EL MUNDO › HUNGRIA.

A 50 años de la revolución

Los húngaros creen, y no les falta razón, que la revolución de 1956, que Bush conmemoró en Budapest ayer, es una fecha crucial. Primero, porque representó la primera gran revuelta popular contra Moscú y, segundo, porque 33 años después de su aplastamiento por los tanques soviéticos, el homenaje al asesinado primer ministro Imre Nagy, en junio de 1989, fue el punto de partida de una serie de acontecimientos que acabaron unos meses después con la caída del muro de Berlín. Nagy encabezó el gobierno húngaro después de que cientos de miles de húngaros salieran a las calles de Budapest para protestar contra el gobierno comunista. La revuelta provocó una brutal respuesta por parte de Moscú, como ocurriría en Praga en la Primavera de 1968. El gobierno soviético vio peligrar su control sobre los países satélite. Entonces, los tanques comenzaron a ocupar las calles el 24 de octubre y los combates se prolongaron durante varios días. El 10 de noviembre, el Pacto de Varsovia terminaba de controlar la situación y desataba una represión despiadada. Recién en 1963 todos los presos políticos fueron liberados, al tiempo que Hungría se convertía en el país más abierto de Europa Oriental, con el llamado socialismo gulash.

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