanas, el animal print de su chaqueta, el amarillo limón de su pelo. Efectivamente, a la semana de separarme yo no me veía así, y no sólo porque nunca en mi vida usé botas tejanas. Pero claro, la mía es una vida real, y la de Susana, para esa señora y para miles de señoras más, y acaso para ella misma, es una auténtica vida ejemplar (de revista).

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