ESPECTáCULOS › MUSICA CHARLY GARCIA SE ADUEÑO DE LA TERCERA NOCHE DEL GESELL ROCK

La vigencia del superhéroe

Ante 13 mil fieles, le aportó genialidad y buen humor al festival, que cerraba anoche con la actuación de Las Pelotas.

Por Cristian Vitale
Desde Villa Gesell

En algún momento de los tempranos ’90, no fácil de precisar puntualmente, Charly García acusó un click sin retorno. Una bisagra. Sus recitales lo transformaron en el músico de rock argentino más imprevisible, adorado y caótico de la rica historia del género. De ahí en más, cada previa de show generaba al menos cuatro alternativas: 1) que Charly saliera a tocar, y en 15 minutos se cansara y se fuera; 2) que directamente no saliera; 3) que brindara un primer bloque impresionante y volviera con menos luces, descolocado y agreta, tres horas después; o 4) que ofreciera un show magistral e inolvidable, de esos que dan ganas de decir “yo estuve ahí”. Quiso una razón divina –tal vez el aire del lugar que dio origen al rock argentino en aquel verano del ’66, con Moris y sus Beatniks– que el rocker transversal más respetado por todas las generaciones diera uno de sus mejores recitales en años.
Pasada la una de la mañana de ayer, luego de la actuación de Babasónicos y tras hacerse desear menos tiempo del acostumbrado, bigote salió a escena decidido a detonar cabezas, oídos y corazones de los casi 13 mil fieles que convocó la tercera jornada del Gesell Rock. Se plantó en el centro del escenario con su sólida y contenedora banda chilena –a la que bautizó The Postitution– y el ya inefable terceto de cuerdas al mando de Alejandro Terán, y regaló un hermoso primer bloque de música fina, virtuosa, casi de excelencia. “Espero que no prohíban Navidad ahora”, ironizó respecto del marco policíaco y de las exageradas medidas de seguridad, características del festival y del marco normativo general post Cromañón –¿será siempre así?–; dedicó Cuchillos a Mercedes Sosa –“una chica muy buena”–; aceptó con excesivo humor que le arrojaran objetos inofensivos desde la tribuna –“no tiren más nada, a menos que sean dólares”– y, lo sustancial, media hora de música de altísimo nivel.
El repertorio fue similar al de los últimos recitales. La diferencia estuvo en la ejecución. Exceptuando tal vez el primero de los tres shows que dio en el último ciclo en Obras Sanitarias, hacía mucho tiempo que Charly no regalaba la oportunidad de escuchar una versión tan fina, sinfónica e introspectiva de Desarma y sangra –“Hay algunas cosas que sí deberían prohibir, como este tema”, fue el sarcasmo introductorio–. El ensamble del teclado con violines y cello detrás se transformó en la banda de sonido clavada para una noche plagada de estrellas brillantes y luna encendida. Las pinceladas geniales –por momentos comparables a la época de La Máquina de Hacer Pájaros– no bajaron el tono ni en Llorando en el espejo –versión heterodoxa–, ni en Yendo de la cama al living, ni en Seminare, que Charly anticipó con un gracioso “juro que nunca estuve en un fogón”. De no mediar ciertas canciones un tanto trilladas –El aguante, por ejemplo–, aquel primer segmento hubiera redondeado la perfección.
Ataviado con un vestido largo y rojo y –a contramano de los antecedentes–, haciéndose desear lo justo y necesario, Charly regresó con la intención de manipular nuevamente el sueño de buena parte de la audiencia, que llevaba varias horas parada sobre el suelo frío y duro del Autocine. Guitarra al hombro, muchas pilas y un set eléctrico detonador de recuerdos. Como intro de Pecado mortal, García asumió que precisamente por ese tema se había “vuelto comercial” a principios de los ’80. La tremenda versión de Cerca de la revolución –mejor que nunca– no sólo representó uno de los momentos más agitados de la noche sino de todo un festival hasta ese momento atravesado por una lógica melancolía colectiva. El fantasma de Cromañón pareció detenerse un instante ante Rezo por vos –¿el homenaje tácito de Charly a las víctimas?– y una maravillosa versión de Anhedonia. Tampoco faltó oportunidad para tributar a una de las pocas bandas que influyó centralmente en casi toda la obra de Charly: sorprendió a sus sacrificados músicos con la onírica y climática introducción de Comfortably Numb de Pink Floyd –“somos una banda de covers”, bromeó–. De no haber existido el de David Gilmour, estaríamos hablando del mejor solo de guitarra del festival, aun habiendo tocado Claudio Marciello, 24 horas antes.
Otro de los momentos agitados de la noche provino de Catupecu Machu. Fieles a su estilo enérgico y potente –a mil decibeles–, propusieron adrenalina y catarsis física con el heredero de Jijiji en términos pogueros. Dale! originó una ronda inmensa y contrastante con el rito adolescente, femenino y dance de Miranda!, y el suelo del Autocine pareció tronar en dirección al magma. Ya habían transcurrido en esa veta Le di sol, Oxido, el hit último –Magia veneno– y hasta un plan B más cancionero y melodioso que el set general –precisamente Plan B, de Massacre–, enmarcado en un contexto de gritos, saltos y arengas gritonas, que transforman a Fernando Ruiz Díaz en un improvisado –y a veces tedioso– maestro de ceremonias.
Un poco el power trío y sobre todo Charly García orientaron hacia buen puerto una noche que parecía naufragar sin rumbo fijo, fruto de un raro y desteñido set de Babasónicos y la propuesta de Miranda!, más afín a un ámbito de discoteca que a un festival de rock. Dancing Mood, Los Cafres y Flavio y la Mandinga –excelentes versiones de El león y Mal bicho incluidas– no habían llegado a calentar la noche, pese a repertorios profesionales y muy respetables. A última hora de ayer, durante la fecha clausura del festival, una audiencia rocker-stone más homogénea y festivalera esperaba la presencia de Las Pelotas –banda corolario– en el día que debería haber tocado Callejeros.

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García, Catupecu Machu y el recuerdo de Callejeros.
 
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