DEPORTES › LO AFIRMA EL SOCIOLOGO HORACIO GONZALEZ

“El fútbol es un espectáculo de raíz teatral”

Como pasión de multitudes, como alguna vez fue motejado, el deporte más popular desnuda
el desplazamiento de la pasión del ámbito privado a la esfera de la competencia, y en ese marco, asegura el pensador, el espectador de fútbol se hace heredero del espectador trágico.

 Por Facundo Martínez

El deporte como modo de expresión de las sociedades modernas se ha vuelto un fenómeno complejo, atravesado por un sinnúmero de intereses disímiles. Una compresión integral de su alcance y significancia –la sociedad habla del deporte, y al revés– reclama la intervención de nuevas miradas, despojadas de los clichés y el acostumbramiento. Con esa intención, Página/12 entrevistó al sociólogo y ensayista Horacio González. El propósito particular de esta charla fue dialogar sobre fútbol, sin nombres, sin delanteras memorables, sin más, pero con la intención, pretenciosa y oscura al mismo tiempo, de sumar ideas, un recorrido intelectual, a la exploración antropológica de este deporte, bautizado hace tiempo con el nombre de “pasión de multitudes”.
–Un viejo slogan publicitario fijó la idea de que el fútbol es pasión de multitudes. ¿Qué hay de cierto en el establecimiento de esa asociación?
–Esa es una frase que proviene de un programa deportivo de los años ‘40. Es una frase feliz, destinada a quedar como umbral del tema. En principio, el que inventó la frase dio por supuesto, muy fácilmente, que las pasiones se expresan multitudinariamente. El fútbol está en condiciones de mostrar la larga asociación entre pasiones y mundo íntimo, es decir, la frase juega con el desplazamiento de la pasión del mundo privado al mundo deportivo, un mundo como pocos, que exige muchas personas en condición de espectadores. Por lo tanto, la condición de espectador reproduce el espectáculo trágico. Con todas las deformaciones que se quiera, el espectador de fútbol es heredero del espectador trágico.
–¿El mundo pasional del fútbol atenta contra la capacidad de reflexión?
–Para cierta tradición ilustrada de la Argentina, el espectador de fútbol surgiría disminuido con respecto al ejercicio real del espectáculo y su contemplación. Creo que la hinchada siente esa mirada de la tradición: ¿No nos disminuye esta actividad contemplativa? Ahora, las hinchadas de todo el mundo desarrollan una respuesta para esto. Y la respuesta es la actividad como coro, como registro muy sensible de lo que el espectáculo en sí mismo relata. Lo que hacen las hinchadas es demostrar de alguna manera que el mundo de la pasión clásica está presente ahí donde parecería no estarlo. Y en lugar de disminuir la idea de lo que es una ciudad, la engrandecería con el ejercicio de una acción coral, poética.
–¿Aunque muchas veces se expresen en formas violentas?
–Las hinchadas son fábricas poéticas importantes y un lugar donde se piensa constantemente cómo actúa la metáfora entre deporte y guerra. Por eso el dilema de las hinchadas es, por ejemplo, la emboscada de una hinchada a otra, como sucedió en la Boca, donde murieron dos personas. Porque ahí se desarmó el dúctil y sofisticado mecanismo de la metáfora y se pasó a la guerra directamente.
–Daría la sensación que el fútbol, un juego reglamentariamente simple, esconde una complejidad feroz.
–El fútbol es un espectáculo de raíz teatral, pero al deporte no le gusta que le digan teatro. El deporte quiere tener lógica propia y, en realidad, el origen de ambas cosas no es el mismo. Pero así como no es el mismo, evidentemente hay una teatralidad del deporte y a su vez una tradición teatral que toma algo del deporte: basta pensar a Ricardo Bartís y su Sportivo Teatral, que de algún modo supone una dramaturgia de los cuerpos, del deporte y del teatro también. Esas dos tradiciones separadas buscan de alguna forma enlazarse. Es fabuloso que sea así, sobre todo en este momento en el que el cuerpo del fútbol está cada vez más controlado.
–¿Ahí comienza el drama, cuando el fútbol se siente atravesado por otras esferas que le son, aunque no tanto, ajenas?
