CONTRATAPA

Agujeros negros

 Por Rodrigo Fresán

UNO “Lo siento por los aficionados a la ciencia-ficción”, se disculpó Stephen Hawking días atrás con esa voz de ciencia-ficción. Y continuó con la refutación de una de sus ideas más populares y provechosas para el género: “Si saltas dentro de un agujero negro no viajarás a un universo alternativo. Lo único que ocurrirá es que tu masa-energía volverá a nuestro universo destrozada en una u otra forma, contendrá toda la información acerca de lo que alguna vez fuiste, pero en un estado irreconocible”. Hawking zanjó así una polémica/apuesta de varias décadas con el físico estadounidense John Preskill; y por estos días se dispone a enviarle el premio convenido: una enciclopedia a ser elegida por el ganador. Hawking sugirió que el tema de los varios tomos girará alrededor del cricket y sus misterios, tema que seguramente apasiona al norteamericano y quien se apresuró a declarar que preferiría algo que tuviera que ver con el basket, ¿sí?

DOS Y, sí, yo fui uno de los muchos optimistas que –alentados por la magnitud del fenómeno– compraron en su momento aquel engañosamente portátil librito titulado Breve historia del tiempo. Creo que era en ese libro donde Hawking explicaba lo de los agujeros negros y –a partir de lo que ahora resumen los periódicos– era algo así: los agujeros negros se forman cuando las estrellas han consumido todo su combustible nuclear y colapsan bajo el influjo de su formidable gravedad, de modo que no puede escapar de ellos ni siquiera algo tan inasible como la luz. Algo así y supongo que más de uno está temblando de irritación al leer mi torpe síntesis de lo inconmensurable.
En cualquier caso, Breve historia del tiempo no era un libro sencillo si se lo medía, por ejemplo, con Cosmos de Carl Sagan que –en comparación– era el equivalente a El Principito. El best-seller de Hawking, en cambio, podría equivaler –no en masa pero sí en densidad– a En busca del tiempo perdido: un libro fácil de leer pero difícil de comenzar. Uno de esos organismos que imponen sus propias reglas, ritmo, respiración. Un obra que a medida que se la va leyendo va creando –no le queda otra, no existe otra posibilidad– un lector a su imagen y semejanza. El haber sido felizmente abducido por En busca del tiempo perdido y haber sido tristemente expulsado por Breve historia del tiempo, supongo, dice mucho del tipo de persona que soy. Lo cierto es que a la hora de los aspectos duros y científicos de lo futurista me alcanza y me sobra con la cháchara del Capitán Kirk & Co. Y, cuando se trató de entender algo de ciencia no ficción en las aulas, fracasé con todos los honores. No entiendo cómo vuelan los aviones y las mareas, y la electricidad me parece la prueba más incontestable de la existencia de los fantasmas: sí, hay una presencia invisible moviendo las cosas de este mundo.

TRES De ahí que haya leído con estúpido regocijo lo de Hawking admitiendo que los agujeros negros no funcionan tal como aseguraba (como atajos espacio-temporales a destinos alternos) sino como algo mucho más sencillo: como una curiosa mezcla de aspiradora y picadora, como pruebas renovadas de que nada se pierde y que todo se transforma, pero –siempre leer la letra pequeña del contrato antes de firmarlo, por favor– degradándose. A la hora de reformular su postulado, Hawking advierte que, sí, un agujero negro mantiene todo lo que cae en sus redes; pero con el tiempo, mucho tiempo después, acaba por autodesintegrarse proyectando todo lo que consumió en vida hacia los extremos más extremistas del universo. En cualquier caso, hasta hace días el quid de la controversia Hawking/Preskill pasaba por si se traga y se reaparece en otra parte o por si se escupe y se reaparece en otra forma. Siendo la última opción la hipotética vencedora –porque conviene aclarar que todo esto se discute de lejos, de muy lejos, en salones a los que no puedo evitar dotarlos de una escenografía marca Tintín– me permito insistir con el símil proustiano de más arriba. Porque entonces, creo entender, los agujeros negros extraterrestres tendrían un funcionamiento muy similar al de la siempre agujereada memoria humana: vivir y recordar y alterar lo que sucedió.

CUATRO Tal vez por eso hay momentos en En busca del tiempo perdido en los que Proust suena casi científico. Ejemplos sueltos: “Hay errores ópticos en el tiempo como los hay en el espacio”; o “El tiempo del que disponemos cada día es elástico; las pasiones que sentimos lo dilatan, los que inspiramos lo encogen y la costumbre lo llena”; o “Tal como hay una geometría del espacio, existe una psicología del tiempo, en la que los cálculos de la psicología plana dejarán de ser exactos porque no tomarán en cuenta el Tiempo y una de las formas que adopta, el olvido”; o “Las distancias son sólo la relación del espacio con el tiempo y varían con él”; o –para terminar– una imagen lírica para fundamentar una derrota: “La memoria es como un obrero que trabaja para establecer cimientos duraderos en medio de las olas”.
Pensaba en esto en los últimos días mientras volvía a maravillarme y asquearme la conducta negra y agujereada de unos cuantos que optan por recordar sólo lo que les conviene. Pensaba en esto mientras Aznar decía primero que se había llevado papeles clasificados y después que los tenía en la memoria mientras se negaba a comentar nada acerca de su automedalla valor U$S 2.000.000. Pensaba en esto viendo Fahrenheit 9/11 (que Michael Moore acaba dedicando a los soldados americanos muertos en Irak y alrededores pero no a los que viven allí y murieron y ni siquiera son soldados). Pensaba en esto mientras oía las comparecencias de ministros del PP que todavía señalan a ETA como responsable de las bombas del 11-M en Madrid. Pensaba en esto mientras los programas del corazón beatificaban súbitamente a Carmen Ordóñez –hija y esposa y madre de toreros, personaje clave del trash-set ibérico– por el simple hecho de haber muerto de golpe y, como decía ella, “divinamente”. Descarto pensamientos “argentinos” por falta de espacio; y pensaba todo esto y pienso que –más allá de Hawking y Preskill– la verdadera y práctica función de los agujeros negros no es la de llevarnos a otra galaxia o la de masticarnos a lo largo de eones. No: los agujeros negros sirven para recordarnos que es mejor no olvidar tantas cosas que muchos –nos recuerdan una y otra vez– quieren que olvidemos.

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