ESPECTáCULOS

“El desconcierto”, la vida a través del ojo del arte

La obra que cerró el año del IUNA presenta a un grupo de artistas no videntes embarcados en un tour inesperado.

 Por Cecilia Hopkins

Conducida este año por el actor y director Guillermo Angelelli, la residencia actoral de la carrera de arte dramático del IUNA (Instituto Universitario Nacional del Arte) concluyó con la puesta de El desconcierto, montaje que traduce un intenso proceso creativo. También a cargo de la dramaturgia, el director realizó una eficaz labor a la hora de lograr una participación efectiva para todos y cada uno de los alumnos (son 23 los que egresan este año), sin recurrir a propuestas colectivas de sencilla realización. Estructurado como un concierto que se ofrece a la comunidad, el espectáculo presenta a los habitantes del improbable barrio La Ceguera (no videntes, como es de imaginar) aunados en su determinación de mostrar, de lo suyo, lo mejor. Así, se dan cita ante el público una serie de artistas y demás individuos ansiosos por exponerse, literalmente, a la vista de aquellos que están en condiciones de apreciarlos. Desahuciados, marginados por una sociedad que se concibe en pleno ejercicio de sus facultades físicas y mentales, los ciegos comparten un acotado territorio desde el cual se disparan en una tournée inesperada, alternando los sentimientos y las experiencias más diversas.
Sonrientes a pesar de sus cuencas vacías o de sus iris vacilantes (es asombroso el efecto expresivo que los actores logran con sus rostros), para algunos de estos no videntes la ceguera no representa una total desventura porque, como en el caso del poeta, el hecho de ignorar las formas y colores que percibe el común de la gente les ha permitido afinar su sensibilidad. Incluso, en algunos casos, al ciego le es posible acceder a la clarividencia, y con ella alentar la aparición de toda una corte de fieles adoradores, cuestiones de fe éstas que se introducen intempestivamente en el espectáculo proponiendo uno de sus tantos cambios de registro. Es que el grupo ha decidido brindar a la audiencia una serie de testimonios y hazañas protagonizados por algunos vecinos del barrio. Por esta razón también ingresan al montaje las historias de Margarita Belén y Sharon, la peculiar conductora de televisión, o el trágico episodio de las tres hermanas Fatídica quienes, en desesperado rito, se quitaron la vista al mismo tiempo.
Apelando a la expresión poética de un universo de contrastes, El desconcierto afirma anhelos y libertades. Su estructura va adquiriendo un diseño particular con el despliegue de cada historia, con la participación colectiva del coro de ciegos-actores que no solamente canta con afinada sensibilidad, sino que también trasforma la escena con muy pocos elementos (una caña y un pañuelo rojo por cabeza, una linterna, algún instrumento musical). El espectáculo lleva, sin dudas, la marca de su director. Por de pronto, expone un estilo de actuación que encuentra su clave en un actor disciplinado, dispuesto a adquirir destrezas físicas, vocales, rítmicas y todo aquello que sea necesario para componer un espectáculo en el cual nada queda librado a una decisión del momento.

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