–Bueno, por ejemplo, podríamos decir que Maradona es el nombre de este drama. Un drama irresoluble. En Maradona se desarrollan todos los ejercicios posibles para neutralizar algún don primitivo del fútbol, pero, y esto es lo significativo, al mismo tiempo se ve que algo resiste.
–¿Aquello que tiene que ver con la creación?
–Digamos que sí. Hay que ver si la literatura del fútbol, el relato, los medios de comunicación –no los que hacen literatura con el fútbol, ésa es otra cuestión– también tienen esa misma contradicción. La contradicción de tener un modelo de comprensión que contribuye a apagar, a borrar el don, a suprimirlo.
–¿Esa contradicción tiene que ver con el negocio del fútbol?
–La idea de negocio supone un poder muy confiscatorio con respecto al don. El fútbol reparte a las personas entre los que creen que el don está perdido definitivamente y los que piensan que el don siempre va a resistir, e incluso demuestra su resistencia en este momento donde las fuerzas empresariales del fútbol llevan al límite la creencia en la identidad futbolística.
–¿Cómo resiste esa identidad?
–Es interesantísimo el hecho de que subsistan ciertos jugadores que se convierten en emblemas de ciertos clubes. Nadie podría ver a Riquelme en River, por ejemplo. Pareciera que, como piensan ciertas teorías económicas, la última porción de algo hay que mantenerla. Y de algún modo las hinchadas, a veces de forma excesivamente oscura, con un tipo de intuición que no sabe evitar la violencia, parecen estar casi como destinadas a ser la última custodia de ese valor remanente que si dejara de existir, algo desaparecería, quizás la misma idea de fútbol.
–Son los hinchas los que hablan de sentimiento. ¿La cuestión es ésa, algo que está por encima de todo?
–Antes una hinchada no hubiera condescendido anunciar que tenía un sentimiento, porque eso iba implícito en el carácter del hincha. Había otras figuras sentimentales, el fracaso, la amargura. Hoy existen otras formas. La nueva técnica de impedir el partido si se va perdiendo es una fórmula que combina agresión y éxito y que cada vez se impone más. Son fórmulas agónicas in extremis que no aceptan la lógica infinita de las hinchadas, que son un poco la representación de una humanidad resignada. En Camus está eso de que el fútbol es un ejercicio melancólico. La idea de que la revelación de la verdad está en el momento en que se pierde.
–¿El fútbol es el último reaseguro de las identidades?
–La identidad deportiva es a veces más fuerte que la identidad civil. El fútbol se extiende como una conversación infinita en la ciudad y, en ese sentido, muchas veces parece ser el umbral mínimo de cualquier conversación. Y ahí sí, la comprensión sobre el fútbol es una compresión que prueba continuamente nuestra capacidad de metáfora. El fútbol nos obliga a hacernos cargo de algo que en esencia no somos, ¿qué tengo que ver yo con Boca, o River o Platense? No tengo nada que ver y, sin embargo, hay un “nosotros” fuertísimo. El fútbol obliga a transposiciones universalizadoras inverosímiles.
–Que los hinchas aceptan de buen modo, ¿no?
–De alguna manera el fútbol nos dice: no está mal que asumas aquello que no sos. Porque esto es una educación profunda. Si perdió Boca tengo que hacerme cargo durante toda la semana de cierta amargura, que aun así me obliga a reponerme frente a lo que el fútbol origina: que es la idea de desafío, basada en la inhibición de la potencia del adversario. En este sentido, las cargadas suponen explorar permanentemente los límites de las relaciones entre personas. El fútbol es un gran organizador del pensamiento sobre los límites.
–¿Qué piensa de aquellos hinchas que desde la pasión piensan todo lo demás?
–Ese tipo de hinchas representan lo que el resto de los hinchas no son, pero nos advierten que el fútbol resuelve permanentemente ese paso de los particular a lo universal. Martín Caparrós dice que uno no tiene nada que ver con los millones que cantan el gol de la Selección, pero igualmente locanta. El gol es un único punto, fácil de olvidar, por otra parte, sino sería un punto terrible, donde creamos un universal instantáneo. Ese gran acuerdo que hay en la ciudad los días posteriores al partido permite dejar las conversaciones aceitadas, afinadas de una manera que quizás el mundo político no permite.
–¿Le interesan esas conversaciones sobre fútbol?
