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Tan única como siempre

 Por Mario Wainfeld

La bandera con las fotos de los compañeros detenidos desaparecidos se acerca a la Plaza. La gente (tomemos la libertad de llamarlos “gente” por esta vez) calla, reconoce, aplaude. Lo han hecho, lo hemos hecho tantas veces. Todas son únicas como lo son los gestos profundos o amorosos, que también se reiteran. El aplauso se sostiene, perdura, se eleva, envuelve, emociona.

“Madres de la Plaza...”, “como a los nazis les va a pasar...”, corean de a miles, coreamos. Nadie resigna identidad cuanto vocea consignas entre muchos, al contrario.

Puede pasar que alguien le pregunte al cronista “¿venís a cubrir o a marchar?”. Uno va a las dos cosas, tiene esa suerte que lo desafía año a año.


La vida ha sido generosa con el cronista, la naturaleza tal vez no tanto. Uno mide uno setenta solo si se yergue, sana costumbre que ejercita poco. Sus ojos han sido bendecidos con una miopía machaza, que los anteojos ayudan a reparar. Para ver a Madres y Abuelas haciendo punta con la bandera (y no solo a los pañuelos blancos) hay que ponerse en puntas de pie porque el tiempo las hace chiquitas... en lo físico se entiende.

Familiares o amigos llevan pancartas con la imagen de sus desaparecidos. Desfilan rostros indeciblemente jóvenes, de boy scouts, por ejemplo. ¿Cuántos boy scouts habrán sido víctimas del terrorismo de Estado? Muchos más de los que sugeriría una mirada prejuiciosa.

Una columna lleva delante una bandera con desaparecidos de Hurlingham. Muchos argentinos pueden desconocer que se trata de una localidad de la provincia de Buenos Aires, no de las más pobladas. Un par de manifestantes invita al cronista a sacarse una foto con ellos y la bandera. Se les pregunta cuántos fueron, ahí en Hurlingham. Al principio sabían de noventa, con el tiempo fueron investigando y revelando que hay más de cien. Siguen buscando, dialogando con los vecinos, motivándolos a sacudir el miedo o el silencio. Tuvieron respuestas, van por más.

Existen sabihondos que predican que los datos del informe de la Conadep son intocables, que es definitivo su cómputo pionero y encomiable aunque precario. No es así pero con los sabihondos no se puede.


Un egregio pensador republicano definió como “ganado” a las personas que se movilizan en actos que a él no lo conmueven. Es un gran filósofo, no recibió señalamientos o reprimendas en la prensa libre o en los cenáculos que dictan cátedra de democracia. Son ganado, entonces. Buena etapa, piensa uno, para la actividad agropecuaria porque el ganado es muchedumbre.

Van porque los llevan, movidos porque les garpan, pontifican los sabios de la tribu. Muchos de los asistentes son pibas y pibes. Convengamos que cuando se llega a cierta edad tienta llamar “pibas” o “pibes” a quienes tienen cuarenta años menos que uno, o sea 25... o 26, si usted quiere ser preciso y un poco cruel.

Cantan, bailan, saltan. Son eximios actores y actrices porque fingen maravillosamente estar felices, plenos, orgullosos, convencidos, entusiasmados, hasta cordiales. ¿Habrá, pues, inspectores que les exigen tamaños desempeños para darles unos pesos que se transformarán en choris? Se camuflarán bien porque no se los distingue entre la multitud: es un ocultamiento característico en los Estados policiales.

Hasta donde llega la visión del cronista los choris se cambian por moneda argentina. La simulación de los manifestantes rindió su fruto. Una buena jornada para el consumo, otra lacra que aleja a las masas del ideal puritano.

Quienes encabezan las columnas bailan y cantan, agitan sombrillas, baten parches, hacen sonar metales. Quienes arman el “corralito” alrededor, con las pecheras de Organización, también se menean y cantan: la euforia es más unánime que la entonación. Es una prueba más del desorden populista: no se ciñen a su labor, se dejan arrastrar por sus pasiones. En este país nadie labura.

Qué quiere que le diga: a uno le parece que están porque quieren, que saben por qué están, que sus cuerpos no mienten, ni sus voces ni su alegría. Uno no percibe violencia en el aire, ni odio. En la Argentina no hubo venganza, sino búsqueda de memoria, verdad y justicia, a pesar de tanta ruindad y tantas afrentas.


