CULTURA

La mentira vestida de verdad

El narrador argentino Eduardo Berti acaba de publicar “La vida imposible”, un libro de textos breves atravesado por noticias espurias, falsos casos científicos y críticas a obras inventadas.

 Por Verónica Abdala

“Me interesó plantear una especie de puesta de duda de certezas. Una especie de lógica diferente, secreta o desviada, hecha de juegos de inversiones, paradojas o contradicciones”, define el periodista y escritor argentino Eduardo Berti acerca de su nuevo libro, La vida imposible, que acaba de publicar editorial Planeta. “Me he valido para eso de las noticias espurias, de los supuestos recuerdos familiares, de los falsos casos científicos o incluso de la crítica de arte, tal vez porque estos registros, usualmente empleados para dar cuenta de acontecimientos reales, me fueron de gran ayuda a la hora de volcar estas raras ocurrencias. Pero también he querido fabular mitos y leyendas.”
El resultado de ese proceso, que concretó con intermitencias en un período de casi veinte años, simultáneamente con la escritura de sus obras anteriores, es un volumen compuesto por un centenar de microrrelatos –breves, brevísimos– que invitan al lector a experimentar, ante todo, en una poderosa sensación de extrañeza ante lo conocido, al tiempo que confirman la poderosa habilidad narrativa de Berti. En cada uno de ellos, casi todos narrados con lenguaje falsamente periodístico, late un componente extraordinario, que hace pie en la realidad para dispararse hacia direcciones inesperadas. “Calculo que eso se debe a mi visión del mundo, que es más bien una visión ‘extrañada’”, reflexiona desde París, donde está radicado, el autor de Los pájaros, Agua y La mujer de Wakefield. “En todo caso, tengo claro que me resisto a una visión puramente mimética, realista, de aquello que nos rodea.”
La duplicidad de una realidad en otra paralela, las trampas del azar y las simetrías que por momentos parecen inspiradas en ciertos juegos borgeanos se reproducen en estas páginas potenciando el efecto fantástico. La fórmula se completa con una poderosa cuota de ironía y humor que terminan de definir la particular mirada de este joven autor.
–¿Cuáles fueron los criterios que orientaron la escritura de La vida... desde su gestación?
–Precisamente la invención, la sorpresa, el descubrimiento, lo lúdico, lo extraordinario, lo insólito... Siento que, en el fondo, he escrito una especie de catálogo de casos y hechos que ponen en jaque ciertas certezas cotidianas, ciertas convenciones de lo que se llama “vida normal”. Lo paradójico del asunto es que estos criterios fueron imponiéndose naturalmente, lo que vendría a demostrar cuán frágiles y franqueables son las fronteras con lo que, inversamente, suele considerarse “imposible”.
–¿Y en qué momento advirtió que la reunión de estas ficciones hiper breves podían llegar a componer un futuro libro?
–En realidad empecé a escribir estos textos breves antes todavía. El que se llama “Mariposa humana” lo escribí, aunque en una versión diferente, hace ya casi veinte años. Desde entonces supe que estaba juntando, a la manera de un coleccionista, miniaturas para un hipotético libro. Con el tiempo y la práctica comprendí que estos cuentos me tomaban por asalto, que nacían cuando a ellos se les antojaba, que podían surgir dos o tres en un día y después nada, ninguno durante varios meses, y que aparecían por lo común enteros, como una inspiración poética, o en su defecto casi enteros, sin final, como una especie de acertijo. Claro que a ese primer movimiento más o menos espontáneo le sigue, obligadamente, la empresa de corregir, de cincelar; una empresa a menudo desesperante: cuanto más minúsculo el texto, más fácil es para el ojo abarcar todos sus defectos. Como sea, pronto supe que una especie de coherencia interna se establecía entre los textos. Y un buen día descubrí que tenía más de doscientos. Entonces me aboqué a seleccionarlos, a darles un orden y mientras lo hacía, estimulado tal vez por el proceso, escribí unos cuantos más, los únicos que hice tan intencionadamente.
–Usted declaró en una oportunidad que “la brevedad puede ser una actitud y una poética”. ¿Por qué esa actitud y esa poética, a la hora de estructurar este libro, le interesaron particularmente?
–Lo que quise decir, supongo, es que la brevedad o, mejor aún, lo fragmentario puede regir también un libro en apariencia largo. Es el caso, según creo, de mi novela La mujer de Wakefield, que no es una colección de cuentos pero está construida a partir de una serie de casi cien capítulos breves en los que cierto “miniaturismo” gobierna como actitud literaria. Ahora bien, a la hora de estructurar La vida imposible la brevedad, más que interesarme, se reveló imprescindible. Nunca concebí estos relatos y estos textos con otro formato que no fuera éste. Quiero decir que no se trata de gérmenes truncos, no desarrollados, o al contrario de idea extensas luego resumidas. Se trata más bien de miniaturas natas y perpetuas.
–¿Qué lugar le da usted a este libro en la evolución de su obra? ¿Qué puntos en común mantiene con sus anteriores libros y en qué punto se distancia?
–Me cuesta mucho tener este tipo de visión sobre mi obra. Con cada libro trato de emprender una aventura nueva, sin pensar en criterios como el de “evolución”. Si existe una coherencia entre mis libros, si hay puntos en común, prefiero que se vayan estableciendo un poco a mi pesar. Y, en cualquier caso, le dejo la ingrata tarea a los críticos o a los investigadores que algún día se atrevan a leerme. Al margen, soy por supuesto consciente de que La vida imposible está cerca de mi primer libro de cuentos Los pájaros en términos de temática y de formato, y tal vez de mi primera novela Agua en cuanto a cierto sentido del humor que acaso busca ser flemático. Pero si algo que yo haya hecho antes se parece a este nuevo libro, quizá sea un viejo programa radiofónico de los años ochenta (El bulo de Merlín) cuya modalidad era la de un periodismo absurdo y falso.

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Berti, que trabajó en Página/12, está ahora radicado en París
 
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