EL PAíS › OPINION

El teatro es el mensaje

 Por Mario Wainfeld

Nadie termina de entender un sermón si no percibe la liturgia que le da sentido, si no ve el templo. Parafraseando a un vetusto cuan entrañable especialista en comunicación, el contexto (en este caso un señorial teatro con butacas de postín) es el mensaje. El ámbito en que, al fin, terminó de lanzarse la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner exudaba orden y poder. Las palabras, eventualmente, evocaban epopeyas pasadas o presentes. Pero, amén de estar pronunciadas en un registro más afín a la conferencia que a la arenga, había un mensaje que las antecedía. La meneada gobernabilidad supone poder concreto y un orden a garantizar. El Teatro Argentino –bastante despoblado de militantes, huero de base social, habitado mayormente por candidatos y funcionarios de surtidas geografías– albergaba a muchos de los que gobiernan la Argentina. El orden, la calma, pilares de la gobernabilidad, fueron un núcleo del mensaje.
- Ecce homo: Cuando la actual senadora santacruceña alude al Presidente, así sea en una charla informal, lo designa como “Kirchner”. Nunca “él” ni aun “Néstor Carlos”, como eligió el matancero Alberto Balestrini. Ayer Fernández de Kirchner optó por el vocativo “Presidente” o hasta “señor Presidente” y por tratarlo de “usted”. Al principio de su exposición lo señaló y mentó a “ese hombre”. En un teatro muy prolijito, ese hombre era sencillo de ubicar y a él fueron las miradas y los vítores. La lógica del plebiscito ratificatorio, el pedido del voto para apoyar al primer mandatario dio eje al discurso de su principal espada electoral.
“Le quieren torcer el brazo”, anunció y convocó a votar contra “ellos”.
No le faltan fuego ni carisma a Cristina Fernández de Kirchner, pero toda su presentación dejó en claro que lo suyo es acompañar un liderazgo, el de ese hombre, el Presidente, con el que otros pueden permitirse la confianza de mencionar por su nombre de pila. De paso cañazo, esa distancia verbal también subraya una de sus obsesiones, demostrar que ella no es “la esposa de...” sino una integrante de un proyecto. Los organizadores, que hicieron todo pipí-cucú, recibieron un reto al final del discurso por haberla apodado “Cristina Kirchner” en un visible cartel. “Soy Cristina Fernández de Kirchner o Cristina” precisó, para que nadie transgrediera de ahora en más tamaño detalle.
- Música, maestro: El acto comenzó con el Himno, en una clásica versión de las que aprendimos en la escuela. Esto es coral, solemne, autoritario si uno se pone pesado. Charly García, que da para el Salón Banco, hubiera desentonado en ese escenario. El final fue filarmónicamente más distendido. La marchita partidaria resonó, en una versión tachín, tachín y hasta la senadora la cantó haciendo gala de buen humor. La identidad peronista será otro núcleo de la campaña. El duhaldismo se la negará a sus contendientes “del palo”. Los demás opositores dirán que todos los justicialistas son lo mismo. Entre esos dos fuegos trajinarán los frentistas para la victoria.
Ayer, en un entrenamiento fuerte, se ensayaron dos posturas. Balestrini se aquerenció en el peronismo. La expresión “movimiento nacional” (un tópico justicialista que procura saldar mágicamente el enigma democrático de ser una parte y representar al todo) fue la que más repitió. Por lo demás, el intendente se albergó en la mejor historia del peronismo, las realizaciones de los primeros gobiernos, las persecuciones en 1955 o durante la última dictadura militar. Y también en la distribución del ingreso, esa asombrosa torta que se dividía por mitades entre patrones y empleados.
La oradora de cierre es (y verbaliza ser) muy desafecta a las citas rituales y obró en consecuencia. Poco Perón, nada de Eva. Con una salvedad: se enganchó con el reparto de la torta y memoró que Juan Domingo Perón lo describía como “fifty-fifty”. El punto es interesante pues evoca una utopía muy distante y alude a uno de los puntos más polémicos de la actual política económica cuyo impacto en la distribución de la torta está muy en entredicho. Pero en La Plata no había dudas, los logros de la política económica fueron puntal del reclamo de voto popular. Allende la retórica y las citas de autoridad (Arturo Jauretche, el redivivo, estuvo en boca de los dos expositores), algo genéticamente peronista estructuró los discursos. El General llegó a ser Presidente con magra experticia previa, pero catapultado desde una Secretaría de Trabajo. Incubado de origen en el gobierno, el peronismo es básicamente una escuela de cómo conservar el poder y una propuesta de gestión de contenido por demás misceláneo y variable. Fue eso, la continuidad, la relativa tranquilidad lo que ya se va conociendo, fue la principal promesa que se formuló desde el escenario. “Somos lo que hicimos” dijeron los oradores, a su modo como Perón en el ’45.
