ESPECTáCULOS

Música barroca inglesa, atendida por sus dueños

Uno de los mejores grupos historicistas del mundo, junto a la excepcional soprano Emma Kirkby y el notable contratenor Daniel Taylor, brindó en Buenos Aires un concierto memorable.

 Por Diego Fischerman

La soprano Emma Kirkby, en el maravilloso concierto que dio junto al contratenor Daniel Taylor y la Orchestra of the Age of Enlightenment, demostró tres cosas a la vez. En primer lugar dio una lección acerca del estilo de canto del barroco. En segundo, cantó de una manera bellísima en sí misma, independiente de la corrección del estilo. Y la tercera cuestión, por supuesto, fue la combinación de las precedentes: Emma Kirkby mostró, de manera apabullante, que la corrección estilística hace a la belleza. Que lo mejor de una obra musical sale a la luz cuando el intérprete se compenetra con el mundo estético en el que esa obra fue gestada. Desde ya, ésta es una condición necesaria pero no suficiente. Además del conocimiento acerca de la manera de cantar en el siglo XVII, es fundamental la sensibilidad, la musicalidad, el afecto hacia el repertorio, la naturalidad del fraseo y, obviamente, un timbre de voz hermoso. Y Kirkby, como muy pocos, reúne todas esas condiciones (y algunas otras) en un grado excepcional.
La historia de esta doctora en filología clásica de Oxford, maestra y, en un comienzo, cantante amateur, no es irrelevante en relación con la fluidez de su manera de interpretar y, sobre todo, con cierto carácter cercano al de la música popular (la música popular inglesa, se entiende) que logra imprimir aun a los pasajes más endiablados técnicamente y a las coloraturas más veloces e intrincadas. Kirkby, antes de ser cantante, cantaba. Y esa primera cantante, la de las canciones folk y el repertorio universitario de los ‘60, está presente tanto en los madrigales de Dowland o Byrd –de los que grabó versiones discográficas de referencia, ya en los ‘70– como en las arias y recitativos del barroco tardío. Esa manera de manejar el pianísimo –la voz adelgazada hasta el extremo de lo audible– y de administrar el vibrato como un recurso expresivo y jamás como un automatismo, vienen de alguien que estudió y se perfeccionó en el conocimiento del estilo pero, también, de quien se acostumbró a cantar acompañada por una guitarra (más adelante por el laúd de Anthony Rooley) y, sobre todo, de quien aprendió, con la tradición de lo popular pero también de la música de cámara, que la interpretación de la música responde a un juego de complicidades, de miradas y de adivinaciones. Que hacer música con otros significa escucharlos.
Acusada, sobre todo en sus comienzos, de poseer una voz “blanca”, “infantil” e, incluso, “inexpresiva”, Kirkby contestó, en un reportaje publicado por la revista especializada en música antigua Goldberg: “Como es obvio, nunca conseguiré agradar a la gente que asocia pasión y volumen”. Es que con Emma Kirkby todo sucede en un territorio de sutilezas, donde el recato se impone permanentemente a cualquier clase de exceso. La experiencia de escucharla en vivo, en todo caso, fue conmocionante. Una experiencia que se amplió, por otra parte, con la audición del excelente contratenor Daniel Taylor y del exquisito empaste entre ambos en los dúos de los oratorios Salomon y Jephta y de la ópera Theodora, de Händel. Con un programa centrado casi exclusivamente en Inglaterra (salvo un fragmento de la ópera L’Atenaide, de Antonio Vivaldi), la magnífica Orquesta de la Iluminación (con la notable Alison Bury como solista y directora) no estuvo a la zaga. Un ajuste paralizante, el perfecto trabajo de dinámica y matices, los juegos con los acentos y elcompromiso estético hacen de este grupo uno de los mejores del mundo en este repertorio. Esta vez en versión camarística y barroca (dirigidos por Sir Simon Rattle o por Frans Brüggen y con un orgánico mayor suelen centrarse en el clasicismo/romanticismo) pusieron en escena las mejores virtudes de una manera de interpretar la música de esa época en la que los ingleses fueron pioneros –primero con Benjamin Britten y Thurston Dart y más cerca con Christopher Hogwood, Sir Trevor Pinnock, Sir John Eliot Gardiner y la propia Emma Kirkby a la cabeza– que terminó imponiéndose como paradigma de la mirada curiosa, precisa y, tal vez, posmoderna, con que, en los finales del siglo XX y los comienzos del XXI, se decidió leer la antigüedad.

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