Carlos Blaquier es un gran empresario nacional, un referente moral. Fue acusado de tomar parte en el terrorismo de Estado. Se probó que le prestó vehículos de su empresa modelo a las Fuerzas Armadas, justo antes de que éstas cometieran “excesos” en la represión. Un alto tribunal consideró comprobado ese hecho pero desligó (al hecho y al empresario cristiano) de sus consecuencias. Parafraseemos a los jurisconsultos, ahorrándonos la cita textual porque esta columna viene saliendo gánica. Fue casualidad, una infausta e inesperada coincidencia. Las camionetas fueron usadas inmediatamente para apresar y reprimir a los trabajadores que pedían vaya a saber qué canonjías a sus patrones. ¿Podía suponer el bueno de Blaquier ese uso de su propiedad rodante? Desde ya que no, sentencian jueces probos, custodios de la Constitución, cruzados contra la impunidad. Eso sería dolo y los prohombres no delinquen para ciertos estamentos de lo que perezosamente apodamos “Justicia”.

Habrá sido un gesto de cortesía, una gauchada: si a un caballero le piden algo prestado, no pregunta el porqué o el para qué. No es de gentilhombres al fin.

Hubo secuestros, hubo muertos, hubo desaparecidos. Ocurrió después, apenitas después si usted se pone cargante. Fue en otra esfera de la realidad, ajena al empresariado nacional.

Mire bien, algo similar se produjo en las intachables tratativas de venta del paquete accionario de Papel Prensa.

Para los manifestantes, sin embargo, Blaquier es un sospechoso, alguien que merece ser procesado y condenado. La Garganta Poderosa, una publicación de villeros y está todo dicho, pega carteles con la imagen del referente empresario, le calza un “Buscado”. Los hay también de “No Buscados”: Jorge Julio López, Luciano Arruga, entre otros. Víctimas en un sistema democrático que dista de garantizar igualdad, seguridad y hasta derecho a la vida a todos.

La revista villera lo denuncia, despliega sus afiches con “Buscados” y “No Buscados” en la Avenida de Mayo. Su libertad y rebeldía no son suficientes aunque testimonian que se vive una etapa distinta.


El ojímetro registra pluralidad de clases, de generaciones, de territorios. El mestizaje es peligroso, no hay como la endogamia.

Demandas “de siempre” se conjugan con otras de nacimiento más cercano. Las colectividades rememoran a los propios que fueron masacrados. Los de origen o nacionalidad española, por ejemplo. Ahora dicen que también hay que investigar y juzgar los crímenes del franquismo. Cuestionan a un hombre de orden, como Francisco Franco, que ya no puede defenderse.


Forzado a dar precisiones, el ojímetro registra una proporción altísima de chicas o chicos, con la salvedad ya apuntada sobre la tipología subjetiva que usamos. Uno de ellos se aparta de la columna, propone una selfie compartida al cronista y le comenta que es boliviano, del Movimiento Evo. Es un pibe simpatiquísimo, locuaz, todo sonrisa. Está “acá” por los suyos y porque “nosotros le debemos mucho a Cristina”.

Evo Morales es el gran presidente de Bolivia, el que le dio la mayor gobernabilidad y equidad de su historia. Un indígena que no fue a la universidad, ni siquiera a una pública. Un par de veces quisieron derrocarlo merced a golpes no especialmente blandos. La intervención de países hermanos y vecinos, Brasil y Argentina, ayudó a conjurarlo. Está mal hablar de década ganada, ya se sabe. Y la política internacional es una calamidad bíblica. A pesar de tanta experticia VIP, hay quien duda: si algo sobra en nuestros parajes es la heterodoxia multicolor. Esas acciones antigolpistas, piensan los heterodoxos, estuvieron bien. Carecen de precedentes en un pasado al que más que cuatro quieren volver.


Hebe de Bonafini atraviesa la avenida en el techo del “madremóvil”, un bondi acondicionado. La acompañan dirigentes y funcionarios, claro que ella es la figura del día porque fatigó esas calles y la Plaza cuando pocos osaban jugarse tanto.

Estela de Carlotto comenta su jornada. Empezó en La Plata, partió para la Capital. No marchó porque le cuesta pero estuvo para leer el documento. Volvería a La Plata, viajará pronto a Puerto Rico, “a trabajar”. Qué motor tienen esas mujeres: nunca se detienen. Qué victoria la suya, en jornadas pacíficas como la de ayer, qué semilla sembraron y ven germinar.


El cronista acostumbra arrancar sus recorridos desde la Plaza y caminar en sentido inverso a las columnas o a la miríada de personas o familias que van por las suyas, seguramente para cobrar unos mangos. Luego descorre el itinerario. En Avenida de Mayo, cerca de Chacabuco ve una placa en el piso: la madre y la hermana de Gustavo Benedetto lo recuerdan. Fue “asesinado por la represión policial a la rebelión popular del 2001”. Sucedió en el mismo país, en las mismas calles, no en el período paleozoico ni siquiera en el siglo pasado, tan cercano. Ayer se vivió una jornada de respeto, participación, que combinó como siempre la elaboración del dolor y la alegría que da la lucha compartida.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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