EL MUNDO › HABLA RUT DIAMINT, ESTRATEGA ARGENTINA

“El golpe militar no tiene futuro”

Pese a lo ocurrido en Venezuela, la “ola golpista” no puede extenderse, al menos en la forma de los golpes militares clásicos. Esta es la conclusión a la que llega Rut Diamint, autora de “Democracia y seguridad en América latina”, en este reportaje de Página/12.

“Hace algunos años, en una reunión, me preguntaron a qué me dedicaba. Mi respuesta breve fue: ‘A la defensa’, y todos los presentes, a quienes no conocía, supusieron que era una experta en luchas orientales.” Rut Diamint eligió esta anécdota en su reciente libro Democracia y seguridad en América latina para ilustrar qué significa estudiar los temas de defensa y seguridad en este lado del mundo. Ex profesora de la Universidad de Buenos Aires y actual de la Universidad Torcuato Di Tella, Diamint está en una situación difícil: la de abrir un espacio de pensamiento civil y democratizador en un ámbito cerrado a lo militar y aún acechado por la Doctrina de Seguridad Nacional como es la defensa, y en general, la seguridad. Estas fueron sus precisiones a Página/12.
–En el libro, publicado antes del golpe en Venezuela, señala que Chávez estaba sufriendo una seria fractura interna en su grupo de apoyo militar. ¿Cómo lo ve ahora? ¿Qué va a pasar en Venezuela?
–Creo que Chávez quedó ahora sostenido por una cúpula militar que le va a dar mucha menos libertad y que va a acentuar la presencia de las Fuerzas Armadas en el gobierno. Antes, Chávez era un caudillo que movía todos los hilos y que ponía en el gobierno a su gente afín. Hoy es un gobierno al estilo de Fujimori: los militares le limitan el juego. Pero a diferencia de lo que ocurrió en Perú, la fractura es más por izquierda. El rival de Chávez en los últimos comicios, Francisco Arias Cárdenas, no le recriminaba a Chávez que quisiera hacer una revolución, sino que había traicionado los criterios con los que había subido: la lucha contra la corrupción y los manejos políticos turbios y el abuso del poder. Las FF.AA. venezolanas quedaron muy divididas y no se trata, como se puede pensar, de que el sector más reaccionario es quien sostiene hoy a Chávez. Es más bien el sector más nacionalista de los militares. No hay que negar lo que hizo Chávez, pero no construyó política, y de ese modo no puede avanzar.
–¿Puede extenderse la “ola golpista” en América latina?
–No, al menos tal como se la entiende con los golpes militares. Tomemos el caso de Ecuador: es un país donde los militares tienen esferas de influencia muy grandes, controlan parte de la economía, resuelven crisis políticas. Allí, en este momento, es más funcional para las Fuerzas Armadas un Bordaberry (ex presidente de Uruguay que preparó la entrada a la dictadura militar en 1973), un líder civil sostenido por militares, que tomar el poder directamente. Hoy no hay legitimidad en América latina para gobiernos militares. Pero el hecho de que sí pueda pasar algo similar al gobierno de Bordaberry es consecuencia de no haber iniciado una reforma profunda, en todos estos años de democracia, en defensa y seguridad. La clase política dejó a la institución militar tal como está mientras no molestara, porque enfrentarla era más costoso, y porque además siempre hay otras urgencias.
–¿Es posible que se esté exagerando las intenciones “golpistas” de la Administración Bush en relación a la de Clinton? Durante la era Clinton, Fujimori hizo un autogolpe en Perú, y el rechazo al golpe en Paraguay tuvo que ver con que la opción del golpista Oviedo no cuadraba para EE.UU.
–En 1982, Galtieri interpretó ciertos mensajes de militares norteamericanos como la posición del mismo gobierno de Estados Unidos. Pasó lo que pasó: EE.UU. se puso del lado de su aliado británico, y ahí quedó en claro que los militares en Latinoamérica también podían ser una molestia para las potencias. Con el colapso del bloque soviético, EE.UU. comenzó a restar apoyo a los militares y a pedir, del lado civil, el establecimiento de reglas claras para una economía de mercado. La política norteamericana no se mantuvo inalterable en 40 años. No es lo mismo Clinton que Bush, y tampoco el gobierno de Bush es demasiado homogéneo. La Administración es un serio retroceso para Latinoamérica y el mundo.
–Usted dice que América latina no tiene por qué depender de EE.UU. ¿Cómo se escapa de la tutela norteamericana en defensa?
–A principios de los ‘90, Jorge Castañeda –que evidentemente cambió un poquito– habló de la “africanización” de América latina después de la Guerra Fría. Ahí se generó un debate acerca de si no es una oportunidad para América latina la poca importancia que le da Estados Unidos, sobre todo en materia de defensa: sin tanta influencia norteamericana, quizás había perspectivas de desarrollar una política pública y civil de defensa. Por supuesto, el debate tiene bastante de ideal, porque Estados Unidos no permitiría que se geste un proyecto serio de desarrollo en esta y otras materias en América latina. Pero esto no evita pensar que algo hay que hacer; de lo contrario, sólo quedaría comprobar la hegemonía norteamericana e irse a su casa. En este sentido, creo que la única iniciativa seria, en cierto sentido enfrentada a EE.UU. y que funcionó, fue la del Grupo Río. En el caso de Venezuela, hemos visto cómo reaccionó, mucho mejor incluso que la OEA. Creo, de todos modos, que