ESPECTáCULOS

“El teatro del grotesco sigue tanto o más vigente que en los años treinta”

La actriz se vuelve a probar como directora, esta vez con una obra olvidada de Alberto Novión, a la que el paso del tiempo no le hizo perder actualidad, en su representación de una sociedad en crisis.

 Por Hilda Cabrera

La actriz y directora Leonor Manso repara en que no tiene demasiada escuela sobre el grotesco, pero que los textos de este género están a disposición del artista que quiera llevarlos hoy a escena, como ahora ella respecto de Don Chicho, de Alberto Novión, una pieza de 1933 estrenada por el legendario Luis Arata, quien formó en 1923 cabeza de compañía junto a Leopoldo Simari y José Franco. La intención de Manso, aquí en los roles de directora y puestista, es no insertar en la escena una pieza de museo sino un teatro vivo, donde estén radiografiados el aquí y el ahora. Esta obra, pulida de los adornos característicos de los capocómicos, como lo era Arata, lleva dramaturgia de Patricia Zangaro y se presenta de jueves a domingo (con entradas a 5 y 8 pesos) en la Sala María Guerrero del Teatro Cervantes.
La dramaturgia afinó el texto sin cambiarle nada, como apunta la directora en diálogo con Página/12. Destaca de entrada la valentía de Novión, su complicidad con el público de aquel tiempo en que la Argentina estaba en manos de militares. La audacia está referida en este caso a la puesta en escena de un asunto mafioso. El Don Chicho del título se inspira en un personaje verdadero, dueño de una mueblería que convirtió en pantalla de su verdadera tarea: la de manejar una banda de mafiosos que operaba en Santa Fe. El asunto había salido a la luz por las investigaciones de un periodista de apellido Alzogaray, que luego fue asesinado. El hecho no produjo cambios de vida del malhechor italiano, que, interrogado sobre ese hecho, respondía que se trataba de un misterio. “Novión introduce la palabra misterio en la obra, y la reitera. Recuerdo que la escuchaba de chica, como si fuera una letanía, en una grabación de Arata que se transmitió por radio”, cuenta Manso, quien tuvo a su cargo la elección del elenco que integran Joaquín Furriel, Malena Figó, Emilio Bardi, Oski Guzmán, Oscar Núñez, Miryam Strat, Néstor Ducó, Gustavo Ferreira y Carlos Kaspar.
–Es un dato importante la exacerbación de la hipocresía. Don Chicho no es un burgués, vive miserablemente, pero se rodea de estampas y aparenta rezar...
–Parece un anticipo de la P-2, porque el personaje esperado hasta el final de la obra es el hermano cura de Don Chicho que vive en Santa Fe y que al verlo rezar lo bendice. En esta especie de juego dramático y de humor, ese cura se parece al Padrino, de Francis Ford Coppola. La diferencia sustancial con el real es que este Chicho está en la miseria, con toda su familia, y su avidez por el dinero parte ante todo de la necesidad. Piensa que el único que lo puede salvar es su hijo Luciano; a Quirquincho lo deja tranquilo, aunque lo mande a empujar la silla de paralítico del abuelo Don Pietro. Quirquincho se parece al joven Radamés de Stéfano, de Armando Discépolo (de 1928). Es el que vive en un mundo fantasioso, propio.
–¿Cómo se resuelve hoy aquel grotesco concebido por Novión?
–El texto está, pero trasladado al presente a través de la puesta. Se puede imaginar a Luciano como un pibe chorro que no tiene ninguna posibilidad de salir de la miseria. Su familia se encuentra en un pozo. Novión la ubica en una pieza, pero no da más precisiones. No parece un conventillo, que es el ámbito del sainete, donde además había laburantes. Novión tiene varias obras sobre los ladri de aquella época, y hasta los clasifica. Don Chicho es un cuentero, hasta con los propios hijos. A Luciano, que se resiste a robar, le exige que lo haga, porque quiere una vejez tranquila.
–Es la explotación que ejerce el pobre sobre otro pobre más débil o desvalido...
–Sí, y donde no hay oportunidad de ser libre. La única que tiene algún sentido de la libertad es Fifina, la muchacha que vive con la familia de Don Chicho, pero tampoco ella encuentra una salida, y vuelve. El que percibe el amor es Luciano, pero el padre lo arruina, obligándolo a robar. Como en La Nona, de Roberto Cossa, los mayores simulan y se vuelven poderosos frente a los débiles. En este Don Chicho intenté una lectura metafórica: es la gente de mediana edad la que hace trabajar a niños, jóvenes y viejos para su provecho. Ese poder paralelo entre pobres se produce por la ausencia del Estado, que no cumple con lo establecido en la Constitución: que todo ciudadano tiene derecho a la educación, a un trabajo y una vivienda. El Don Chicho de Novión no perdió vigencia. Aunque con diferencias, todos sentimos que estamos en un pozo. Esas diferencias aparecen en esta puesta marcadas por la actuación, la escenografía y los sonidos. Quise que se notara la mixtura de la vida. A ese lugar llega el sonido de los aviones, de una ruta, porque por afuera de ese interior en el que se desarrolla este grotesco existen otras formas de vida. Esto es muy subliminal: algunos lo entenderán, otros no. Esta obra me plantea espacios extraños, como otras de aquella época. Las llamadas de “género chico”, tan expresionistas y sustanciosas, con un sentido existencial que da ganas de recrear, pero no como pieza de museo. Por eso, lo que importa en la traslación de estas obras es qué cosas desencadenan en los que proponemos un teatro vivo que contenga el aquí y el ahora.

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Manso recupera una obra escrita en 1933 y en la que encuentra hoy muchos reflejos del presente.
“No es una pieza de museo sino un teatro vivo, donde están radiografiados el aquí y el ahora”, dice.
 
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