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Franco Buenaventura, un profesor que no teme mostrar los músculos

La nueva tira de Telefé propone situaciones conocidas, pero es ante todo un vehículo para construir una nueva imagen de Laport.

 Por Julián Gorodischer

Ahora Catriel –o Guevara– es un profe tierno y bonachón que pregunta a sus alumnos nuevos: “¿Qué quieren leer?”, y convence a la Dire de dejarlos armar su propio camino. Franco Buenaventura es la contracara de los papeles que hicieron famoso a Osvaldo Laport. Ya no un patovica en taparrabos, o un boxeador bruto y siempre en cueros, sino un culto docente de literatura y bailarín de tango, un “buen partido” y mártir que carga con un pasado oscuro.
Primero hay que saber sufrir, pensaron los guionistas de “Franco Buenaventura, el Profe” (Telefé, lunes a viernes a las 21) y armaron una historia a medida del protagonista. Franco viene de un despido injusto que ocurrió doce años atrás, tal vez –aún queda poco claro– por un romance pescado in fraganti con una alumna. Ella (Karina Zampini), por ese azar tan revisitado por todas las tiras, ahora trabaja en la escuela que dará una nueva oportunidad al educador. Ella, la misma que le “arruinó la vida”, es la quiosquerita ingenua y servicial que ya puso cara de mala, en el primer capítulo, al descubrir al Profe en su territorio. La nueva tragedia del hombre sufrido, queda claro, ya ha sido anunciada.
A Laport le cuesta, según parece, desprenderse de las eses comidas, el “rabiu” con el que invocaba a Soledad Silveyra en “Campeones” y esas cosas, y entonces demora un poco los parlamentos, y clava miradas que reemplazan a los textos como para representar un intelectual y, después, frente al curso de estudiantes que lo tendrá como Profe, improvisa un poema, así de memoria, que conmueve a todos y los deja en silencio, justo a ellos que eran tan revoltosos y maleducados. Deja meditando a la caprichosa que se pintaba las uñas en clase (Celeste Cid), y a los otros los hace pensar en la muerte y otros temas trascendentes.
El intelectual, contracara del indio y el boxeador, es raro, y hay que saber entenderlo. Se aparece vestido de compadrito en una primera entrevista de trabajo, y se emociona de corazón cuando le piden que mencione una expectativa para su trabajo. Ya confirmado en el cargo, de apuro y por la muerte del otro profesor, abandona el curso antes del timbre, simplemente porque no respeta horarios ni normas, y es solidario con el dolor de los chicos frente a la muerte que los conmueve, la de un profesor solemne y aburrido al que despreciaban, pero ahora lloran.
Laport se hizo popular por andar en cueros. Primero lo hizo como indio y sorprendió por una musculatura de rutina de gimnasio, y después, como Guevara, hizo lo propio en el ring. Como Profe no se queda atrás: anda por la vida todo el tiempo con poca ropa, en la ducha o en la calle, y hasta en la entrevista con la directora dejó ver un poco la musculosa. La Dire (Viviana Saccone) lo miró raro, aunque hasta ella que es tan disciplinada parece haberse conmovido. El Profe, según se anticipa, tendrá una legión detrás de sus encantos sobreactuados: profundo, soñador y musculoso.
Como si se tratara de una gran limpieza de imagen, Laport debe haber pedido algo de esa forzada estética de qualité que se respira todo el tiempo en “Franco Buenaventura”: piezas de tango bailadas por él mismo, recitado de poemas y parlamentos sobre la miseria del mundo para demostrar que él no es sólo el bruto que le valió el protagónico de “Campeones”. Para eso hay en la tira un alter ego pobre y lego, el iletrado Nacho (Sebastián Estevanez), un primo que acapara todas las variables que el protagonista pretende tener lejos: desnudista, un poco tonto, canchero y bestia. Laport, como galán maduro, es otra cosa: un señor respetable que pretende enamorar y no ser uno más que sirva “sólo para eso”.
Y más allá de los galanes en cueros para conmover señoras, no hay mucho de nuevo: escenas de colegio, un profe comprensivo del estilo de La sociedad de los poetas muertos y muchas jovencitas solteras o mal casadas que unirán sus caminos al del Profe. La tele no innova, pero garantiza unas pocas situaciones entretenidas: algo de romance, guerra de celos, un galán castigado y noble, y el tango, por encima, para darle a la historia un aire sufrido y recibir al melodrama que la justifica.

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