EL MUNDO › OPINION

Algo huele mal en Dinamarca

Por Stephen Smith *

Si me hubieran dado una libra cada vez que un visitante a nuestro Centro del Holocausto declaraba solemnemente, moviendo la cabeza, “no puedo creer que nadie dijera nada”, hoy sería un hombre muy rico. Escuchando esas palabras, yo ingenuamente pensaba que, si el reloj se retrasaba hasta la década de 1930, esa gente hablaría. Pero no; parece ser que esos moralistas simplemente estaban comentando la inacción de los silenciosos, antes de proceder a unirse a sus filas.
Durante el año pasado, un inesperado giro a la derecha en la política danesa hizo que el gradual aumento del voto por los nazis en Alemania pareciera lento. En las palabras de un danés amigo mío que ahora vive en Bruselas: “El país se ha vuelto loco y nadie se dio cuenta”. Pero el fenómeno es aún más perturbador que eso. En Dinamarca estamos siendo testigos de nada menos que una vuelta del extremismo de derecha a la respetabilidad, no a través de la aceptación de un polémico Haider o Le Pen, sino por medio de la internalización de sus posiciones por parte de los principales partidos políticos. Dinamarca se hace cargo de la presidencia de la Unión Europea el 1 de julio y su influencia pesará sobre todo el debate europeo en torno a la inmigración y el asilo que va a dominar la cumbre de la Unión Europea en Sevilla el 20 de este mes.
Consciente del creciente apoyo al ultraderechista Partido del Pueblo Danés en la elección de noviembre pasado, el Partido Liberal de Dinamarca decidió que si no podía ganarles a sus enemigos, se uniría a ellos. Adoptó una línea dura con la inmigración que dio sus frutos. Los liberales derrotaron a los socialdemócratas en la tarea de formar un nuevo gobierno, en coalición con el Partido Conservador de Dinamarca y con el apoyo parlamentario del DDP. Los presupuestos se recortaron inmediatamente para reducir el gasto público, especialmente en todo lo que tuviera que ver con derechos humanos, sociedad civil o ayuda al exterior.
El gobierno de Dinamarca está ahora tomando medidas que transformarán uno de los países más liberales del mundo en un bastión de nacionalismo introvertido. No hay una “solución final” inminente en Copenhague, pero sí la creación de nuevas soluciones que emplean la discriminación legalizada. La semana pasada, el Parlamento danés aprobó una ley que evita que alguien de menos de 24 años viva en Dinamarca con una esposa que no pertenezca a la Unión Europea. También evita que los que buscan asilo se casen mientras sus solicitudes estén siendo procesadas. Como para subrayar la cobardía del Acta, fue lo último que hizo el parlamento antes del receso del verano.
La lógica subyacente que la ley no explicita incluye un factor de disuasión contra el arreglo de matrimonios entre miembros de la comunidad musulmana de Dinamarca y la gente en países islámicos en el exterior. Una legislación que explicitara esto explícito sería racista, de manera que las autoridades danesas han elegido la xenofobia en lugar de una discriminación pareja contra todos los extranjeros. Es algo que funciona desde el punto de vista del Departamento de Inmigración, pero también funcionarían muchas otras medidas drásticas si los derechos humanos ya no fueran parte de la ecuación.
En 1935, los nazis encontraron muchas medidas “razonables” una vez que hicieron caso omiso de los derechos de los judíos. La nueva ley significa que los jóvenes refugiados en Dinamarca ahora son gente de segunda clase desprovista del más básico de sus derechos humanos –el de encontrar una pareja para toda la vida– y ésta es la ley. En momentos cuando países como Polonia, Lituania y la República Checa están tratando de pasar exámenes estrictos sobre los derechos humanos para unirse a la Unión Europea, un estado miembro está creando leyes que lo excluirían instantáneamente, si llegara a estar al este de Berlín. Y aparentemente todo esto pasa sin que nadie lo sancione. El mismo moralista está todavía parado sacudiendo la cabeza por el silencio del mundo y luego pronuncia la predecible frase ingeniosa: “Debemos tener cuidado, porque la historia siempre se repite”. No es verdad. La historia nunca se repite. Si alguien me puede dar una instancia en que exactamente la misma cosa sucedió dos veces, estaría muy interesado en escucharlo. Así que para todos aquellos que estén buscando matones con paso de ganso conducidos por un ex cabo del ejército alemán con un pequeño bigote, dejen de buscarlo.
La historia muta. Vuelve en formas distintas, con una apariencia distinta y consecuencias distintas para gente distinta. Nos desafía a reconocer su material genético porque cambia su forma y color para adecuarse al ambiente. Tal como está, el nacionalismo ahora dominante en Europa es una mutación más tímida del fascismo. Llega con traje y sonrisa. Pero cuidado. Su origen es el mismo, y quién sabe en qué monstruo se puede llegar a convertir.
Para todos aquellos que sacuden su cabeza sobre el silencio de nuestra tolerancia, aquí hay una oportunidad de mostrar que no somos como ellos. En el corazón de la Europa liberal hay ahora una minoría comunitaria, definida por su edad y su falta de ciudadanía danesa, que ha perdido un componente clave de sus derechos humanos. ¿Qué decimos acerca de eso?

* Stephen Smith es cofundador del Centro del Holocausto Beth Shalom basado en Gran Bretaña.
De The Guardian de Gran Bretaña.
Especial para Página/12.

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