ESPECIALES

CAMBIO MUCHO / POCO / NADA

 Por José Pablo Feinmann

MUCHO


Una jornada masiva exitosa puede sostenerse en el tiempo o puede devenir una liturgia, un rito, algo que se sigue haciendo por evocación o por tratar de obtener –por medio de la repetición– lo que originariamente se obtuvo. Pongamos un ejemplo: el 17 de octubre de 1945 fue un hecho de masas genuino que consiguió alterar el rumbo de la política argentina. Después pasó a ser un ritual, no ya destinado a cambiar un orden sino a sostenerlo, a sostener el orden que se había consolidado con el acto de masas originario. No voy a descubrir aquí la dialéctica de la reificación, de la cosificación de los hechos históricos. Surgen nuevos, instalan lo nuevo y luego, por medio de su repetición ritualística, dogmática, consolidan lo establecido, no están al servicio de la dinámica histórica sino al de su sacralización. El 17 de octubre, luego del surgimiento inicial del ´45, deviene liturgia, fiesta oficial, y cuando las masas son requeridas nuevamente ya no hay nada que las movilice porque el instantaneísmo glorioso de la gesta original no consolidó en una organización sino en un ritual consagratorio de las conducciones, un ritual paralizante. Con el primer peronismo, cuando hubo que salir de nuevo, cuando hubo que frenar la embestida oligárquica, ya no salió casi nadie, dado que las masas se habían consagrado más a festejar al jefe y a la gesta originaria que a reproducirla creando los canales organizativos que lo permitieran.
Este es el peligro de una gesta popular como la del 20 de diciembre. Cambió, ese día, mucho. Cayó un gobierno que no se representaba ni a sí mismo. Un clan sombrío. Casi una historia familiar tejida de ambiciones y dramas de culebrón. El pueblo se adueñó de la plaza histórica. La clase media abandonó su clásica pertenencia al ámbito privado. Los sectores carecientes, los hambreados y los militantes más auténticos dieron su batalla. Fue, en muchos sentidos, un 17 de octubre. Con una diferencia fundamental, diferenciada y nueva: no instaló otro gobierno, ya que no salió a eso. Perón pudo salir a los balcones de la Rosada el 17 al anochecer y lanzar su célebre consigna de orden: mandó a los movilizados a sus casas. Los protagonistas de la jornada se fueron porque lo que querían, verlo a Perón en los balcones de la Casa de Gobierno, estaba cumplido. El 20 de diciembre las masas no fueron a peticionar por la libertad de ningún político sino todo lo contrario: que se vayan todos. Hubo que desalojarlos con una represión brutal y sangrienta. Así, el 20, las masas no consagraron un líder, se consagraron a sí mismas. No delegaron su fuerza, la continuaron asumiendo ellas. Este fue un hecho totalmente nuevo en la política argentina y –desde este punto de vista– podemos afirmar que el 20, sí, fueron muchos los cambios. El poder fue asumido por la base, ejercido por ella, no delegado. Había nacido la práctica de la democracia directa.


POCO


A lo largo del año, esas fuerzas no consolidaron lo que prometían, lo que debían consolidar. Será aconsejable recordar que el movimiento piquetero no es una creación del 20 de diciembre, sino que viene de largo tiempo antes. No es casual que siga siendo el más consolidado. Donde se avanzó poco es en la consolidación de la democracia directa. Las asambleas populares se han debilitado por dos motivos: 1) éxodo de la clase media economicista, que, al ver en buena medida solucionados sus problemas con los bancos, que dieron como origen el insólito liderazgo de Nito Artaza, emprendieron el regreso a ese lugar de donde no suelen salir: la casa y el televisor; 2) dificultades organizativas propias del horizontalismo que implica la democracia directa. Es decir, la dificultad de establecer liderazgos genuinos. Dificultad en la que radica la debilidad organizativa de esos nucleamientos. En rigor, el problema que plantea una movilización espontánea como la del 20 es el de cómo organizarla sin matar su vitalidad originaria. ¿Cómo se sistematiza lo espontáneo? Si lo espontáneo es la libertad, la creatividad absoluta, ¿cómo habría de transformarse en grupo constituido, en organización sin perder sus atributos originales? Son problemas tan viejos y tan complejos como la historia misma de la humanidad. Nosotros no los creamos, y acaso tampoco podamos resolverlos. Insisto: el problema central de todo movimiento de masas espontáneo es el de cómo organizarse sin matar su espontaneidad. Ni la Revolución Francesa ni la Revolución Rusa pudieron solucionar esto. El Terror organizó la fresca vitalidad de la toma de la Bastilla, y Stalin sistematizó la del Palacio de Invierno, en ambos casos: matándolas. La historia no es un cuento de hadas y sus trampas son infinitas. No obstante, siempre hay que insistir en la creación. Siempre habrá que volver al momento originario, al 20 de diciembre: en la recreación de ese espíritu estará la posibilidad de avanzar.


NADA


La clase política no sólo no se fue sino que se quedaron todos y no cambiaron nada. Por decirlo claro: el poder que, desde la base, se logró el 20 de diciembre no tuvo casi influencias en la política oficial. La democracia directa y la “representativa” siguieron caminos diferenciados, no se tocaron. Los de “arriba” parecieron desconocer la existencia del 20 de diciembre. El peronismo lo capitalizó de inmediato y puso a toda su gente en lugares de poder. Los radicales no hicieron autocrítica. De la Rúa anda por ahí y los muertos del 20 siguen muertos y sin justicia. La desvergüenza de la clase política ha seguido como si tal cosa. Las internas son siniestras (en el justicialismo) y bochornosas (en el radicalismo). La izquierda se divide una y otra vez, y buscó –cosa que no debió haber hecho– aparatear las asambleas. Sólo la solitaria figura del ministro Lavagna introdujo una diferenciación en el elenco oficial. Y el regreso de alguien que –antes de que se lo pidieran– ya se había ido: Chacho Alvarez.
Sería sensato concebir el contrapoder de las asambleas y de los piqueteros como un poder de presión, de poderosa presión, para lograr que la clase política cambie sus hábitos nefastos. Pareciera no querer hacerlo. Debería saber que, en caso de empeñarse en mantener la misma política que generó el primer 20 de diciembre, habrá inexorablemente otro, y tendrá más sonido y más furia.

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