CONTRATAPA

Una tragedia argentina

 Por Horacio Verbitsky

En su columna dominical, Mariano Grondona afirma que Susana Yofre de Vaca Narvaja no podía aspirar a la indemnización legal que se paga a los exiliados porque “no había sido detenida previamente ni su hijo es desaparecido (fue indultado y hoy trabaja en Buenos Aires, al frente de una gomería)”. El columnista afirma que “al extender las indemnizaciones a los exiliados y sus familiares durante el régimen militar aunque no hubiesen sido detenidos ni fuesen familiares de desaparecidos, se estima que la Corte ha abierto la posibilidad de que entre 200.000 y 500.000 personas que alegan haberse exiliado entre 1976 y 1983 puedan reclamarlas”. Esto costaría al Estado “varios cientos de millones de pesos”. Además, el fallo no sería ecuánime, porque “compensa monetariamente a los familiares de uno de los terroristas más sangrientos de nuestra historia”. Siempre reacio a permitir que los datos de la realidad le arruinen un buen argumento ideológico, Grondona merece algunas precisiones.
Por empezar, la indemnización no tiene nada que ver con Fernando Vaca Narvaja, sino con su padre, el ex ministro de gobierno radical en Córdoba y ex ministro del Interior en los últimos días previos al derrocamiento del Presidente Arturo Frondizi, Miguel Hugo Vaca Narvaja, quien sí está desaparecido.
La historia de la familia Yofre-Vaca Narvaja es la de una tragedia argentina. A las dos y media de la madrugada del 10 de marzo de 1976, doce hombres armados con ametralladoras y una credencial de la Policía Federal allanaron la casa familiar, en la que el matrimonio vivía con su hijo menor, de 16 años. “Entran como una banda de forajidos. A mi marido, que estaba en pijama lo maniataron a la espalda, lo dejaron en el living. A mi hijo y a mí nos taparon la cara con ropa para evitar que los viéramos”, recuerda Susana Yofre. “Estaban saqueando mi casa. En la cocina no dejaron un artefacto eléctrico, nada. Del bolsillo del traje de mi marido quitaron dinero que él había percibido como honorarios profesionales. Se llevaron alhajas, ropas, grabadores, cuadros, todo lo que tenían a su alcance. Tuve una crisis de nervios, y comencé a gritar.” Amenazaron a la mujer y al niño, envolvieron al hombre en un cubrecamas, lo arrojaron al baúl de uno de los autos, quitaron el distribuidor del coche de la familia para que nadie pudiera seguirlos y huyeron para siempre hacia la nada.
El primogénito del matrimonio, Miguel Hugo Vaca Narvaja (h.), había sido detenido a fines de 1975 en uno de los juzgados federales de Córdoba, donde ejercía la defensa de presos políticos, y puesto a disposición del Poder Ejecutivo, sin causa penal en su contra. Cuando faltaban pocas horas para el golpe de Estado, Susana Yofre lo visitó por última vez en la Unidad Penitenciaria 1: “Me pidió que tratara de sacar a toda la familia porque, me dijo, la persecución política iba a ser implacable contra nosotros”. La recomendación del hijo salvó a la familia, que ese mismo día se asiló en la embajada de México, pero no hubo piedad para él. El 2 de abril de 1976, mientras José Alfredo Martínez de Hoz anunciaba por televisión su programa económico, Susana Yofre de Vaca Narvaja y 26 miembros de su familia, entre ellos una docena de niños, llegaron en una caravana de cinco autos al Aeropuerto, acompañados por un funcionario del gobierno mexicano en cada uno.
El caso es paradigmático, porque la propia perversión del sistema aplicado, la pretensión ejemplarizadora de la barbarie, permitieron su esclarecimiento. Eduardo Alfredo De Breuil, su único sobreviviente, contó el operativo a la Justicia. Junto con su hermano Gustavo Adolfo De Breuil, Higinio Arnaldo Toranzo y Vaca Narvaja (h.), fueron retirados de la UP 1, el 12 de agosto de 1976 por personal militar. El servicio penitenciario se negó a entregarlos sin un recibo, pese a que la orden tenía la firma y el sello del jefe de la Brigada, general Juan Bautista Sasiaiñ. Por eso, el teniente coronel Osvaldo César Quiroga debió dejar constancia de puño y letra del retiro de los detenidos. Luego de un trecho, los hicieron bajar de la camioneta en que los trasladaron. De Breuil oyó decir a una voz: “Preparen las armas”. Luego preguntó si todos estaban listos. Cuando recibió la respuesta afirmativa, ordenó abrir el fuego. De Breuil escuchó los disparos y sonidos guturales, de alguien que no podía gritar por la mordaza que tapaba su boca.
–Este es un trabajo de mierda, dijo uno de los fusiladores.
–Aguántenselas que así es la guerra, contestó el jefe.
Quiroga le quitó la venda y la mordaza a De Breuil, lo condujo hacia el cuerpo caído de Vaca Narvaja, que tenía un orificio de bala en la ceja derecha. A pocos pasos estaba Toranzo, y más allá su hermano. Se produjo entonces este diálogo, entre el oficial y De Breuil:
–¿Sabés por qué los matamos?
–No.
–Porque ustedes mataron a un cabo.
–Yo no estoy de acuerdo con que se mate a nadie.
–Ya es tarde. Ahora al volver a la cárcel, les contás a los otros todo lo que viste.
–¿Al personal penitenciario también?
–Sí. A todos. Que sepan que si siguen matando militares a todos les va a pasar lo mismo. Y vos sos el primero de la lista. Hoy te salvaste raspando.
Quien coincide con Grondona en favor de las leyes de impunidad para esos crímenes es Fernando Vaca Narvaja. En 1989 hizo explícito ese apoyo, en reuniones con Carlos Menem y el entonces Nuncio Apostólico Ubaldo Calabresi, con quienes el vicepresidente ejecutivo de Montoneros S.A. platicó sobre la reconciliación. Cinco de sus diez hermanos, Cecilia, Isabel, Gustavo, Agustín y Gonzalo Vaca Narvaja, le contestaron. El sobrio texto de su declaración pública decía: “Miguel Hugo Vaca Narvaja, detenido-desaparecido el 10 de marzo de 1976. Repudiamos las leyes de punto final, obediencia debida y el indulto, porque impiden la verdad y la justicia”.

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