EL PAíS

Cuarta caceroleada contra los supremos de la Corte

 Por Irina Hauser

Un jubilado descarga su ira en un poste metálico con un martillo. Una mujer de camisa con flores marrones y amarillas se seca las lágrimas al final del himno. Dos chicas con la panza al aire y anteojos de color aplauden recostadas en la base de un busto. “Salta, salta, salta, pequeña langosta, Menem y la Corte son la misma bosta.” Los cánticos y las cacerolas retumban en la fachada del Palacio de Justicia. Más de 6000 personas desafían los treinta y cuatro grados de calor. Es el cuarto cacerolazo que pide la renuncia de los ministros de la Corte Suprema frente a sus despachos. Ayer, un ingrediente notable fue la presencia masiva de las asambleas populares de los barrios. La protesta terminó con escraches en las casas de los jueces Julio Nazareno y Antonio Boggiano.
La gente, la garra, la creatividad, todo va en ascenso desde aquella primera manifestación que convocó en diciembre la Asociación de Abogados Laboralistas. “Habrá cacerolazos hasta que se vayan”, insistía ayer el titular de la entidad, Luis Ramírez.
–Se fue (Fernando) De la Rúa, se fue (Carlos) Grosso, (Adolfo) Rodríguez Saá, ¿quién dijo que no lograremos que se vaya esta Corte? – discutía Ester, 48 años, enfermera, con una amiga más pesimista que ella que fumaba sin pausa mientras agitaba una cartulina con la leyenda: “Corte Suprema ¿no tenés vergüenza?”.
La convocatoria era para las 17, pero la Plaza Lavalle, frente al Palacio de Justicia, comenzó a llenarse bastante más temprano. El centro de las escalinatas lo acaparó un grupo de jubilados que intentaba capturar desde la altura alguna pizca de brisa. “Viejos pero no boludos”, decía de un lado la pancarta que sostenían, y del otro mostraba una foto de Menem tras las rejas con el título “cáncer del país”. Detrás de ellos había un cordón de gendarmes y policías.
Suenan compoteras, llaves, latas de tomate, tambores y ollas. La melodía es ensordecedora. “Esta la puedo traer en la cartera”, dice Nilda, médica, mostrando una tapa de lata de galletitas que hace sonar con una cuchara. Esta vez varios megáfonos y un micrófono guían el coro. “Olé, olá, como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los vamos a buscar”, se escucha.
Todos se quejan de la falta de independencia de la Corte, de las muertes en Plaza de Mayo, de otros muertos por la policía, de la inseguridad jurídica, del corralito, “sin justicia no tenemos futuro”. Los volantes los leen sin hacerlos un bollito. Algunos vienen con escarapelas y citas de artículos de la Constitución. “La Justicia lo atraviesa todo. ¿Por dónde vamos a empezar si no es por acá?”, intenta instruir Ignacio, un portero de escuela que viajó una hora y media especialmente desde Cañuelas.
Ya hay canciones, consignas e imágenes que se han convertido en clásicos de la protesta contra el alto tribunal, como el enorme lienzo con una caricatura de la Justicia con un pecho al aire y el pequeño pero llamativo cartel con una rata de anteojos que fuma habano y muestra billetes verdes en la mano, escoltada por la frase: “Fuera la banda de Nazareno”. La imaginación argentina está entrenada. Cada jueves, van apareciendo toda clase de sinónimos para la misma premisa. “Dios y la patria os lo demandan, fuera”, dice un afiche. “Que se vayan todos, asamblea popular constituyente”, exige un pasacalle. “Que el pueblo elija a los jueces”. “9 jueces, 9 coimas, 9 gangsters, Corte Suprema, asociación ilícita”.
Elsa tiene un moretón en el brazo de tanto sostener el letrero de la Asamblea de Parque Lezama que pide un salario mínimo de 600 pesos. Es una de un montón de asambleas presentes. Están la de Paternal, Villa Crespo, Belgrano, Floresta, Caballito, Boedo, Florida y Vicente López, Liniers, San Cristóbal, entre otras. Hay estudiantes, Madres de Plaza de Mayo, la Asociación de Kiosqueros y Autores Unidos. Casi no hay agrupaciones políticas. A las seis en punto llegó el momento del himno. Empezó bajito y terminó con gritos y llantos. Un hombre de corbata beige que había estado toda la tarde mirando, quieto, desde la ventana del primer piso de la esquina de Lavalle y Talcahuano, de pronto sacó una bandera argentina y se puso a saltar. Después la multitud dio una vuelta a la manzana. En las paredes del palacio estaban expuestas, como si fueran cuadros, fotocopias con nueve variedades de víboras de distintos colores y, al pie de cada una, el nombre de un ministro de la Corte. Sobre una pared de la calle Uruguay, un graffitti decía “Nazareno Ladrón”.
Para coronar la tarde, cientos de los manifestantes marcharon directo hacia la casa de Nazareno, en Posadas 1452, donde se instalaron para espetarle todo tipo de insultos, a pesar de que él está en Catamarca. Después fueron a lo de Antonio Boggiano, Alvear 1708, donde repitieron el ritual. Al anochecer todavía seguían cayendo unos papelitos amarillos con que ofrecían el mejor menú del día: “Suprema a la cacerola”.

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