EL PAíS › OPINION

Ladrón equivocado

Por Tomás Abraham

Es posible que dentro de una semana esta nota no tenga actualidad, ojalá que así sea. La feria judicial, las fiestas y la proximidad de las vacaciones postergarán y, quizás, disolverán, los intentos de esta triste y macabra cacería a De la Rúa.
Imagino que hay quienes deseaban llegar al 20 de diciembre con el ex mandatario preso, con el catalogado como represor y culpable de homicidio de decenas de argentinos, el sobornador de senadores, el político a sueldo de las corporaciones y con el instigador de una reforma laboral que le chupa aún más la sangre a los trabajadores, bien entre rejas.
La lista de atributos que el poder mediático-político nacional puede llegar a poner en circulación para moldear la opinión pública y atizar los sentimientos de venganza son ricos en variaciones. Pero quizás la sed del Talión no sea satisfecha, habrá que buscar nuevos temas, veremos, nunca faltan los oportunistas.
Hasta la fecha, lo que parecía un alegre festival parece complicarse, especialmente para el Gobierno; pueden llegar a existir aliados importantes que también cobraron coimas; si todo el asunto pudiera limitarse a culpar a De la Rúa, Santibañes y algún otro tortolito, pero...
Es una larga tradición nacional que tiene vaya a saber qué raíces culturales, la de gozar al débil, al que está solo. Y el ex presidente se quedó afuera, está al descampado, ¡qué buena ocasión para buscar a los muchachos y gozarlo!
Mientras los participantes de la fiesta menemduhaldista brindan con champagne, se apoltronan en sus senadurías, siguen administrando sus feudos provinciales, disfrutan con conciencia limpia sus jubilaciones de privilegio, regentean poderosos medios de comunicación, tienen bien depositados sus millones distribuidos por bancos nacionales y provinciales, se sacuden despreocupadamente el polvo de Río Tercero, se sacan una basurita que les quedó de los escombros de la calle Pasteur, afuera, en el potrero vecino, nos divertimos con el chivo tonto, el pato de la boda y otras metáforas granjeras.
Chacho Alvarez se siente mejor. Apoyé su renuncia desde el mismo momento en que la anunció. Defendí su conducta ante quienes le gritaban desertor. Pero ése no es el problema de su reciente historia política, nada hay que reivindicar de su gestión, fue una confusión lamentable. El problema de Chacho fue qué hacer con su renuncia. Se fue al barcito de su barrio, apoyó a la Alianza, y lo hizo durante el resto de la gestión. Les pidió a sus compañeros que apoyaran al Presidente porque le merecía el mayor de los respetos y que cumplieran con el compromiso partidario. Ese fue el mal resuelto dilema de Chacho, irse y pedir que se queden, denunciar y apoyar, condenar y respetar. Su trayectoria en la Alianza no terminó los primeros días de octubre del 2000, siguió como jefe de los que sí continuaron con De la Rúa.
¡Coimas en el Senado de la Nación! Los taxistas, las floristas, el personal de maestranza, las modelos, los electricistas, todo el mundo conoce el 70-30. Setenta para el oficialismo, treinta para la oposición. Se practica en el Concejo Deliberante, en el Congreso, en las municipalidades. Lo que no todo el mundo sabe –y bien hace en recordarlo en su diario de a bordo Terragno– es que parte de los fondos reservados de la SIDE siempre se destinaron a financiar a los dos principales partidos políticos de nuestro país, estén en el gobierno o en la oposición. Es frecuente que el gobierno gobierne “con” la oposición.
De la Rúa a fines de 1999 nombró al más decente de los gabinetes que se presentaron a la población desde 1984. Un equipo en el que estaban Giavarini, Llach, Alvarez, Fernández Meijide, Terragno, Storani, L. Murphy, gente de la política con una vida pública intachable, inmaculada. Era la presentación ética luego del cinismo festivo del menemismo. El mismo De la Rúa, candidato a vicepresidente en 1973, luego de casi treinta años de actividad pública no había tenido de parte de nadie sospechas sobre su conducta civil. ¿Y que pasó? ¿Los tragó la corrupción de un día para el otro? ¿Se desorbitaron sus ojos ante el color del dinero?
En la época escribí varias notas sobre la estupidez de dejarse apretar por los grupos del establishment financiero y sus notarios para promulgar la ley laboral. Aquella extorsión, el anuncio del desastre económico si no salía rápido del Congreso, era una maniobra necia contra el poder sindical. Los economistas y periodistas económicos anunciaban la era de la peste del hambre si no se resolvía en el acto, que la confianza de los inversores y la preocupación de los acreedores era cada vez mayor, que la estampida del riesgo país era inminente.
Eran épocas en que el presidente del Banco Galicia, Escasany, pedía la reforma de la Universidad de Buenos Aires, la necesidad de los exámenes de ingreso y el ajuste del presupuesto universitario. No en vano una de las primeras medidas de López Murphy en su breve período ministerial fue este ajuste y el guiño a los voceros ideológicos que lo apoyaban.
