Vie 07.05.2004

EL PAíS

Godoy mandó descolgar un retrato de Emilio Massera

Lo hizo tres días después de su autocrítica. El cuadro al óleo estaba en el pasillo que lleva al despacho del jefe de la fuerza, en el piso 13 del Edificio Libertad. Aún están colgados los de Anaya, Lambruschini y Franco.

El retrato del ex almirante Emilio Massera ya no sonríe en la pared del Edificio Libertad que ocupó desde hace tanto tiempo. Al igual que ocurrió con las imágenes de los ex generales Jorge Videla y Reynaldo Bignone en el Colegio Militar, del cuadro sólo quedó la huella del clavo que lo sostenía. Esta vez no fue el presidente Néstor Kirchner quien dio la orden expresa de retirarlo. Fue el propio jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Jorge Godoy, quien tomó la iniciativa el 6 de marzo pasado, apenas tres días después de la autocrítica que formuló durante el homenaje al almirante Guillermo Brown y que desembocó en la entrega de la ESMA. Según trascendió ayer, la decisión de Godoy fue consensuada con el resto del almirantazgo antes de ese acto.
Para llegar a la oficina del jefe de la Armada en el Edificio Libertad –sito en la avenida Comodoro Py 2000, frente a los Tribunales Federales– hay que tomar el ascensor hasta el piso 13 y doblar hacia la derecha. Los días de lluvia hay que esquivar una gotera que está al inicio del pasillo que tiene unos 10 metros de largo y es lo suficientemente angosto como para tocar ambas paredes con las manos. De cada lado de la galería cuelgan los óleos con las caras de quienes estuvieron al frente de la Armada desde su creación. Hasta la decisión de Godoy, el retrato de Massera era el único que sonreía, a tan sólo algunos pasos de su despacho. Todavía miran serios entre marcos dorados los otros tres jefes de la Marina durante la última dictadura: Jorge Isaac Anaya, Armando Lambruschini y Rubén Franco.
Unos días antes de dar su discurso en la sede de la Armada, aquel 3 de marzo en el que definió a la ESMA como “un símbolo de barbarie e irracionalidad”, Godoy se reunió con el resto de los almirantes. Además de dar los últimos retoques a las palabras que pronunciaría en el 147 aniversario de la muerte de Brown y de reconocer que la ESMA “son sólo ladrillos”, los marinos se pusieron de acuerdo en otra serie de medidas que tomarían en relación a la política de derechos humanos. Una de ellas fue la de retirar el retrato del represor. La otra, facilitar la entrada del Presidente y de un grupo de sobrevivientes del mayor centro clandestino de detención de la Argentina al predio de la ESMA, lo que finalmente ocurrió el pasado 19 de marzo.
“Así como no puede ocultarse el sol tras un harnero, no pueden esgrimirse argumentos válidos para negar o excusar la comisión de hechos violentos y trágicos en este ámbito”, expresó Godoy en el discurso, considerado como la verdadera autocrítica naval sobre los años de la dictadura. “La Armada –señaló en el patio de armas del Edificio Libertad– quiere ser un actor protagónico en esta tarea de una Patria soberana, próspera y con justicia social.”
La decisión política del titular de la Armada avanzó en la misma línea trazada desde el Ejecutivo. El 24 de marzo por la mañana, Kirchner inauguró la jornada del 28 aniversario del golpe con un acto en el Colegio Militar de Palomar en el que el jefe del Ejército, Roberto Bendini, descolgó las imágenes de los genocidas Videla y Bignone, dos antiguos directores de la institución. “Nunca más tiene que subvertirse el orden institucional en la Argentina”, arengó el Presidente frente a los cadetes que miraban silenciosos envueltos en sus trajes de fajina.
Aquel día sería histórico por el traspaso de la ESMA a manos de la Nación. En el predio, propiedad de la ciudad cedido largos años atrás a la Marina, el Gobierno definió la creación del Museo de la Memoria, un reclamo permanente de los organismos de derechos humanos. También será recordada como la jornada en la que por primera vez un presidente pidió perdón en nombre del Estado por “la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades”. Esa frase le valió dar, a posteriori, algunas aclaraciones. Debajo del escenario, montado a pocos metros de donde funcionó el centro de detención, miles de personas escuchaban también las emotivas palabras del último nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Ya sin cuadro recordándolo en el pasillo del edificio que comandó durante años, y muy lejos de aquella imagen rígida que exhibió en el Juicio a las Juntas, el Almirante Cero gasta sus horas finales recluido en su prisión domiciliaria. Luego de pasar largos meses internado en el Hospital Naval en estado vegetativo –donde no faltaron los escraches–, Massera pudo regresar a su casa donde purga su extenso prontuario. En su silla de ruedas, balbuceante e incapaz de realizar cualquier actividad por sus propios medios, el represor tal vez nunca se entere de que ya no sonríe en la pared de aquel pasillo.

Informe: Martina Noailles y Alfredo Ves Losada.

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