–Las conversaciones sobre fútbol son diversas y fascinantes al mismo tiempo. Son comprensiones con un tipo de erudición arcaica que la vida intelectual ya no tiene. Hay una suerte de estructuralismo permanente ahí donde la relación entre vida, muerte, memoria, actualidad, está constantemente solicitada.
–¿Cómo ve usted al jugador, dentro de esta maquinaria?
–Son figuras ambiguas, cuerpos robotizados, sometidos a un disciplinamiento gimnástico que los rutiniza de una manera poco grácil. Y al mismo tiempo la lengua del jugador, la discursividad, las palabras con las que interpreta su mundo existencial –en eso han contribuido muchos los medios– muestran una pérdida de capacidad de comprensión muy fuerte. Por eso asombra cuando aparecen destellos de lucidez en algunos jugadores, como es el caso de Batistuta, por ejemplo, quien a pesar de estar tomado por la gran maquinaria emite de tanto en tanto alguna especie de opinión atípica, resignada sobre el fin de las cosas. Riquelme a veces mezcla una especie de sabiduría astuta de la periferia de la ciudad de Buenos Aires con una ingenuidad que en general no deja de ser agresiva y no deja de ser interesante. Yo veo con interés el modo en el que el fútbol opina repentinamente, cuando nadie lo espera.
–¿No habría que buscar, entonces, al filósofo-jugador?
–La vida de uno no es terminar interesándose por el filósofo-jugador. Ese es el gran mito de Juan Sasturain, de su última novela. Cuando toda una sociedad desfallece, el último refugio del honor es un jugador de fútbol, precisamente un arquero, que es el que tiene la responsabilidad última. Sasturain coloca al arquero en ese momento último de rescate del honor perdido. Si fuera así, de algún modo se sustituirían ciertas funciones de la literatura trágica y política, aunque es difícil imaginar esa clase de personajes en el fútbol: hechos a contrapelo de la lógica instrumental y empresarial.
–¿Esa lucidez aparece en las tribunas, por ejemplo, cuando en las banderas se condena la guerra?
–La hinchada de Boca, bajo el mando del Abuelo, hacía campañas contra el sida, tenía un aspecto bienhechor, edificante, pacifista que constantemente es percibido como un escudo a ser utilizado frente a lo que realmente se interpretaría de las hinchadas y frente a los que las hinchadas sospechan que son: el grado último de la exploración de un sentimiento de guerra colectiva. Mantener ese sentimiento de desafío colectivo, a veces en términos bélicos explícitos, y al mismo tiempo pensar en campañas pacifistas revela una especia de mascarada lírica. Sería muy inocente, entonces, entusiasmarse con esas manifestaciones pacifistas.
–¿Qué manifiesta el hincha con la violencia?
–No sabemos mucho sobre eso. La historia del fútbol del siglo XX es la historia de las ciudades contemporáneas, que tienen un elemento medieval de disputa entre dos familias tradicionales, como es el caso de Rosario, con Central y Newell’s. El clima espeso que hay entre las dos hinchadas es complejo: tienen una especie de respeto tenso y rencoroso, pero saben que son complementarias. El grito de gol frente al televisor es muy poderoso, porque hasta llega a anular el televisor. Con ese grito, por ejemplo, la hinchada quiere demostrar que está en condiciones de recrear el mundo empírico del fútbol en cualquier lugar; decirnos que toda la ciudad puede ser un anexo de lo que ocurre en el estadio.
–¿Cuál es el sufrimiento de la hinchada?
–El sufrimiento del hincha es muy interesante, pero también sufre por el hecho de que querría dejar de ser hincha. Porque sabe que no puede resolver con las categorías del pensamiento futbolístico, después de ese gran momento de expresión colectiva, el retorno a su vida urbana después del éxtasis. El hincha debe tolerar volver del éxtasis, porque si no lo tolera la vida se convierte en un ejercicio muy violento.
–¿Cree que hay similitudes entre los estadios modernos y lo que en el pasado fue la plaza cívica?
–Los que tienen pasiones o los que las administran saben la continuidad que hay entre el fútbol y la plaza pública, y todos saben que al mismo tiempo no es lo mismo. ¿Quién puede afirmar que la multitud de la cancha es la misma que la de la plaza? ¿Y quién puede afirmar lo contrario? En las ciudades contemporáneas los estadios cumplen un papel importante: miden el flujo de pasiones secretas que hay en una ciudad. De modo que el hincha es una figura que, aun cuando acepta la cartilla del buen ciudadano, de alguna manera intuye que su papel en el juego de las pasiones es fundamental para medir el resto de las pasiones cívicas. Por eso el hincha representa el drama de aquel que quiere tener una creencia y quiere creer en su propia creencia y sostenerla a través de un juego permanente, que en este caso el fútbol representa como nadie.