Universidades, sindicatos, las reformas laborales, una nueva ley universitaria, eran parte de la lucha por espacios de poder corporativo, nada tenían que ver con negocios a corto y mediano plazo, ni con la competitividad ni con nada urgente desde un punto de vista práctico-político. Pero un clima de pánico ayudaba a no perder posiciones al menemismo en retirada, y De la Rúa era fácil de asustar.
Moyano quiere prensa, está contento, la quiere seguir con esta cacería que lo muestra héroe a él y su candidato Rodríguez Saá. Hace rato que está en la trastienda. Los rezagados quieren volver. Pero no olvidemos que la reforma laboral no sólo era una maniobra política sino una operación fantasmal. En nuestro país aquella reforma ya existía en la calle, en los cientos de convenios que gremios y empresas habían firmado durante los noventa, en la mitad de la economía en negro, en los servicios, en los comercios, en los shoppings, en las multinacionales, en las automotrices, en las desregulaciones de todo tipo, en los meses de aprendizaje renovable sin indemnización, la famosa flexibilización era un hecho que los dirigentes sindicales habían negociado y convenido durante años antes de aquella ley.
Políticos que se plegaron a todo tipo de gobiernos corruptos, que siempre supieron de las estafas de sectores dirigentes, que tuvieron la habilidad de calibrar sus silencios y sus ruidos de acuerdo a su conveniencia, ahora los vemos a partir de estos sobornos vituperar contra los que pagan como el imperialismo, las multinacionales, Martínez de Hoz, Cavallo, pero no contra Duhalde, ah, no, eso no, por ahora no conviene.
El señor Pontaquarto hizo una denuncia, dice no haber podido sobrevivir a la tortura de su conciencia. Nada tengo que decir sobre sus sentimientos, pero me creo con el derecho de sorprenderme de que alguien que militó años en el radicalismo nunca viera nada raro en el manejo de la cosa pública ni de la cosa partidaria. Ser un pensionado del Senado en la función que le cabía debió haberlo preparado para posteriores pesadillas. Su dolor y su quiebre moral quizás se alivien con haberse entregado y autoimplicado. Pero, sinceramente, haber transportado una valija con dinero, está mal, haber entregado dádivas a pesar de no llevarse ni un solo peso, no está bien, pero hemos visto cosas peores en nuestra república del silencio.
A De la Rúa lo voltearon desde su propio partido aliado al justicialismo bonaerense. La versión que quiso establecerse en nuestro imaginario mítico es que fue una pueblada. Ahora lo vemos como el gran corruptor, alguien a quien desde el Poder Ejecutivo, sin que nadie se lo pidiera, sin que nadie le diera cifras ni le pusiera condiciones, mediante un gesto inesperado de generosidad, desembolsa cinco millones para sorpresa de algunos agraciados por la fortuna que de todos modos habrían votado a favor de la ley por convicción.
La fábula es infinita. Otras voces dicen que lo que importa no es el soborno sino el contenido de la ley, que la corrupción reside en que la Alianza traicionó el mandato que le dieron a favor de los trabajadores. Ni los mismos que lo dicen lo creen, ellos menos que nadie.
El discurso del trabajo y la producción fue el de Duhalde, el de De la Rúa fue el de la ética. En ningún momento la palabra de De la Rúa se jugó contra la política económica de Menem ni contra el capitalismo de mercado. La presencia de Llach, López Murphy, Giavarini, además del representante de la UIA, Machinea, era bastante elocuente al respecto.
Da la sensación de que nunca dejaremos de volver sobre la letra chica de nuestra historia. Tantas cosas han pasado en los últimos dos años, hay tanta actualidad sedimentada que algunos especulan con el olvido de sus semejantes. Por eso son necesarios los recordatorios.
Cuando asume De la Rúa el país tiene un déficit de 10 mil millones de dólares y un fuerte déficit previsional, esto más deflación, depresión y desocupación crónica. Los gremios que acompañaron con disciplina la gestión menemista estaban ansiosos por recordar su poder. En fin, De la Rúa no era el hombre para una situación así.
Alvarez dice que lo que se juega aquí es saber si aceptamos que se compren leyes en la Argentina, porque si lo hacemos no tenemos destino como nación democrática. Tiene razón, pero confunde los medios. Si queremos que algo cambie lo primero que tenemos que hacer es que no nos roben un presente esperanzador para muchos, es el mejor modo para que no vuelva el pasado. En este presente están elegantes, como recién estrenados, los principales jefes de la política argentina de las últimas dos décadas, en especial de la última. No va a ser De la Rúa quien nos robe el presente.

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