ESPECTáCULOS › GUILLERMO VADALA, UN BAJISTA EN PLAN SOLITARIO

“Quince solos son un plomo”

Dueño de un currículum impresionante e integrante de la banda de Fito Páez desde hace 16 años, Vadalá está presentando su primer disco, Bajopiel. Aquí cuenta por qué cree que el rock es poderoso pero el jazz y el funk ofrecen mayores variantes y cómo se hace para construir desde el bajo sin “abombar” al público con virtuosismo.

 Por Cristian Vitale

Comprender por qué Guillermo Vadalá es el bajista argentino más convocado para grabar discos de otros –David Lebón, Luis Salinas, León Gieco, Mercedes Sosa y un largo etcétera– no radica sólo en el prestigio adquirido durante sus 16 años como pieza clave de la banda de Fito Páez, tampoco en el triunfo pedagógico de haber moldeado, en todo sentido, a una virtuosa del bajo –su mujer, Nerina Nicotra, hoy enrolada por Luis Alberto Spinetta para reemplazar nada menos que a Javier Malosetti–, sino más bien en indagar sus orígenes, aquel primer motor que empezó por ensamblar bases graves sobre temas de Deep Purple, Rush o Jethro Tull –“a desarrollar el oído sobre un Winco”– y en su paso posterior a la formación tardía de Madre Atómica. “Tenía 17 años y era una especie de plomo, hasta que César Franov se fue y me convocaron. Fue una experiencia asombrosa”, recuerda, principiando un cortado al paso, sobre su precoz ingreso a la historia grande del rock patrio, que lo mezcló de entrada con el Mono Fontana, Lito Epumer y Jota Morelli.
De ahí hasta su aterrizaje en la banda de Fito (en la época de Ey!, de 1988), Guillermo Vadalá transitó diversas sendas, más o menos populares, pero igualmente enriquecedoras. Participó en las presentaciones en vivo de Téster de Violencia cuando Machi abandonó la banda de Spinetta –“Me aprendí todos los temas en un viaje”, rememora–, fue sesionista de Mario Parmisano, Dino Saluzzi y Lito Epumer e integró un sinnúmero de agrupaciones de jazz-fusión cuyos nombres ya casi ni recuerda, pero sí su utilidad. “Entiendo que el rock es una música poderosísima, pero transcurre en armonías reiteradas. Por eso, está bueno recrear otros estilos como el jazz o el funk, porque mantienen vivas las variantes. Yo puedo grabar con cualquiera, pero hay un lenguaje que en ninguna de esas músicas puedo expresar”, indica.
El todo de esta historia está condensado en Bajopiel, el gran gustazo que Vadalá se dio en forma de disco y que opera también como un homenaje a todos los músicos que se cruzaron en su camino. “Quise reflejar la música que llevaba en mis entrañas y que nunca había dado a luz. Ahora entiendo que haber sacado Machine Head entero sobre el Winco fue un entrenamiento bárbaro. Tocar arriba de discos donde el tiempo era parejo, las canciones tenían una introducción, un desarrollo y un estribillo, me enseñó a tocar a ritmo. Entonces, luego de tanto tiempo me dije ‘quiero hacer algo para mostrar el lado que nunca mostré’.”
–Como un puente entre sus orígenes y el presente.
–Claro, fui trayendo músicas de todo mi pasado. En 1992, con Zona Púrpura, había grabado un material tipo Living Colour, pero nunca hice algo propio, nunca desarrollé el lenguaje que había aprendido en los tiempos de Madre Atómica.
–¿Por qué se tomó tanto tiempo para grabar un material solista?
–Primero porque llevó su tiempo. Lo empecé en Los Angeles, donde me fui con la intención de ampliar mi horizonte musical, y en ese tren toqué con el cantante de Men at Work (Colin Hay) y con Steve Ferrone, a quien pensaba incluir en la grabación. La cosa venía en ascenso, hasta que ocurrieron los atentados y Estados Unidos se transformó en un calvario. Y segundo porque siempre estuve abocado a tocar en vivo o a ser sesionista. Me tomé un buen tiempo porque lo quería hacer bien, quería que me tome en un lugar más maduro como músico, un poco buscando profundidad. Hay gente que se inventa excusas para tocar temas livianos con solos virtuosos. Yo la pensé al revés, quise evitar la liviandad compositiva y usar el bajo con más delicadeza que virtuosismo. Mi idea es integradora, más que ególatra.
–Como una continuidad de lo que hace con Fito.
–Es que el oficio se te impregna. Mi propósito fue que el bajo no fuera un híbrido, una cosa que te abombe. Un concierto con quince solos de bajo es un plomo. Creo que cuánto más crecés musicalmente más te despojás de tu instrumento. Como Pedro Aznar... el tipo destroza el bajo, pero tiene una apertura increíble.
Más allá de los invitados-homenajeados que aparecen en Bajopiel (Mono Fontana, Lito Epumer, Fito, los hermanos Fattoruso), Vadalá se manejó con una banda estable integrada por la mitad de la banda de Spinetta (Nerina y Claudio Cardone), más Jota Morelli en batería y Rodrigo Domínguez en saxo. “Nerina hace las bases y yo me manejo más como solista. Hago las melodías, porque otro propósito es desarrollar una veta distinta”, asegura.
–¿Hay competencia de egos con Nerina?
–No, porque ella siempre tomó el rol de estar por debajo. No hay ego entre nosotros e incluso intento entrenarla, mejorarla y exigirla para que se toque todo. Ella recién ahora está teniendo la presión por ejemplo de ir a un Coliseo con el Flaco y que vayamos Machi, Malosetti, Aznar o yo a verla. Para ella fue un premio que Malosetti me haya dicho a mí “loco, Nerina mata, no se le escapa una”.
–Muchos piensan que Fito sufrió un quiebre profundo luego de Circo Beat. ¿Cómo lo ve usted, que vivió todo ese proceso internamente?
–Fito es súper creativo y continúa buscando música, pero ahora está abocado a respetar la tradición de sus influencias: Charly, Spinetta y Litto Nebbia. El se está dedicando a mantener vivo ese legado. No noto un decaimiento en lo compositivo, pero sí que se ramificó un poco más. Y también siento que el público se inclinó en este tiempo a expresiones musicales flacas. En cambio, Fito se fue quedando en un lugar de tradición y armonía que hoy pasa por fuera del gran público.

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Vadalá trabajó con Dino Saluzzi, Lito Epumer, Páez y Luis Alberto Spinetta, entre muchos otros.
 
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