ESPECTáCULOS › TEATRO MANUEL CALLAU Y EL REESTRENO DE UNA POTENTE OBRA SOBRE EL GENOCIDIO

Sobre bestias y lunas

Después de residir dos años en España, Manuel Callau vuelve con la reposición de Una bestia en la Luna, una obra que sobrevuela una tragedia política, pero cuya trama hace eje en los sentimientos más profundos de sus protagonistas.

 Por Hilda Cabrera

¿Por qué el fotógrafo armenio Aram Tomasian dejó en blanco los rostros de una familia que fue la suya? ¿Hasta dónde el deliberado cercenamiento de sus cabezas y la intención de colocar otras en su lugar expresa el dolor por un genocidio y el deseo de recomponer su vida? En Una bestia en la Luna, su autor, el estadounidense Richard Kalinoski, quien visitó la Argentina en 2001 para acompañar la primera presentación, resumió en aquella acción drástica de su personaje Aram el trauma de una pérdida definitiva y violenta. La obra –un alerta sobre el desencadenamiento de odios y masacres, referida al genocidio del pueblo armenio perpetrado por el Estado turco entre 1915 y 1923– podrá verse con el mismo elenco que la estrenó y llevó en gira por provincias y América latina. Protagonizada por Manuel Callau, Malena Solda y Martín Slipak, dirigidos por Manuel Iedvabni, desarrolla una historia de exterminios desde una situación particular, donde lo esencial lo constituyen los afectos. Callau recuerda las experiencias vividas en el Festival de Colombia y otros encuentros internacionales del 2002; las funciones a la gorra en el Lorange y su partida a España, donde residió dos años. El viaje no fue en vano, e incluso mucho de lo que concretó en aquel país completa algunos de los contenidos que propone la pieza de Kalinoski. En esta nueva etapa, el elenco la estrenará mañana en La Subasta, de Mar del Plata (donde hará funciones los lunes y martes), y el 6 de enero en Multiteatro, de Corrientes y Talcahuano (jueves a domingo). Completan el equipo el joven actor Emiliano Dionisi (como posible reemplazo de Martín Slipak), Alberto Bellatti, a cargo de la ambientación y el vestuario, y Hugo Traferri, del diseño de luces.
–¿A qué se debe esta reposición?
–Javier Maroni y Pablo Pérez Iglesias me preguntaron qué teatro quería hacer. Repasamos algunos títulos que me interesaban. Me propusieron retomar esta obra y, como el elenco estaba de acuerdo, me convencieron para hacer funciones en Buenos Aires y Mar del Plata. Estoy contento: regresé hace dos meses de España, y éste es un buen comienzo.
–Partió a España después de diciembre del 2001, en una época en la que los argentinos hacían cola en las embajadas para tentar suerte en otros países. ¿Era su caso?
–No. A mí me convocaron para estrenar un espectáculo en Cádiz, Memoria y olvido, de dos autores españoles y un argentino. Nunca quise irme. No es tan fácil desarrollar allí nuestra profesión. Hay actores que son muy reconocidos, como Héctor Alterio, Federico Luppi, Miguel Angel Solá y Ricardo Darín, pero son solamente unos pocos. Los españoles cuidan su fuente de trabajo. Es natural. En ese sentido, somos más abiertos: tenemos cierta tendencia a nutrirnos de los artistas extranjeros.
–¿Nunca pensó dejar el país?
–Ni en la época de la dictadura militar saqué pasaporte. Para este viaje lo saqué de apuro.
–¿Y qué experiencia obtuvo?
–Algo fuera de lo artístico que me cambió la vida. En aquella gira con Memoria y olvido conocí a mi familia catalana y supe de su historia. Mi familia es de L’Ametlla de Mar y El Perelló, pueblos de pescadores y campesinos. Sentí que se me armaba un lío en la cabeza. Salí al mar, acompañándolos en la pesca, aunque no me dejaran hacer nada.
–¿Por qué “lío”?
–Apenas entré al pueblo de mi abuela Dolores, me llegó un olor que conocí de chico. Era el de las plantitas que ella, como inmigrante, cultivaba en el jardincito de entrada de su casa. Había un olivo, orégano, romero... Mi bisabuelo había creado en su pueblo la primera cooperativa detrabajo, una forma de reparto que aún se mantiene en la zona. Lo llamaban “el nunca visto”, porque siempre inventaba cosas raras. Esos pueblos fueron bombardeados por los alemanes y los italianos durante la Guerra Civil. La gente habla de una bomba por habitante: en El Perelló se encontraba la retaguardia del ejército de resistencia del Ebro.
–Dejó por unos días de ser actor...
–No tanto. Me puse a trabajar con dos grupos de teatro de allá, El Perelló y El Tracamaca (de traca, ruido parecido a la metralla). Me puse al día con mi anterior profesión de docente: fui uno de los fundadores de la Escuela de Teatro de Buenos Aires, junto con Raúl Serrano, donde di clases durante cuatro años. En aquella época el actor que había en mí le ganó al profesor. Tenía que elegir entre seguir trabajando en el mercado de Abasto, actuar y dar clases. Como no podía dejar el Abasto, porque debía ayudar a mi familia, dejé de enseñar. Eso fue en los ‘80. Me formé con el método de acciones físicas de la escuela de Raúl, y transmití esta experiencia a los grupos del Perelló y Tracamaca. Además de esos talleres, organicé otros, algunos en Madrid, donde vivía. Monté un espectáculo, Yo creo que fue ese día, sobre idea del español Alberto Vázquez Minguela, cantante y actor.
–¿Cómo nace Teatro por la Identidad en España?
–Ese fue un pedido de Abuelas de Plaza de Mayo, y yo ni a Abuelas ni a Madres, a todas las Madres, aclaro, les niego siquiera lo que me parece imposible de llevar a cabo. En ese momento tenía otro compromiso laboral, y entonces volví para filmar Cruz de sal y partir enseguida para integrar el elenco de la miniserie Paraíso, para la TV española. Se filmó en República Dominicana, donde se instalaron muchas empresas españolas. Eso les facilita la venta de sus propios productos. Cuentan incluso con hoteles preparados especialmente para las filmaciones.
–¿Qué es lo que diferencia esas filmaciones de las argentinas?
–Como estábamos en Bahía Príncipe, muy alejados del movimiento cultural dominicano, sólo puedo hablar de mi trabajo para esa miniserie. Teníamos todo el tiempo del mundo para filmar un capítulo de una hora. Ni punto de comparación

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