–Los programas deportivos tienen una muy particular manera de mostrar a los hinchas. ¿Qué es para usted lo que muestran?
–La hinchada que pintan cuando entra al estadio está muy carnavalizada. El hincha es una especie de arlequín que juega un juego con sus propias máscaras y la televisión de algún modo lo estimula. Pero al mismo tiempo que lo individualiza, con todos sus aderezos, obliga a pensar a la hinchada como una suma de individuos y entonces la idea de pasión de multitudes se debilita. La televisión los investiga uno por uno, ¿no? Después vienen las diablitas, en fin. Todas ésas son formas de muerte, que el hincha acepta.
–¿Qué le pareció el que, en pleno bombardeo norteamericano sobre Bagdad, los iraquíes decidieran reanudar su campeonato de fútbol?
–A mí me gustó mucho ese mensaje. En primer lugar daría la impresión de que, puesto que había una guerra de verdad, el fútbol no podía serlo. También aprendimos que el fútbol es popular en Irak, aprendimos que la gente vive de maneras muy parecidas en el todo el mundo. Y que el fútbol se haga cargo de representar la vida cotidiana es muy interesante. El fútbol quiere ser lo cotidiano, es un momento carismático. Ahí, creo que con gran sutileza, alguien imaginó que se podía demostrar que el fútbol era la forma más evidente de la vida cotidiana. Ese mensaje que recorrió el mundo reivindica el fútbol y lo hace depositario de uno de los emblemas, que el fútbol quizá, quisiera no tener: ahí estuvo representando, de manera directa, contundente y nada teatral la idea de paz. Por todas esas cosas el fútbol va a seguir. Así como hubo una guerra del fútbol, hay fútbol en la guerra y fútbol contra la guerra, pero la relación fútbol-guerra tiene aún que ser reflexionada de una manera más precisa.
–Ni siquiera el fútbol puede desprenderse del influjo de las estadísticas. ¿Qué le parece eso?
–La estadística en el fútbol es una saber confuso y fascinante. La estadística es uno de los pilares de la ciencia y ¿qué saber surge de ahí? Surge algo imposible, que es que el fútbol tiene una historia que se puede contar. Se puede hacer una historia de la formación de los clubes, cómo se asociaron a formas de la política, cómo la política se asoció a ellos y cómo los clubes surgen, en muchos casos, de grupos políticos, varios de ellos con reivindicaciones obreras, proletarias y extracciones anarquistas. Pero el fútbol les dice a todas esas tradiciones políticas fundadoras que las va a superar. Porque es transhistórico, transestadístico y está más allá de las ideologías. ¿Más allá de qué no está el fútbol? Eso me parece interesante de verlo; el fútbolconstantemente dice superar aquello que incluso le dio origen. Por eso el hincha es la única figura que dice: jueguen con el fútbol, pero la última palabra la tenemos nosotros, incluso al precio de una violencia implícita.
–Con respecto a la continuidad entre política y deporte, le propongo dos casos: Luis Barrionuevo y Mauricio Macri.
–¿Barrionuevo es Chacarita, la interna peronista de Catamarca o es el Senado? ¿Macri es un empresario, un dirigente del fútbol o un dirigente político? Con un estilo diferente, tanto Macri como Barrionuevo están hermanados en la idea de suprimir la barrera entre deporte y política. Pero hay algo que va a resistir en el fútbol a esa simultaneidad de funciones que ocupa una misma figura en todos esos campos diferenciados.
–¿Cuál es la fuerza que consume tantos intereses que atraviesan al fútbol?
–La presencia de la multitud, la idea de multitud en el fútbol es muy adecuada. El fútbol es el pueblo hecho multitud. Y respecto de las pasiones, lo mismo. Las cosas que perduran son las que muestran algo que es inherente a su propia importancia y simultáneamente muestra que eso puede ser excedido. Es fácil decir que el fútbol es política, es economía, guerra, y nunca deja de ser fútbol.

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Horacio González se animó a pensar fútbol.
 
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