Martes, 23 de febrero de 2016 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Desde hace ya bastante tiempo, Rodríguez lleva en su billetera la foto antigua de un niño de tres años, vestido con trajecito, muy decimonónico todo él. A Rodríguez le gusta mostrarla en fiestas y decir que es de su bisabuelo. Y entonces escuchar como todo dicen “qué chuli”, “qué majete”, “qué cuco”, “qué mono”, “qué guay”, “qué chachi piruli”. Pero en realidad la foto es de un pequeño que nada tiene que ver con su familia, nacido en 1879 en Ulm, en lo que entonces se conocía como Reino de Wüttermberg, y bautizado por sus padres con el nombre de Albert Einstein. Ahora que lo saben (si se lo piensa un poco, no hay foto que no sea un extraño prodigio físico-temporal) ahí están, en esa carita, ya profetizados los rasgos del genio adulto, sí. Pero ¿por qué y para qué hace eso Rodríguez? La respuesta a semejante misterio es “porque sí”. Y mejor zanjar ahí la cuestión; porque si no el enigma astro-existencial podría extenderse a cuestiones como por qué Rodríguez se casó con quien está casado y por qué acabó siendo redactor publicitario cuando siempre quiso ser escritor. Cuestiones más incómodas que inquietantes en las que, sí, todo es tan relativo.
DOS Lo cierto es que con lo de la comprobación práctica de la hipótesis teórica de lo de las ondas gravitacionales, Albert Einstein –quien ya lo había predicho en 1916– vuelve, aunque nunca haya pasado, a estar de moda. De nuevo, en periódicos y noticieros, esas fotos suyas con (des)peinado de hongo atómico posando frente a pizarrones desbordantes de fórmulas tan mágicas como lógicas. De vuelta esa otra foto suya sacando la lengua como si fuese un nunca reconocido hermano Marx. Y una vez más –para opinar sobre lo que resulta ser un acontecimiento de portentosa magnitud– apareció la voz del ganador del ultimo ganador del Oscar a la Mejor Enfermedad Stephen Hawking para emitir dos o tres cosas ingeniosas (Hawking es a la cosmología y la astrofísica lo que Felipe González es a la política española y la política del infinito y más allá: siempre tiene algo que opinar sobre lo que sea y, si conviene, recuerda al auditorio que él ya dijo algo más o menos parecidito en alguna oportunidad). Y, como de costumbre, los periodistas intentando explicar en unos pocos centímetros aquello ya clásico de la Teoría de la Relatividad (exposición con la que más de uno habrá ligado algo el pasado San Valentín) ahora potenciado con el sonido que emiten desde los confines del tiempo espacio dos agujeros negros con unas masas respectivas veintinueve y treinta y seis veces mayores que la de nuestro sol fusionándose a la velocidad de la luz en un beso más negro todavía. Rodríguez no deja de leer cada nuevo artículo que sale amplificando el eco del inicial Big Bang noticioso. Se dice que se abre una nueva “ventana” al estudio de todas las cosas. La simulación por ordenador del asunto muestra a algo parecido a los orificios de un enchufe flotando en la inmensidad del todo y la nada. Y poco evoca a las, por ejemplo, epifanías cosmogónicas del Silver Surfer imaginadas por Jack Kirby. Y suena a poca cosa. La grabación del fenómeno es algo así como una repetitiva y solitaria nota de piano à la György Ligeti (Stanley Kubrick fue un genio hasta en eso; en utilizar su música como fondo para lo infinito del espacio así como para lo finito de la odisea matrimonial de Cruise & Kidman, piensa Rodríguez) captada semanas atrás por dos observatorios LIGO. Un “blip” de apenas dos décimas de segundo que en realidad es o fue, hace mil millones de años, una arrasadora oleada de energía generando una potencia lumínica mayor que la de todas las estrellas conocidas de nuestro universo. Rodríguez tiembla de sólo imaginarlo y falta menos para que Mariano Rajoy y los suyos adviertan –ahora lanzados a una campaña aterrorizante donde se pronostican cataclismos económicos y terroristas si Podemos llega al poder– que si el menguante y dimitidor Partido Popular en horas bajísimas y altísimos niveles de corrupción no es el elegido para comandar una gran coalición con el PSOE y Ciudadanos como escuderos, bueno, algo parecido puede sucederle a España. Uno de los aterrorizadores –el ministro del Interior– es conocido por condecorar a la Virgen y asegurar que tiene un ángel de la guarda al que llama Marcelo que “me ayuda en las pequeñas cosas, como a aparcar el coche”.
Y pregunta (im)pertinente: ¿qué falta hace que los chinos construyan esos colosales observatorios para buscar vida extraterrestre cuando aquí y ahora ya hay aliens de sobra?
TRES Hay, también, una foto muy conocida de Mariano Rajoy sacando la lengua. Pero no tiene la picardía y gracia de la de Einstein. La lengua de Rajoy tiene algo de tic nervioso y músculo bovino y está acompañada por la mirada entre desorbitada e irritada de aquel que no entiende por qué le pasa lo que le está pasando a él, maestro de la política del aquí no pasa nada y, aunque pase, ya pasará tarde o temprano, así que mejor pasar de página. Ahora, por fin, Rajoy conoce la sensación –luego de años de no decir nada– de no saber que decir, de ni siquiera saber cómo decir nada o algunas de esas cosas raras que dejaba escapar de tanto en tanto, en campaña. Así que a lo único que atina es a viajar a Bruselas y –entre colegas, pero “en funciones”– pronosticar urnas en junio mientras le arrecian las tormentas siderales del escándalo. Y son tantas y tan seguidas y tan fuertes que hasta sus más jóvenes partidarios empiezan a inquietarse pidiendo purgas y limpiezas generales y apagado de tanta estrella muerta aunque siga brillando a través de tanto tiempo de viva la pepa y viva el el PP. “Las corrupción nos ha hecho daño”, dice Rajoy, quien jamás dirá algo como “Hacemos daño con la corrupción”. De igual modo, la infanta Cristina –al no salirle la jugada legal que la eximiría de estar presente en el juicio largo día tras largo día– ahora se ve obligada a calentar banquillo por algo que no puede sino ser entendido como lógica celestial: la mujer se defendió en su momento argumentando que ella no se enteraba de nada en lo que hacía a tejes y manejes de su marido y socio; pues ahora se va a enterar de todo ahí mismito. Y todos se enteran de las crecientes exigencias del autovicepresidente Pablo “Podemos” Iglesias, siempre flanqueado por ese pequeño whiz-kid estilo Sherman que es el joven Errejón, con sus ojos tan abiertos y su cabecita asintiendo sin cesar. Y nuevas reuniones entre partidos a la busca de investiduras o embestiduras donde unos dicen que hay pacto y otros lo niegan y dicen que hay entendimiento. Y Rodríguez (y muchos otros) comienzan a pensar que, de haber nuevas elecciones, tal vez nadie debería ir a votar para que todos salgan ganando. Antimateria.
CUATRO A los pocos días del estallido, toda mención a las ondas gravitacionales había desaparecido de diarios y noticieros. Ya no era noticia, ya era Historia. Pero Rodríguez sigue pensando en ello. En que todo, alguna vez, tuvo un magnífico y cataclísmico principio mientras, ahora, su vida transcurre en una sucesión de finales apenas disfrazados de volver a empezar. Continuaciones que, ya grande y enorme, el niño de la foto que no es su bisabuelo sintetizaría con un “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy tan seguro en cuanto al universo”.
Blip.
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