EL PAíS › MAS DE 500 PERSONAS EN EL CEMENTERIO DE FLORES

“Para que no ocurra nunca más”

Una multitud despidió ayer al mediodía los restos de Ezequiel Demonty. Más de medio millar de vecinos del Bajo Flores y Mataderos se acercaron al cementerio de Flores para acompañar a la familia del pibe que fue obligado a arrojarse al Riachuelo por efectivos de la comisaría 34ª. Fue gente de la iglesia evangélica a la que concurren los padres, de los comedores comunitarios, de las asambleas barriales, de las escuelas de la zona. Todos unidos por el mismo dolor y un mismo reclamo de “justicia” por la absurda muerte de Ezequiel. “Que esto no ocurra nunca más”, reclamó la madre, Dolores Ingamba, en medio de sollozos.
“Mi hijo se merece y tiene que tener justicia. Nunca me detuve a pensar que una persona podía hacer algo así. La muerte de Ezequiel no tiene explicación”, señaló la mujer, después de la ceremonia, en diálogo con Página/12. Es el tercer hijo que pierde Dolores: en diciembre murió Lucas, de 13, a causa de una leucemia, y varios años atrás le tocó enterrar a una bebita. Tiene siete hijos más.
Dolores consideró que el jefe de la Policía Federal, Roberto Giacomino, “tendría que ponerse en lugar de padre: cuando uno tiene un hijo, medita para los dos lados, para castigar y para corregir. Que actúe como padre”, se limitó a decir la mujer con relación a la máxima autoridad de los efectivos que provocaron la muerte de su hijo.
El sol primaveral de la mañana de ayer entibió un poco el ambiente helado por tanta tragedia. El único funcionario que se acercó hasta el cementerio de Flores fue Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, que acompañó a la familia desde que se denunció la desaparición de Ezequiel. Al sepelio, el sábado a la noche, fue el secretario de Descentralización de la Ciudad de Buenos Aires, Ariel Schifrin; el director del Plan de Prevención del Delito del gobierno porteño, Claudio Suárez; y el diputado porteño del Frepaso Eduardo Peduto. Del gobierno nacional, del cual depende la Policía Federal, no fue nadie.
El velorio comenzó pasadas las 22 del sábado, cuando el cuerpo del chico llegó de la morgue judicial, donde fue identificado por sus familiares después de aparecer en la mañana del sábado flotando en el Riachuelo, enganchado en un rama a cien metros del Puente Victorino de la Plaza, que une Barracas con Avellaneda, a unos tres kilómetros del lugar donde, en la noche del viernes 13, Ezequiel fue obligado a tirarse al agua, junto a dos amigos que sobrevivieron.
Antes de que el féretro fuese enterrado, la madre de Ezequiel instó a los responsables del crimen a que “se arrepientan”. Hasta el cementerio se acercó más de medio millar de personas, entre amigos, vecinos, familiares, integrantes de comedores comunitarios, asambleas barriales y escuelas del Bajo Flores y Mataderos. “No pedimos violencia sino cambios radicales. Pedimos paz y seguridad para nuestra nación, para que su muerte (la de Ezequiel) no sea en vano”, dijo el pastor evangelista que presidió la ceremonia durante el responso. El religioso exhortó a las autoridades a que “entiendan que debemos volcarnos a un cambio”. También sostuvo que los policías involucrados “le dieron la espalda a Dios y le dieron la espalda al pueblo”.
En medio de aplausos, llantos y gritos de “justicia, justicia”, el cuerpo de Ezequiel recibió el último adiós.

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