- Los contendientes: Salvo Néstor Carlos (o el señor Presidente, según el caso) y el socarrón Jauretche, no hubo otros nombres propios en los discursos, ni para ensalzar ni para denostar. La senadora se cebó “con los que leyeron todo pero cada vez entienden menos” lo que podría ser una suerte de elogio envenenado a la versación de Elisa Carrió.
Pero los denuestos más duros fueron contra el (no mencionado explícitamente) Eduardo Duhalde. Hubo varios, pero arrancó los aplausos más entusiastas cuando, mencionando a los postulantes a torcedores de brazos, se refirió a El padrino, el film de Francis Ford Coppola. La remisión al adversario ¿interno? lució transparente. Varios se levantaron de sus butacas, aplaudiendo con énfasis, algo que fue infrecuente y que la oradora no estimulaba, más interesada en preservar su hilo argumental que en incitar entusiasmo de la previsible concurrencia.
Si algún duhaldista quería recoger el guante, no estaba ahí. Y eso que había muchos que lo fueron hasta hace un puñado de horas. En cualquier caso, lo que sugirió Fernández de Kirchner fue algo así como “si quieren zancadillas, las habrá”. Por ahora, bastan con las metáforas. Hubo otras significativas como la de...
- ... podar el árbol: Volvamos al enigma peronista. Balestrini acuñó una metáfora para explicar la saga (a su ver) deseable del Frente para la Victoria. El peronismo es como un añoso, sólido, noble árbol (claro que no dijo quebracho o algarrobo) al que hay que podar de vez en cuando para que vuelva a crecer. La propuesta de la poda, francamente más tierna que las imágenes bélicas que adornan el vocabulario de políticos y periodistas, produjo estrepitoso consenso. Por cierto queda pendiente determinar si se trata de una poda o una cirugía mayor, algo que se irá resignificando al calor de la contienda. En el ínterin, habrá que ver qué opinan las ramas que proliferan en la finca de San Vicente.
- Lo nuevo y lo viejo: El kirchnerismo, tributo al éxito, nutre sus filas con buena parte de lo que fue el duhaldismo ahora podable. Ese eventual sambenito seguramente iluminó el cierre de listas de la provincia en la que los intendentes (con la importante excepción de Balestrini) se quedaron afuera. También hay poco peso del territorio bonaerense Y la dirigencia social quedó muy a los premios, expresada por Edgardo De Petris de la CTA. Luis D’Elía y Emilio Pérsico ocuparon sus condignas butacas en el teatro pero no serán candidatos. Una estética nacional, kirchnerista, potable de cara a electorados de clase media (aún de otros distritos) es una clave de una boleta superpoblada de funcionarios.
Pero esa diferenciación visual del duhaldismo no salda el dilema esencial que es resolver el mestizaje entre la propuesta de nuevos contenidos y el apoyo de una fuerza con dirigentes expresivos de mucho de lo peor de lo viejo. Ayer, vivando como el que más, estaba José Manuel de la Sota, un caso patente de travestismo político. El formoseño Gildo Insfrán no mosqueó cuando Cristina Fernández arremetió contra el viejo clientelismo, siendo que su provincia es la segunda en tasa de mortalidad infantil y la líder en mortalidad materna. José Luis Gioja y Carlos Verna, que tuvieron vergonzosa conducta en el escándalo de las coimas del senado, también hacían vibrar el aplausómetro. La apuesta de Kirchner, se supone, es la clásica de la izquierda peronista que es traccionar al conjunto hacia un futuro enjundioso. Mientras la economía y las encuestas de opinión den bien, tendrá algunas chances.
Un acto muy cuidado, pensado para la TV, se topó con la insuperable competencia mediática de los atentados en Londres. En cualquier caso, las imágenes se repetirán y son presentables. Cristina (la senadora autorizó a que se la nombre así) mostró sus condiciones de oradora y un notable manejo escénico. Superó el trance, literalmente, sin despeinarse. Los papelitos cayeron del techo y así comenzó una elección en la que el peronismo, irreductible a la razón pura, va por el 60 por ciento del padrón provincial. Ese dato abrumador, potente, insoslayable, da también contexto a esta crónica de un acto que, por su cotillón y su pulcritud, podría haber sido organizado por el Partido Demócrata en Omaha, Nebraska.

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