CULTURA › UN PUEBLO QUE SE MIRA A SI MISMO

El “Otamendi show”

El canal local de una pequeña población cercana a Mar del Plata transmite en continuado “la vida” y provee chismes, datos policiales y bromas pesadas.

 Por Julián Gorodischer

Desde Otamendi

El frío podrá contra todo, pero no detiene a la camarita que controla a este pueblo pequeño llamado Otamendi. Aquí (a 30 kilómetros de Mar del Plata, paraíso rural de la papa) no hay cines, ni teatros, ni demasiados jóvenes. Aquí hay apenas un micro que se descompone con frecuencia y es el único contacto con la Ciudad Feliz. Pero en cada casa un televisor muestra al propio pueblo, el más vigilado, el que convirtió la vida en sus calles en un espontáneo programa de chimentos. Las viejas esperan las diez de la mañana para enterarse si llueve. Alguna comenta lo mal que está vestida la “liviana” del pueblo. Hace tiempo, gracias a la tele, vieron en directo el “robo del siglo” (una salidera del banco) que fue interceptado por la policía. Por TV, descubren infracciones de tránsito y besos robados entre adolescentes. Siempre encendida, la calle principal retacea caminantes (hay poca gente), pero siempre provee un detalle para apreciar. “Compruébelo –dice Pepe Larriba, el hombre de la gran idea–, el canal local es el más visto.” Nadie camina sin un ojo en la nuca. La vida en Otamendi es un “Truman Show” a conciencia, promovido por Pepe, el hacedor de todo. “¿Quejas? Nunca. La gente no se siente hipervigilada sino todo lo contrario”, dice el hombre. “Les encanta salir en la tele...”
Pepe se jubiló en el ‘95 como tesorero del banco y fundó su operadora de cable. Atípico entre otras localidades de la costa, Otamendi tiene un buen nivel de vida y sus seis mil habitantes empezaron a abonarse en masa. Una multinacional (a través de la firma La Capital SRL) vio el filón y se la compró para convertirla en un continuado de películas. Aquí es donde la de Pepe Larriba se convierte en una crónica alla Hollywood: vendió la operadora, sí, pero se quedó con los contenidos del canal local, por una mezcla de amor propio con defensa de lo regional. “¡No van a acabar con lo nuestro!”, replicó y descubrió que no tenía presupuesto para poner en el aire ni un solo programa. Una cámara fija, a cambio, contaría la vida del centro, es decir, de una cuadra. Insólito, el invento de Pepe precedió (desde 1995) al “Gran Hermano” y convirtió a Otamendi en una excentricidad. No hay experiencia similar en el país, dice el hacedor. De haber registrado su idea de “transmisión en directo de realidad”, hoy sería millonario, cobrando el canon que corresponde al reality.
Como un artesano, Pepe se trepa a la terraza y acomoda la camarita sobre la loza. La da vuelta y cambia el ángulo. La gente pide un nuevo foco. De pronto, se puede ver el colegio Sarmiento, al mediodía, cuando salen los chicos y las madres piden un saludito para saber si están bien o “para empezar a prepararles la comida”, cuenta Gabriela, la dueña del bar. O se ve, también, la salida del banco, siempre en pantalla en la comisaría del pueblo. Pocas veces sucede algo extraño. “Pero pasó –cuenta el policía Andrés Ferreyra–, hubo peleas callejeras o pequeños robos y lo detuvimos gracias al canal de Pepe.” A su lado, el hombre se complace del uso policial, menos cuestionado por las familias que las bromas de la barra del Círculo Deportivo. Como la cámara da para todo, los “pesados” ponen fotos de almanaque con mujeres desnudas para divertir al pueblo. Si Pepe está distraído, “pueden pasar dos horas con la mina en el aire –cuenta un miembro de la barra–, y es divertido pero también lo hace engranar”.
“La cámara ayudó a formar parejas. Un hombre localiza a la mujer que le gusta, dando vueltas en la principal, y sale a buscarla. Pero también terminó con matrimonios: el marido la pescó in fraganti cuando se la levantaban en la parada del micro... En todo caso, sólo un pueblo que se quiere mucho, que quiere verse a sí mismo en sus miserias y sus virtudes, acepta un canal que lo televise todo...”, dirá Pepe, impensado intérprete de los usos sociales de los medios. No cabe duda de que nadie queda afuerade esta práctica, aunque a veces irrite. “Llego a casa –cuenta Gabriela– y mi marido me reta: ¿por qué doblaste tan fuerte?”
Para todos, Pepe tiene un sueño un poco megalómano que imagina cámaras clonadas en numerosas esquinas. Una en la fachada de la casa de Hugo Falcone, para cubrir la principal en toda su extensión: ahora hay un tramo que queda fuera de registro. Otra en la Plaza del Pueblo, “la más cuidada de la provincia de Buenos Aires”, según una evaluación municipal. Pero Pepe se exalta cuando imagina la cámara de control de ingreso, en el acceso de la Ruta 88. “Podríamos localizar todo lo que entra y sale de Otamendi”, dice con la vocación de control total que, sólo por momentos, parece ligeramente excedida. Pero es con intenciones de homenaje. “Al automovilista Walter Hernández, al futbolista Guillermo Trama, al relator Adrián Moll. Para que quede un registro del pueblo del que salieron. ¡Para que se conozca la cuna de tantos hombres importantes!”

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El inventor del reality social: Pepe Larriba, ex bancario que alumbró la idea de la cámara-panóptico.
 
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