DEPORTES › VEINTICINCO AñOS PASARON PARA QUE VOLVIERAN LOS TORNEOS LARGOS

La hora del primer balance

Como primer hecho relevante cabe destacar que los equipos tradicionalmente grandes impusieron su poderío deportivo y/o económico, en una hegemonía que sólo Central pudo quebrar. A los diez ascendidos el torneo se les hizo demasiado cuesta arriba.

 Por Daniel Guiñazú

Después de veinticinco años, vuelve a haber campeón en un torneo largo (el último había sido River en la temporada 89/90). Fue Boca el que alzó la copa y el que el domingo dio la vuelta olímpica en la Bombonera. Pero también hay un descendido (Crucero del Norte) y una intensa lucha por meterse en la Liguilla Pre-Libertadores, en la Copa Sudamericana 2016 y por evitar el descenso restante. El dichoso torneo largo de treinta equipos, último invento de la vida y la obra de Julio Grondona, está a una fecha de cerrar su primer recorrido. Quizá ya haya llegado el momento de trazar el primer balance.

En principio, se dio lo que se esperaba: los cuadros tradicionalmente grandes pudieron hacer valer su poderío deportivo y/o económico. Un vistazo a la tabla robustece la afirmación: Boca, San Lorenzo, Racing e Independiente ocupan cuatro de los cinco primeros lugares de la tabla y sólo Central (3) pudo quebrar la hegemonía. Los otros equipos sólo llegaron a pelear a lo sumo por un sitio en la liguilla clasificatoria a la próxima Sudamericana. Y en muchos casos, a los diez ascendidos el torneo se les tornó una interminable cuesta arriba. Apenas si Unión (13), Aldosivi (15º), San Martín de San Juan (17º) y Argentinos (19) lograron asomar un poco la cabeza y luchar por un lugar en la segunda copa continental. El resto se dedicó a sobrevivir con suerte diversa: Crucero del Norte no demostró nivel para jugar en Primera, el repunte de las últimas fechas de Chicago no puede disimular su pésima primera parte (estuvo veinte fechas sin ganar), a Temperley y Huracán todavía les falta un punto para quedarse en Primera, y Sarmiento y Colón lucharon sin mayor ambición que mantenerse en la categoría.

O sea que volvió a quedar demostrado que los torneos extensos benefician a los equipos con mayor disponibilidad de recursos. Y perjudican a los que menos tienen. Para evitar que una amplia mayoría juegue sólo para estirar las piernas y mantener la competitividad, debió forzarse el reglamento y habilitar que aspiren a la Sudamericana los equipos colocados entre los puestos 7 y 18. Un exceso.

Por lo demás, el torneo no solucionó ninguno de los grandes males del fútbol argentino. Por el contrario, los expuso hasta con crueldad. Hubo muchos más partidos. Pero también muchos más partidos malos, casi intolerables. Debieron subirse árbitros de apuro y el nivel entonces fue paupérrimo y potenciado por la alta intolerancia de jugadores, técnicos y dirigentes a las fallas de sus fallos. Empezaron a retornar los hinchas visitantes. Pero las causas estructurales de la violencia continuaron intactas sin que se vislumbre, por dentro y por fuera del sistema, decisión para combatirlas. La injerencia del poder político en las programaciones siguió siendo artera y desembozada. Y enroscada en su inacabable interna, la AFA no estuvo en disposición de liderar ningún cambio.

La gestión de Luis Segura sólo estuvo apuntada a dejar todo tal como estaba y a que los problemas los encare y los resuelva el presidente que venga (aunque sea él mismo). Uno de ellos será qué hacer con este torneo largo a partir de julio de 2016, luego de que se dispute, entre febrero y junio, el último torneo corto. Una variante que se resiste a desaparecer.

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Boca, el campeón. Central peleó entre grandes. Crucero, la cara del descenso. Segura, que todo siga.
 
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