EL PAíS › MALHUMOR Y CONFUSIóN EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL

Cuando Ezeiza pareció un camping

Destinos distintos, inquietudes similares. Los pabellones del aeropuerto internacional de Ezeiza reunían ayer una masa de usuarios que repetían, en varios idiomas y con diferentes grados de fastidio, la misma pregunta: “¿Cuando vamos a viajar?”. Un grupo de catorce italianos, que concluían sus vacaciones por la Patagonia, aseguraba que la suspensión de los vuelos provocada por el conflicto gremial era un “grosso problema”. La comitiva de turistas europeos tenía que “tornare al lavoro”, explicaba uno de ellos, frente a las cámaras de televisión. A su alrededor, los pabellones de cada terminal, seminados de valijas, mochilas y paquetes, albergaban a los cientos de irritados pasajeros. Hacia la tarde, la compañía les entregó vales para restituir sus gastos y reprogramó servicios.

“Gracias por comunicarse con Aerolíneas Argentinas y Austral, nuestro horario de atención es de lunes a sábados de 8 a 23 horas”, comunicaba la voz grabada del 0810 de la empresa. En tanto, en la pequeña metrópolis de Ezeiza, una señora de mediana edad y cabello rubio expresaba su bronca por las suspensiones “Con mucho esfuerzo –exclamó ante un reportero– había conseguido pagar el pasaje para ir al Calafate, pero ahora no sé dónde dormir, y no sé si pierdo el pasaje si me voy del aeropuerto”.

En la confusión que creó el conflicto gremial de los técnicos aeronáuticos, una mujer de Venezuela, que concluía su estadía en el país, explicaba que “en Venezuela hay un control cambiario, por tanto, el cupo es limitado”. Eso significa, que “se termina el día de salida del país” y las tarjetas de crédito que no pueden pasar el tope, no dan más dinero.

“¿Cómo hacemos para comer o para dormir? No tenemos para un hotel”, se preguntaba antes de que Aerolíneas distribuyera los vales. A unos pasos, una mujer colombiana, que sostenía a uno de sus dos hijos en brazos, expresó que su familia estaba muy preocupada: “Las personas (en el aeropuerto), no tenemos dónde ir”. “Ya no hay dinero y estamos aquí con dos niños esperando poder viajar en algún momento”, contó.

Los pisos de azulejos grises estaban a la tarde llenos de acampantes, que compartían los últimos snacks, alfajores y gaseosas empacados, mientras se quejaban de los desorbitantes precios en los negocios de la terminal aérea. Más grave era el problema de un hombre que viajaba a Chile para realizarse un tratamiento oncológico con células madre. Según contó a la prensa, debía estar ayer por la mañana en la capital trasandina para la cita médica.

En las ventanillas, desobedientes hileras de pasajeros, boletos en mano, reclamaban información. Cada uno, su argumento. Turistas que perdían tiempo de sus vacaciones, profesionales que llegaban tarde a una reunión o madres que querían regresar con sus familias. “Soy médico y hay dos pacientes que me esperan para una operación mañana en Venezuela, ¿quién les responde a esos pacientes?”, inquiría otro usuario del servicio cancelado.

Por la noche, la empresa había pagado los vales para restituir los gastos y reprogramó para hoy los vuelos internacionales, pero aclaró que los horarios establecidos quedarían “supeditados al levantamiento efectivo” de la medida de fuerza y al acatamiento a la conciliación obligatoria impuesta por el Ministerio de Trabajo el pasado viernes al gremio Asociación del Personal Técnico Aeronáutico (APTA).

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