ESPECTáCULOS

Cómo rastrear el pasado en Morón

 Por Mariano Blejman

“Nosotros perdimos, pero sabemos que perdimos. Ellos perdieron y no saben”, dice Sonia Severini sobre las clases más postergadas. Sonia fue militante montonera y se convierte ahora en el eje central del documental El tiempo y la sangre, una historia de Morón, dirigida por Alejandra Almirón, producida por Cine Ojo, dentro de la competencia “Lo nuevo de lo nuevo” (hoy a las 21 en Hoyts 8, sábado 13.30 y domingo 16.45 en Hoyts 7). “En el oeste murieron todos”, dice Almirón, en entrevista con Página/12. Si bien es más que obvio que la historia de los Montoneros no se trata de una historia del Far West, el caso de Morón bien podría serlo. El trabajo intenta explicar, desde la autora y desde Sonia, cómo era la vida cotidiana en las bases militantes de Montoneros, en las villas, en los sectores marginales, cómo se vivió la “traición” de Perón, en su vuelta al país de 1973. Pero, sobre todo, cómo era eso de seguir viviendo la vida cotidiana –teniendo hijos, pensando proyectos, pensándose parte de un relato mayor– aun con la pastilla de cianuro en el bolsillo.
Hace ocho años que Almirón trabaja en el documental, que le llegó, de algún modo, por pedido de Sonia, que quería contar su historia. “Pero la gente de Morón no quería hablar, no querían recordar lo que estaba pasando”, dice Almirón. Los vecinos no recordaban, o no querían recordar, o decían no recordar aún guardando el miedo percudido en la memoria. Y menos sobre lo que sucedió cuando la dirigencia montonera pasó a la clandestinidad y sus sectores militantes más postergados quedaron desprotegidos. Según cuenta Almirón, Sonia siente aún furia porque gran parte de su historia cobró sentido después de diciembre de 2001. “Hoy pueden verse las consecuencias directas de lo sucedido en el ’76. Hoy más que nunca se exponen con claridad las huellas del enemigo”, dice Almirón.
Sonia militó en la JP en los suburbios del Oeste del Gran Buenos Aires, en Villa Angela, Castelar, en el partido de Morón. Tres décadas después, la historia de Sonia –que no aparece frente a cámara en ningún momento– sigue estando partida al medio.
“La gente de antropología forense nos contó que en el Oeste no se los llevaban a los campos clandestinos, que por lo general morían asesinados o en enfrentamientos, ya que muchos andaban armados”, cuenta Almirón. En coincidencia con otros dos documentales que fueron programados en el Bafici, (Los perros y Errepé, sobre el ERP), El tiempo... ejerce una mirada específica con valioso material de archivo testimonial (militantes que jugaban al tenis, que andaban a caballo o nadaban alegremente). “A los militantes montoneros, que tomaron las armas, los pusieron después en lugar de víctimas, pero no hubo demasiado tiempo ni lugar para reflexionar sobre las causas que los llevaron a tomar las armas, sobre los errores y los aciertos.” La intención inicial de Sonia, junto a la de Almirón, era la de ver el estado de las cosas, pero Almirón encuentra, en el camino, un balance de los hijos de esa generación, descubre que en el Oeste “no quedó nadie vivo”. Es extraño, pero Almirón no se inspiró sólo en documentales clásicos, sino que piensa la historia como un western urbano: más específicamente en La hora señalada, de Fred Zinemann. “Quería jugar con esa idea de que en el Oeste andaban a los tiros y no quedó nadie vivo”, cuenta Almirón, quien todavía sigue sin entender al “peronismo de izquierda”, dice. “Para entender al peronismo hay que hacer mil películas”, resume Almirón.

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El tiempo y la sangre, de Alejandra Almirón, o qué pasó con Montoneros.
 
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