ESPECTáCULOS › “LA HIJA DEL CANIBAL”, PROTAGONIZADA POR CECILIA ROTH

Tamal hecho por computadora

 Por Horacio Bernades

¿Por qué La hija del caníbal se llama así? Porque el título queda bien, porque llama la atención, porque tiene gancho. Y nada más. Apenas una referencia al paso a que el padre de la protagonista un día se habría visto obligado a ingerir el brazo de un conocido –situación que el guión ni se molesta en precisar– y punto. Todo es así en esta dispendiosa coproducción en la que una mexicanizada Cecilia Roth confirma su carácter de estrella hispanohablante, adquirido desde su aparición en Todo sobre mi madre.
Basada en una novela de la periodista y escritora madrileña Rosa Montero, en La hija del caníbal Roth es Lucía, autora de libros para niños que rompe el cascarón en el que había vivido, a partir del momento en que su marido desaparece misteriosamente. Según se supone, el hombre, funcionario del Ministerio de Economía, habría sido secuestrado por un grupo de extrema izquierda llamado “Orgullo Obrero”. En su busca de la verdad –que la lleva ante la policía, los traficantes de armas y el propio Estado mexicano– Lucía se desayunará con que tanto sus allegados como los que mandan no eran el trigo limpio que ella creía. Caída de la inocencia, descubrirá que sólo puede confiar en Félix, viejo militante español que supo poner bombas contra Franco (Carlos Alvarez-Novoa, visto antes en Solas) y en Adrián (Kuno Becker), al que le lleva como veinte años y con quien vivirá la consabida historia de amor.
Como si se tratara de un tamal generado por computadora, La hija del caníbal utiliza como masa todos los elementos que se supone deben atraer al público: una actriz en su pico de popularidad, un jovencito guapetón, buenas dosis de melodrama cruzado con pizcas de comedia, thriller y road movie, apelaciones directas a las queridas espectadoras y mucho trascendentalismo de bolsillo. De relleno, los ingredientes que figuran en el recetario consensual contemporáneo: autodescubrimiento femenino, decepción matrimonial, un toque de corrupción generalizada en los países latinoamericanos. Se le agregan una fotografía lustrosa, música variada y lindos paisajes turísticos, y el tamal está listo para servir en cualquier cadena de cines McDonald’s. Pero un tamal de computadora nunca será un manjar, sino un engendro.
De modo más cínico que metalingüístico, la película alude a su carácter manipulador al presentar hechos y situaciones que escenas más adelante la protagonista desmiente, atribuyéndolas al hecho de que –como buena (o mala) escritora– no puede dejar de faltar a la verdad. Como todo en esta película dirigida por Antonio Serrano (autor de Sexo, pudor y lágrimas, todo un megaéxito en México) la cuestión de la mentira es apenas otro relleno más. Más tensa que nunca, Cecilia Roth, que aparece morocha, castaña y pelirroja, pero nunca rubia, se aplica concienzudamente a imitar el acento mexicano.

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