EL MUNDO › HABLA EL ESPECIALISTA ROBERTO MONTOYA

“El unilateralismo ha sido siempre la regla de EE.UU.”

Está en las librerías argentinas “El Imperio Global”, del periodista argentino radicado en España Roberto Montoya. En esta entrevista de Página/12, su relato entre el reportaje y la historia.

 Por Susana Viau

Nació argentino, se exilió en Francia en 1976 y, finalmente, se afincó en Madrid donde dirige la sección de Internacional del diario El Mundo, una tarea que desempeña desde hace años aunque la haya alternado con corresponsalías en París y Roma. El Imperio Global no es su primer libro pero resulta, sin dudas, el de mayor aliento: recorre la política exterior de Estados Unidos, su intervencionismo a escala mundial, los intereses económicos que lo sustentan y el perfil de un presidente cuya inteligencia parecía exigua para el cargo. James Petras leyó los originales y en menos de una semana los devolvió con un prólogo y una opinión: era, a su juicio, “una historia con mayúsculas”. Roberto Montoya estuvo en Buenos Aires, la ciudad a la que vuelve siempre y en la que una tarde mantuvo la larga conversación que aquí se reproduce.
–Un argentino, residente en España, escribe sobre Bush y los Estados Unidos...
–Bueno, la política exterior americana lo impregna todo. Se trataba de encontrar una oportunidad y me la dio la agudización tan extrema del unilateralismo, una característica de toda su política exterior desde que Estados Unidos es nación independiente. Lo ha hecho siempre; ha intervenido militarmente en más de 150 países en su historia. Me parecía interesante analizar cómo lo que parecía desterrado, fuera de época, se aplica todavía en el siglo XXI. Una postura tan agresiva no era lo esperable en un presidente electo de manera dudosa, presuntamente débil y con pocas posibilidades de estar a la altura de semejante cargo. El 11 de septiembre le dio la gran chance de revertir esa situación utilizando el drama, el mayor ataque en territorio americano desde 1812. Fue una ayuda inestimable para desarrollar sus propósitos.
–Sin duda fue funcional. ¿Piensa usted que, además, hubo tolerancia?
–Hay teorías, como la que plantea el libro La Gran Impostura, que sostienen que el ataque al Pentágono no existió; que no fue un avión sino una explosión de adentro hacia afuera. Para fundamentarlo toma una serie de datos: por ejemplo que no se encontraron restos de fuselaje ni de cadáveres. Su conclusión es que el ataque fue inducido por el lobby industrial armamentístico, por los halcones del Pentágono interesados en promover una cruzada antiterrorista que reactivara un sector que llevaba diez años de crisis. La teoría no ha podido ser rebatida. Yo personalmente no apuesto tan fuerte a ella, pero sí creo que hubo irregularidades graves cometidas por los servicios de seguridad americanos. Los Estados Unidos, en sus informaciones oficiales posteriores, lo atribuyeron a la descoordinación, a la burocracia interna. Suena muy sospechoso. Por lo demás, viendo lo bien que les vendría el 11 de septiembre para justificar lo que se desencadenó luego, no es descabellado suponer que sectores de los servicios de inteligencia, de la industria armamentística, de las Fuerzas Armadas y de la propia administración sí pudieron estar involucrados; que dieron luz verde a grupos que no inventaron pero que sabían que se estaban introduciendo en el territorio.
–La teoría es muy vulnerable pero el 11-S estaba en la atmósfera.
–Hay muchas cosas no explotadas lo suficiente a nivel periodístico. Una de ellas es esa contradicción de que quienes en un momento son aliados de los Estados Unidos se convierten después en sus acérrimos enemigos. Es el caso del propio Hussein, a quien apoyaron en los ‘80 porque era el laico que podía contener al islamismo iraní y lo armaron hasta los dientes. Lo hicieron también en esos años fomentando la jihad de los moujaidines afganos para combatir a las tropas soviéticas. Esos dos frentes de los años ‘80 se convertirían luego en los grandes monstruos. Y hay un dato sintomático: los servicios de inteligencia conocen desde el primer momento que los primeros atentados contra las torres gemelas del año ‘93 los comete la organización de Osama bin Laden; saben que Osama bin Laden está detrás de los atentados contra las embajadas de Tanzania y Kenya; saben que los atentados contra viviendas de soldados americanos en ArabiaSaudita tienen el mismo sello. Sin embargo, Al Qaida no figuró en la lista de organizaciones terroristas que confecciona el Departamento de Estado hasta el año ‘99. ¿Cuál es la explicación? La explicación es que mientras recibía esos atentados de la red de Al Qaida, Estados Unidos seguía negociando con los talibanes para, a través de Unocal, la gran empresa energética americana, hacer pasar por territorio afgano oleoductos y gasoductos que no querían que estuvieran en territorio ruso. Esas negociaciones se mantuvieron hasta las semanas previas al 11 de septiembre, está probadísimo. Es la contradicción derivada de separar los temas que afectan a su seguridad de los negocios, los arreglos comerciales y económicos, que les resultan mucho más importantes que los otros.
