ESPECTáCULOS › LOS CLAROSCUROS DE COSQUIN, LA PLAZA Y LAS PEÑAS

Zapateando en las boleterías

Sin números especialmente convocantes, la tercera luna coscoína mostró muchas butacas vacías. A pesar de ello, el espíritu del festival toma fuerza en una programación variada y en la rica actividad de las peñas.

Por Karina Micheletto
Desde Cosquín

La tercera luna coscoína, con una programación variada en propuestas pero sin ningún número convocante programado, ofreció un panorama tristemente vacío en las butacas: sólo se vendieron 2135 entradas, poco más del veinte por ciento de la capacidad de la plaza Próspero Molina. Para colmo, pasaban las horas y los organizadores seguían firmes en su postura de no abrir las puertas para que pudiera entrar la gente que sigue el espectáculo “de oído”, desde afuera de la plaza. Los blancos en las plateas, entonces, no se pudieron disimular ni por televisión.
El punto sin salida en el que se encuentran los festivales aparece resaltado por los hechos: ¿hay que descartar la posibilidad de llenar grandes plazas si no se programa a Los Nocheros, el Chaqueño Palavecino o Soledad? La primera respuesta que tiene para ofrecer Cosquín 2004, que comenzó con buena respuesta de público gracias al Chaqueño y decayó las dos noches siguientes, es que, lamentablemente, sí. Esto, al menos, en cuanto a lo que pasa dentro del vallado de la plaza, que es sólo una parte de Cosquín, quizás la menos interesante para muchos de los que llegan hasta aquí desde todo el país.
La programación del domingo incluyó un potente comienzo con el violín de Néstor Garnica y el ballet oficial Camin con temas como Violín salamanquero y Chacarera del olvidado. La música litoraleña estuvo representada por Mario Boffil, con un popurrí chamamecero, y por un exponente más tradicionalista, Orlando Veracruz. Para la música surera llegó Argentino Luna, esta vez más moderado en la urgencia patriótica de su discurso, aunque dejando testimonio con letras como Me preguntan cómo ando. Hubo tango con los ganadores del Pre Cosquín como pareja de baile y solista masculino (este año hay mucho más tango). También estuvieron los jóvenes Juan Iñaqui –uno de los candidatos a obtener el premio Consagración–, y Alejandro Kano, de la Patagonia. Luis Landriscina, con los padres Julián Zinni y Mamerto Menapace y el grupo Neique Chamigo, presentaron el espectáculo Cómo canta, cuenta y reza nuestro pueblo. Los Carabajal, finalmente, convirtieron la plaza en un gran patio santiagueño, con cuarenta bombos legüeros entregando un set hitero que incluyó, entre otros, Alma del rezabaile y Entre a mi pago sin golpear.
Antes y después de la seguidilla oficial, Cosquín sigue su ritmo, que atrapa y contagia más allá de los números de boleterías. Las previas a la plaza, unas horas antes de las 22, cuando comienza oficialmente cada luna coscoína, ganan un colorido despliegue tras bambalinas. Chicas de ballets que se peinan y maquillan nerviosamente, muchachos preocupados en repasar zapateos, técnicos de sonido que los esquivan como pueden, ensayos, pruebas de sonido y conferencias de prensa que se superponen creando un ánimo de excitación. El olorcito de los costillares que se empiezan a asar en las peñas y carpas termina de preparar la previa.
Durante y después del festival oficial, las peñas ofrecen su circuito alternativo. La del Dúo Coplanacu alberga a un público en su mayoría joven y universitario, fan incondicional del grupo, que levanta polvareda cuando sale a bailar sus chacareras, corea como en hinchada de fútbol y hace pogo con Peregrinos, de Roberto Cantos. Los Copla están todos los días pero nunca se extienden con su show, aunque cueste convencer a los más exaltados de que no habrá más de uno o dos bises. El lugar, explican, está para compartir con los que llegan de todo el país con propuestas de calidad, como Luna Monti y Juan Quinteros, apadrinados por Raúl Carnota y Juan Falú, respectivamente, con un repertorio exquisito de poetas como Dávalos y Castilla y temas de Quinteros. O los cordobeses Los Nietos de Don Gauna, o el riojano Ramiro González, o Jorge Fandermole. O Peteco Carabajal y Raly Barrionuevo, que amenazan con repetir aquí La juntada (el espectáculo que hicieron en Buenos Aires con Coplanacu) el jueves próximo.
La peña de Los Carabajal, como puede imaginarse, persigue el espíritu de un lugar bien santiagueño. Por allí pasarán algunos integrantes de la ramificada dinastía Carabajal (Peteco, Roxana, Demi y Jorge Luis), jóvenes exponentes comprovincianos (el grupo Presagio y los Hermanos Villagra, por ejemplo), y bailarines que vienen de quemar chacareras en patas en patios de tierra de Froilán, como Walter Rojas, de 17 años, en quien Juan Saavedra dice vislumbrar el futuro de la danza. También hay lugar para artistas “foráneos” como Rubén Patagonia, Mariana Carrizo y el grupo Raíces, entre otros. En extremos opuestos en cuanto a público y propuestas, hay peñas que reúnen a un público familiar y de horarios razonables, como la oficial, manejada por Jorge Rojas, de Los Nocheros, y la del “principito” Facundo Toro, y otras que sirven como “peñas after hour”, para los que quieren seguir de gira cuando los otros lugares cerraron. La más under es la que abrió Jorge Luis Carabajal, hermano menor de Peteco, con el acertado nombre de “Fisura contracultural”. Más tranquila y hippona, ideal para estudiantes de profesorados de Historia, trabajadores sociales, músicos y artesanos varios, está el “Bunker Sachero” del santiagueño Duende Garnica, con poca luz y música hasta pasado el amanecer. La hora en la que hay que hacer de tripas corazón y aguantar el sol, que en estas tierras pega fuerte desde temprano.

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La Próspero Molina tiene altibajos relacionados con su oferta artística.
 
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