Producción: Tomás Lukin
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Cambiemos deberá cambiar

Por Carlos Bianco *

Con Donald Trump electo presidente de los Estados Unidos es imperioso estimar los impactos que sus políticas tendrán sobre la Argentina. A los efectos de su caracterización política, bastará con decir que Trump es un burgués asustado: nada más parecido a un fascista. Para este ejercicio se toma como base al peor de los escenarios posibles: que Trump cumpla con la plataforma republicana y con sus dichos de campaña. De ahí para abajo, todo mejora.
La anunciada política comercial “América primero” implica el endurecimiento de las medidas proteccionistas: la no aprobación del Acuerdo Transpacífico (TPP), la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la elevación de las barreras a la importación y el endurecimiento de la posición negociadora de los Estados Unidos. A lo largo de los últimos meses el gobierno argentino avanzó en un mayor acercamiento comercial bilateral con Estados Unidos que se expresó en el apoyo a las iniciativas presentadas por ese país en la OMC, la firma de un Acuerdo Marco de Comercio e Inversiones y el interés futuro de ingresar al TPP y de firmar un acuerdo de libre comercio bilateral. A cambio de ello, Estados Unidos había dado algunas mínimas señales de apertura: el compromiso de evaluar el reingreso de Argentina a su Sistema General de Preferencias y la autorización para el ingreso de carnes y limones. El nuevo escenario tira por la borda todos estos “avances”. Será difícil que se consolide la apertura del mercado en materia de productos agropecuarios, al tiempo que la política de “dar rienda suelta a la energía americana” impactará negativamente sobre nuestros dos principales productos de exportación hacia EEUU (biodiesel y aceites crudos de petróleo). Peor aun, una futura revaluación del dólar llevará a una caída en el precio de las commodities exportadas por Argentina al mundo.
Por el lado de las inversiones productivas, es improbable se cumpla la demorada “lluvia de inversiones”. En el marco de su plan pro-crecimiento, la nueva administración buscará que las empresas estadounidenses inviertan en el mercado interno y la repatriación de capitales a partir de una fuerte reducción impositiva. Asimismo, EE.UU. ya es el principal país inversor en Argentina, con un stock de inversión extranjera directa de unos 20.000 millones de dólares (25 por ciento del total). Si la situación actual de sus empresas refleja el promedio de lo que está sucediendo en la economía argentina, con una capacidad productiva ociosa cercana al 40 por ciento, no se vislumbran las razones por las cuales se cumplirían las promesas realizadas en ocasión de la visita de Obama a nuestro país de nuevas inversiones por cerca de 2.500 millones de dólares anuales.
En materia de capitales financieros existen dudas respecto al manejo de la tasa de interés que llevará adelante la Reserva Federal (FED), quien viene aplazando una suba oportunamente anunciada. Si bien la FED es independiente, los analistas coinciden en que el ejecutivo ejercerá una mayor presión sobre el organismo; de las vacilantes declaraciones del presidente electo no queda claro en qué sentido. Lo cierto es que si la economía estadounidense repunta, la FED incrementará la tasa de interés. En tal caso, se espera un “vuelo hacia la calidad” por parte de los capitales financieros que redundará en un fortalecimiento del dólar. El impacto en Argentina, con una economía que en un año se ha endeudado externamente en más de 50.000 millones de dólares y que en el presupuesto para 2017 prevé un endeudamiento adicional por más de 40.000 millones de dólares, se sentirá tanto por el mayor peso de los intereses como por una mayor dificultad y costo del financiamiento externo.
En síntesis, se observa un panorama más que sombrío para la economía argentina, en el marco de un programa económico de apertura comercial y liberalización de capitales que ya no era compatible con un escenario mundial de creciente proteccionismo y reversión de los flujos de capital desde los países periféricos hacia los centrales. Al gobierno de Mauricio Macri no le interesan los impactos de sus medidas sobre las mayorías. Sus políticas tienen un claro sesgo ideológico: la implementación de reformas estructurales que impidan de una vez y para siempre nuevas “experiencias populistas” y “locuras industrialistas”. Con la victoria del Sr. Trump el mundo ha cambiado. Cambiemos deberá cambiar. O será cambiado.

* Docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, ex secretario de Relaciones Económicas Internacionales.