–Los republicanos y los capitales árabes mantenían una estrecha relación.
–Significativa al punto de que el socio del joven George W. Bush en la primera empresa energética a la que estuvo ligado, Arbusto Energy, era representante de un hermano de Bin Laden. Arabia Saudita es cuna del integrismo islámico, la tiranía monárquica más radical que existe en el mundo. Y lo era en los años ‘40, cuando ya los Estados Unidos les daban entrenamiento a sus Fuerzas Armadas y les vendían alta tecnología militar. No se entiende entonces por qué se sorprenden ahora de que 15 de los 19 terroristas del 11 de septiembre sean sauditas. Ryad financia con sus petrodólares las mezquitas que se levantan en el mundo, las escuelas coránicas. De hecho, Arabia Saudita secundó al padre del actual presidente Bush, en el año 1991, en su guerra contra Irak, pero se abstuvo de hacerlo en Afganistán y en el año 2003. Arabia Saudita ha sido coherente: en 1991 lo que estaba en juego era un régimen laico en la zona, Saddam era un infiel. Cuando en cambio se le piden sus bases y su espacio aéreo para combatir a los talibanes, Ryad dice que no y obliga a Estados Unidos, por primera vez en décadas, a trasladar sus bases a Qatar y reestructurar su logística y sus planes bélicos. Ahora, si Washington tiene asegurado el suministro de petróleo por otras vías con Irak y presumiblemente con Irán y logra estabilizar la situación con las fuerzas ocupantes, no descartemos que a mediano o largo plazo vayan a fomentar un cambio en Arabia Saudita, alentando a sectores internos de oposición clandestina. Cualquier día de éstos “descubrirán” que allí se violan los derechos humanos, pese a que los organismos de derechos humanos lo han denunciado desde siempre.
–Contra lo que se preveía, no se produjeron grandes conflictos entre los regímenes árabes pro americanos y “la calle árabe”.
–Se están produciendo. En Arabia Saudita ya se han producido atentados y se produjeron dentro de Pakistán. Dos países que, con los Emiratos Arabes Unidos, mantuvieron relaciones diplomáticas con los talibanes hasta el comienzo mismo de la guerra. Tienen una población islámica muy fuerte, muy integrista, de la que salieron las escuelas coránicas. Y fue de las escuelas coránicas de Pakistán que surgieron los talibanes. En ellos hay un fermento muy importante y no por casualidad la resistencia a la ocupación de Afganistán tiene su retaguardia en la zona fronteriza con Pakistán. Si uno mira el mapa y ve cuál era el nivel de atentados antes y después del 11 de septiembre advierte que hay una espiral de violencia. Los sectores más extremistas del islam, los ulemas, los molás, los líderes religiosos han hallado un caldo de cultivo propicio para mostrar cómo se las gasta el intervencionismo del infiel occidental que se apodera de sus riquezas y destrona e impone gobiernos. En Afganistán el mecanismo ha sido tan burdo como para convertir en presidente a un ejecutivo de Unocal. En Irak tampoco se puede pensar que la resistencia a la ocupación, el drenaje diario de soldados americanos y británicos, esté producido por los nostálgicos de Saddam. Es evidente que han entrado en juego los chiítas, comunidad mayoritaria en Irak y mayoritaria en Irán. Ahí hay un polvorín. Desde el punto de vista de los americanos ir por Irán no se explica sólo por el petróleo sino también porque de lo contrario será siempre exportador y santuario de la resistencia chiíta. Yo creo que esto todavíaestá en desarrollo.
–¿Bush expresa el lobby militar industrial, la industria petrolera y de la energía o representa al conjunto del capitalismo americano?
–Yo creo más en lo segundo. Halliburton, a la que está ligado Cheney, representa no sólo la industria energética sino a una cantidad de servicios con intereses muy importantes en esto. A una semana de empezar la guerra, Estados Unidos ya concedía trabajos de reconstrucción del puerto de Basora a Halliburton. Y se le asignó la reconstrucción de toda la infraestructura de la industria petrolera que, después de 12 años de embargo, estaba hecha polvo. Ese es un pastel muy gordo. Al mismo tiempo, una de sus subsidiarias es la que instala los barracones y las letrinas de todas las fuerzas militares norteamericanas en sus intervenciones en el exterior. Condoleeza Rice proviene de Texaco. Pero yo creo que no se limita al lobby industrial armamentístico, que en verdad se reactivó, sino que va más allá. Si fuera un sectorcito no se explicaría ese espíritu tan patriótico. Una intervención militar de este tipo abre un mercado importantísimo a una cantidad de multinacionales, que van desde la gastronomía hasta la electrónica, y Bush ha logrado reunir ese entramado.

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Roberto Montoya: “El 11 de septiembre fue una ayuda inestimable para los propósitos de Bush”.
 
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