EL PAíS › OPINION

Suicidarse o defenderse

 Por Damián Pierbattisti *

La capacidad anticipatoria del campo popular para detectar sus peligros inmediatos se adormeció. Los que perdieron el gobierno del Estado con la crisis orgánica del neoliberalismo y consolidaron su poder con la dictadura, que propiciaron, vuelven por lo que les pertenece como formando parte de su identidad biológica: el ejercicio del gobierno del Estado.

A medida que la onda expansiva de diciembre de 2001 se iba extinguiendo, se fueron relajando los reflejos para detectar la vitalidad de aquello que se creía en retirada o abiertamente derrotado. El enfrentamiento desatado entre marzo y julio de 2008 entre las patronales agropecuarias y el gobierno por la Resolución 125, comenzó a definir los contornos de un bloque social con la suficiente capacidad política y vocación hegemónica como para disputar el gobierno del Estado.

Al ritmo de la década ganada se fue produciendo un desplazamiento imperceptible que hoy parece irreal. En ese lapso, la derecha tuvo la capacidad de construir un partido y poner en su conducción a quien expresa enteramente y sin fisuras sus propios intereses. Aunque aquí no se agota la novedad: puesto que no alcanzaron a construir una situación caótica que legitime la aplicación del recetario neoliberal, el avance sobre los derechos conquistados asumiría la forma de un ataque directo y frontal. No hay otra vía.

La nitidez de la confrontación entre dos proyectos de país guiados por lógicas opuestas releva de la reiteración. Pero no de señalar que un gobierno del Coloquio IDEA y del Foro de Convergencia Empresarial difícilmente pueda ser favorable a los intereses del campo popular. Y no se trata de ningún acto de atribución susceptible de ser considerado como un gesto panfletario. En la última reunión del Coloquio IDEA, Macri sostuvo que “el año que viene va a estar todo mi gabinete en este evento para poder acordar con ustedes la política. No van a tener que sufrir por si venimos o no”. (Página/12, 17 de octubre de 2015.)

El “centro de gravedad” de la confrontación, es decir, la confrontación social que organiza, estructura y dota de sentido a las restantes, nunca dejó de ser el ejercicio del gobierno del Estado. El proceso histórico que se plebiscita el próximo 22 de noviembre es fruto de una ecuación: Néstor Kirchner más “diciembre de 2001”. Fue el rechazo al pliego de condiciones que le impuso el poder corporativo lo que modificó sustantivamente las correlaciones de fuerzas para avanzar tanto como fuera imaginable hace apenas diez años. Néstor rompió la tregua sobre la que se fundaba la democracia tutelada por el poder corporativo inaugurando un ciclo histórico original, que permitió expandir el acotado horizonte que José Claudio Escribano auguraba tan sólo diez días antes de su asunción: “La Argentina resolvió darse gobierno por un año”. Ya pasaron doce años y medio de aquella fallida predicción, aunque ya no necesiten condicionar a ningún candidato ajeno. Construyeron el suyo dándose el lujo de ser quien encarnaba “diciembre de 2001”, forzando al campo popular a rellenar el significante vacío.

Tan profunda fue la hegemonía neoliberal que un prefijo que define su racionalidad política le dio nombre a un partido: PRO. En los noventa había que ser PRO. Sobre todo PRO activo en un contexto de incremento exponencial del desempleo, flexibilización y precarización laboral. Ser PRO era una actitud individual. Allí radicaba la clave y las condiciones de posibilidad, simultáneamente, para que fuese posible la emergencia de la subjetividad neoliberal: el ostensible debilitamiento del poder colectivo para enfrentar la ofensiva que se abatía sobre los sectores populares. Ser PRO era un objetivo estratégico del modelo de management que se impuso con las privatizaciones en nuestro país y que evidentemente tiene un fuerte anclaje en el universo simbólico de nuestra sociedad. No obstante, la reversión de los principales rasgos de la subjetividad neoliberal fue, también, lo suficientemente ostensible como para que Macri asuma ser quien no es. Y que hayan enviado a un piadoso ostracismo la brutalidad de los capataces de estancia que señalan la canaleta del juego y la droga para indicar el destino de la AUH.

Aécio Neves sostuvo que deseaba la victoria de Macri para “librarnos del bolivarianismo en América latina”. Es legítimo y deseable que existan diferencias en el campo popular. Lo que no debe olvidarse es que lo que Aécio llama “bolivarianismo” involucra al conjunto de la extraordinaria heterogeneidad y riqueza que guarda en su seno el campo popular de nuestro continente. Pero tales diferencias no deben inhibir la construcción de una impostergable alianza estratégica para enfrentar a quienes vienen por nuestra identidad, no por nuestras diferencias.

Ante la gravedad de la coyuntura que enfrenta nuestro país y nuestra región, es inadmisible sostener que las correlaciones de fuerzas con el bloque de poder, que hoy va con toda la fuerza de la que dispone para recuperar lo que vive como propio, serán las mismas si gana un candidato o el otro. Ningún militante o cuadro político que se reclame perteneciente al campo popular debe convocar a mantenerse al margen de una confrontación real con los dueños del país. Confío plenamente en que nuestro pueblo, antes que suicidarse, elegirá defenderse.

* Sociólogo. Investigador el Instituto Gino Germani (UBA-Conicet).

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