Salto a lo desconocido

Por Martín Burgos  *

Es evidente que la victoria de Donald Trump expresa un malestar en la clase media y la clase baja de Estados Unidos, que a todas luces tampoco se vio beneficiada por la globalización. Lejos en el tiempo quedó el American Way of Life, donde el consumo popular lograba un incremento de la producción estadounidense dando lugar a un consenso de clase y un bipartidismo tibio. Claro que esto fue posible en un marco de constantes aumentos de la productividad, mayores que en el resto del mundo, situación que entró en crisis en los años 70.
A partir de entonces fue la moneda estadounidense la que sustentó ese consumo, mientras que la industria se volvía cada vez menos competitiva, y ya se empezaba a ver autos importados de Japón, acero de Corea del Sur, etc. Esta situación se fue deteriorando a medida que las empresas estadounidenses transfirieron sus propias fábricas a China o México, buscando recobrar una competitividad por bajos salarios. La política económica de la crisis de 2008, lejos de revertir la situación, dejó que las empresas profundizaran la reimplantación de industrias.
Algo se ha roto, por lo tanto, en la relación entre capitalistas y obreros estadounidenses, algo que supieron aprovechar tanto Sanders como Trump, poniendo en crisis un sistema político hasta ahora muy consolidado. La pregunta que nos podemos hacer es si las soluciones que propone Trump son acordes a la situación de poder implementar su programa de gobierno. En lo económico, todo puede sonar muy conocido a oídos acostumbrados a 12 años de discurso en búsqueda de un modelo de crecimiento con inclusión: proteccionismo, aumento de gasto público, aumento de salarios y castigo a la renta financiera. Pero debe advertirse que el nacionalismo (económico y político) en la periferia es una cosa, y en el centro puede ser otra muy distinta.
Los anuncios de aumentos de salario mínimo son necesarios a la reactivación macroeconómica de Estados Unidos, pero dado el estado de desindustrialización actual del país, es muy posible que esos aumentos redunden en grandes beneficios para China y México si no se logra una reestructuración de la oferta a nivel mundial. Y ahí radica tal vez el desafío más grande del futuro gobierno de Trump: como convencer a las propias multinacionales de Estados Unidos, China, México, India o Brasil de recomponer el tejido industrial del “cinturón herrumbrado”. Sin lugar a dudas, se trata de romper las cadenas de valor globales en las cuales el despedazamiento de la producción entre varios países les permitió a las multinacionales grandes ganancias de productividad y escala. Esa desmundialización se puede dar de dos modos: de forma acordada entre los principales involucrados, dando cuenta de un equilibrio de poder a nivel mundial e institucionalizando la tan mentada multipolaridad. O se puede dar de forma unilateral, asimétrica e incluso violenta, como lo fueron las competencias entre países industrializados durante la primera parte del siglo XX, perjudicando a los demás países industrializados.
En todo caso, todo avance hacia un mayor proteccionismo y una desintegración de las cadenas de valor mundial será perjudicial para Argentina si se acepta esa desinversión de forma pasiva, pero puede ser positiva si el gobierno termina de entender que su política económica noventosa es justamente eso: una política que atrasa veinte años, mientras el mundo ya no es el mismo.
La otra cuestión fundamental será si la tasa de interés de la Fed subirá o quedará baja por el aumento del gasto público. En todo caso, el atractivo por los bonos del Tesoro ya se vio reflejado en la suba de las primas de riesgo de bonos de países periféricos, lo que complica el endeudamiento del gobierno argentino en el corto plazo.
Además, generalmente la suba de tasas se conjuga con una reducción de los precios de los commodities, lo cual puede terminar siendo doblemente perjudicial para las cuentas externas argentinas: financiamiento en peores condiciones y reducción del precio de la soja, sobre lo cual se sustentaba gran parte del crecimiento esperado/ansiado para el año que viene.
Estos nubarrones en el horizonte se vienen registrando en las bolsas de Brasil y Argentina, y las depreciaciones del real y el peso mexicano podría forzar una devaluación del peso ante el panictrump. De ceder a esa tentación, se incrementaría la inflación, se prolongaría la recesión un año más y las perspectivas políticas del gobierno de cara a las elecciones de medio término podrían ser catastróficas.

* Coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación (CCC).