América latina ha sido siempre muy poco sagaz y siempre desaprovechó las pocas oportunidades que le dio la historia para desmarcarse de EE.UU., porque siempre se pensó que una alianza bilateral con Washington era mejor que un proyecto regional, como el Mercosur. Y esto incluye a Brasil, que siempre parece enfrentado con EE.UU. Brasil juega para potenciar su rol, pero no construye región. Ahora bien, otra cuestión importante donde se puede cortar la dependencia con EE.UU. a nivel de producción de conocimiento sobre defensa y seguridad. Pensar qué nos conviene como país y como subregión tiene que ver con la generación de una masa crítica para pensar estos temas, y toda América latina es dependiente de lo que produce Estados Unidos: si no son los norteamericanos, son los latinoamericanos que emigran a Estados Unidos. Disponiendo de un pensamiento sólido a nivel regional, se puede negociar en otra posición, incluso en las actuales relaciones de fuerzas.
–Usted elogia las misiones internacionales de paz como una forma de profesionalizar y de afirmar el control civil en las Fuerzas Armadas. ¿Pueden ser buenas las misiones de paz si las decisiones estratégicas que las animan no fueron creadas en la región?
–Sí. Es cierto que Sudamérica no determina que hay que instalar una misión de paz en Bosnia, pero eso no invalida que, en fuerzas armadas acostumbradas a determinar por sí solas sus propios intereses, sea positivo que sus soldados participen en misiones donde tienen que obedecer una cadena de mando, donde deben respetar los derechos humanos, donde su deber sea evitar enfrentamientos y no generarlos y donde, finalmente, los cuadros militares entran en contacto con otros pueblos, no sólo los del lugar, sino del resto de los militares extranjeros. Una vez me contaron que en una de las primeras misiones en la ex Yugoslavia, a los argentinos les toca participar con los canadienses. Y los argentinos dijeron: “Sí, los canadienses son muy profesionales, pero a la noche todos se emborrachan”. Y les parecía terrible. Es que eran profesionales, no integrantes del Opus Dei. Las misiones sirven para mostrar que lo militar es una profesión, y no un estilo de vida como se toma acá. Las misiones de paz también muestran a los militares que no tienen que estar haciendo escuelas ni vacunando, como en ciertos países sudamericanos. Si tenés militares y no estás discutiendo que los vas a tener, tenelos para que hagan lo que tienen que hacer.
–Más allá del control civil sobre los militares, ¿cómo se redefinen la defensa y la seguridad cuando ahora hay propuestas, como la del candidato presidencial favorito en Colombia, Alvaro Uribe, de militarizar la sociedad civil?
–La ONU, con el apoyo de Canadá y Suiza, impulsa una revisión del concepto de seguridad y propone el de “seguridad humana”. La seguridad ya no debería ser militarizada, ni centrada en una entidad abstracta como el Estado, sino en el individuo. Pero esto sólo funciona bien si previamente está resuelta la situación institucional. Idealmente está bien, pero en América latina pueden producirse casos como el de Uribe, que quiere crear milicias ciudadanas, y sabemos lo que eso significa. Pero en Colombia el problema está, también, en las Fuerzas Armadas, y no debemos disminuir el peso de Estados Unidos en el tema. Hace poco, en Estados Unidos, dije que el propio Estados Unidos estaba creando un enemigo interesante para las FARC. Antes, el ejército colombiano estaba mal entrenado, mal equipado y no era, para las FARC, ni siquiera un enemigo digno de ser derrotado. Hoy, con todo lo que hizo Estados Unidos para mejorar el ejército colombiano, creó un enemigo para las FARC. Más allá de lo ideológico, en lo estrictamente militar, Estados Unidos y Colombia están diseñando una política de defensa completamente errónea. Y esto lo dicen incluso algunos sectores militares norteamericanos. Las FARC son una guerrilla muy bien equipada, como pocas veces se ha visto, y no intentan conquistar a la población. Esto no es una guerra de guerrillas tradicional, donde la guerrilla intenta conquistar a la población en pos de un proyecto político. Las FARC resguardan terrenos, mantienen un Estado dentro del Estado. Y esto no es visto en su magnitud.
–Entonces, ¿cómo definir en América latina las cuestiones de defensa y seguridad sin que se termine en la lisa y llana represión?
–En los países desarrollados, la seguridad era el concepto que abarcaba todo, mientras la defensa era un aspecto de la seguridad. En nuestros países fue al revés, y se terminó militarizando a las policías. Entonces, el tema de la defensa no debe ser discutido eternamente en lo conceptual, sino poner manos a la obra: que los Estados tengan una política pública, civil, de defensa, y que a través de estas políticas se comande a las Fuerzas Armadas. Es importante entender esto y darle importancia, porque si no hay política pública de defensa, ante cualquier problema nuevo de seguridad todo termina militarizándose. Así ocurrió con el narcotráfico: primero no se le dio importancia, y después no hubo otro recurso que la militarización. Sin política pública de defensa que la guíe, la actividad de inteligencia, por ejemplo, termina atacando las libertades civiles, y nunca saldremos de los fantasmas de la doctrina de seguridad nacional.

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